¡Que te he dicho que pienses en un elefante!
La campaña que ha puesto en marcha la derecha en España ha sido ridícula, hablando de ETA cuando hace más de una década que no existe, agitando otra vez el fantasma de Venezuela, mintiendo sin pudor sobre hechos y datos, agitando la xenofobia para que el rezagado odie al que vino en patera o diciendo estupideces como que si la gente pone una planta en la ventana el cambio climático verá agostar su impacto.
Es a veces desesperante la resiliencia del votante de derechas (que ya no es un votante conservador sin más, sino que tiene maneras de animal acorralado). Al votante de las derechas le da igual que le corten la cabeza a su secretario general por denunciar las fechorías del hermano de Díaz Ayuso o que la portavoz de VOX, Rocío Monasterio, se pasee con una imputada por tráfico de drogas y posesión de armas (también les da igual que falsificara la firma del colegio de arquitectos o que su marido no pagara a los obreros que reformaron su vivienda).
El votante de derechas perdona que sus dirigentes roben, se saquen títulos universitarios haciendo trampas, que tengan decenas de cargos condenados a prisión por robar de las cuentas públicas -es decir, por robar a España-, que hayan hundido el mercado de alquileres liberalizando el suelo para que se enriquecieran las inmobiliarias, que regalen a fondos buitres donde trabajan familiares las viviendas de protección social, que dejen nuestras ciudades sin árboles para que sus amigos vendan cemento, que mueran 7290 ancianos en las residencias porque dieron la orden de no llevarles al hospital y se negaron también a medicalizarlas o que un hermano de la máxima dirigente del PP se embolse una comisión de 286.000 euros con un contrato con una empresa fantasma por vender a un precio abusivo mascarillas.
También les perdonan que hayan matado el Mar Menor en Murcia con sus políticas ecocidas o que estén acabando delante de nuestros ojos con Doñana, uno de nuestros últimos humedales. Les perdonan que la derecha robe y que luego lo celebren con un "volquete de putas" o comprándose artilugios obscenos, igual que perdonan que sus dirigentes sean idiotas y saluden confundiéndose de lugar porque nunca han salido de su pueblo, o que piensen sinceramente que el sol de Cádiz te dilata las pupilas. Les perdonan que sean borrachos, que sean asiduos clientes de prostitución, que tengan asuntos con drogas y con pederastia y hasta que tengan la oficina en un prostíbulo. Unos porque desearían hacer lo mismo -es esa frase tan hispánica "¡Ese es un monstruo, hace lo que le sale de los huevos!", cuando en otros sitios la frase sería "¡Ese es un monstro! ¡Da miedo!!-. Y otros porque lo relevante no es como sean los suyos, sino que los suyos son garantía de que no vengan los demonios.
Podría parecer una paradoja, pero no lo es, que en la derecha, quien paga un precio es quien desde dentro denuncia esos comportamientos. El gran argumento de la derecha es que es bastante probable que encuentren algo cercano -nunca igual, porque no es verdad que en el comportamiento sean iguales aunque compartan similares políticas de lo que llaman "Estado"- en el PSOE, y con eso ya creen que está el problema solventado.
Son una basura, pero son "tu" basura
Lo relevante para el votante de derechas es que gobierne alguien que les deje seguir su vida tal cual como la llevan o como querría vivirla en un mundo ideal donde nadie le pidiera cuentas. Porque al votante de derecha le han hecho creer que el mundo es como es, es bueno tal y como es y, además, no tiene alternativa. O que la alternativa es peor y que, por eso, el mejor refrán es el que dice "Virgencita que me quede como estoy". Que es muy propio de un país donde ganada la guerra los franquistas fusilaron a 200.000 españoles, exiliaron a 500.000 y metieron en la cárcel a 350.000, muchos de ellos para que se murieran, como le pasó a Miguel Hernández.
El votante de derechas tiene un mundo cercenado, pequeñito, lleno de vulgares seguridades pero que son muy importantes para ellos. En su inseguridad, quieren, como postre, que los demás también acepten. No es que la izquierda no tenga seguridades, a menudo en sitios parecidos, sino que las tiene sin que signifiquen una cárcel para ellos o los demás y, sobre todo, su manera de vivirlas no implica que exijan a los demás que también lo hagan. Hay un mundo entre el modelo de familia de la derecha y el de la izquierda, pero la derecha quiere imponer su modelo de familia y la izquierda en modo alguno. Hay una espiritualidad distinta, a veces religiosa -el otro día decían en un programa de televisión de la extrema derecha refiriéndose a Bergoglio "ese que ahora se está haciendo pasar por Papa"- y a veces laica -como una espiritualidad sin dioses-. Pero nunca pretendiendo que todo el mundo comulgue con sus ideas. Mientras que la derecha, en España, literalmente, nos ha llevado a misa a hostias.
Es importante entender que al votante de derechas todo eso le da lo mismo porque lo importante para ellos no es la virtud de sus dirigentes -que nunca la han tenido- sino el miedo o el odio hacia la izquierda que han construido todos los dispositivos ideológicos de la dictadura y de la convalecencia, hoy repetidos en los medios de comunicación, en los usos y costumbres de muchas instituciones y en amplios centros de enseñanza. El votante de derecha no sabe nada de los programas de sus partidos, no quieren saber nada de sus dirigentes (solo les interesa el glamour o la sordidez de las revistas y programas del corazón), salvo que les den certezas de que hacen lo correcto (por eso les gusta escuchar las mentiras de la derecha, leen, escuchan y ven los medios de la derecha y colaboran en las redes a propagar esas mentiras).
Las campañas de la derecha en este momento de crisis del modelo, son una enorme campaña de prestidigitación que solo se sostiene porque los medios les cubren las espaldas. En esta campaña, Beatriz Fanjul, la dirigente de Nuevas Generaciones del PP, que debe ser una de las políticas más descerebradas de la derecha española -y eso que el listón está alto escuchando a muchos líderes de VOX- decía que la izquierda crecía por tener el apoyo de todos los medios de comunicación. Por supuesto, leía el discurso.
Pero a la derecha le da todo lo mismo, porque las elecciones son momento de maximización del voto y esas campañas de mentiras, como las más cutres de detergentes, siempre les funcionan. Propio de un país al que le fusilaron a 200.000 españoles, le encarcelaron a 350.000 y exiliaron a 500.000. Y que volvió a exiliar a españoles en los años 60 y otra vez en la crisis de 2009.
¿Y después de las elecciones?
La izquierda tiene que hacer una reflexión. ¿Sirve para algo ir cediendo a los presupuestos ideológicos de la derecha? Electoralmente no, porque, de no mediar algún imprevisto, la derecha puede ganar las elecciones, haga lo que haga y diga lo que diga. La moderación de la izquierda en Madrid solo ha servido para perder el Ayuntamiento de Madrid y no ganar la Comunidad. Y en la batalla cultural, tampoco, pues la hegemonía la tiene ahora mismo la derecha, escorándose hacia la extrema derecha. Si no defiendes el fuerte ideológico, los soldados te desertan.
La otra gran enseñanza tiene que ser la de la unidad. Pero no va a ser nada fácil. Porque a los procesos de diálogo hay que ir con los principios de la justicia transicional -la propia que sucede a un conflicto violento- cumplidos: verdad, justicia y reparación (precisamente los que incumplió Bildu presentando a candidatos con delitos violentos que, necesariamente, iban a ofender a las víctimas). Los que incumple esa izquierda que incumplió sus obligaciones y que todavía no se ha disculpado (Manuel Carmena pidió perdón por su candidatura que le costó a la izquierda la alcaldía de Madrid, algo que todavía no ha hecho ni Errejón ni el errejonismo).
La unidad va a ser la gran asignatura para las generales de diciembre de 2023. Unidad a la que se han negado los dirigentes de Más Madrid y de Compromís, aun sabiendo que es en estas dos comunidades donde se juega simbólicamente que tenga más fácil llegar en diciembre la derecha del PP con VOX al gobierno de España. Unidad complicada cuando los medios de comunicación han ocultado a las candidaturas de Podemos con Izquierda Unida con el aplauso de la izquierda que sí sale en La Sexta. Y también complicada por el bochorno de periodistas y pensadores de la izquierda que han contribuido al mensaje de que hay que acabar con los restos de Podemos (pese a la incongruencia de sostener al tiempo que la franja morada está ya muerta). Sea cual sea el resultado electoral este domingo, es bastante probable que el resultado en votos totales de las listas de Podemos de una sorpresa. Por tanto, insistir en la muerte de Podemos solo sirve para intentar hacer desde la izquierda la tarea que no ha sido capaz de hacer la derecha.
Después de las municipales y autonómicas comienza el obligatorio diálogo. Quien no quiera dialogar debiera salirse del debate político de la izquierda. La ausencia de encuentro es un suicidio que van a pagar las mayorías, como está pasando en Italia, en Hungría o en Polonia. Los asesores que susurran en los oídos de los partidos políticos que no necesitan a los demás partidos, son como el mafioso infiltrado en la sala de máquinas. Hay que discutir de política, contrastar los puntos de vista, acercar estrategias. Hay que disentir, pero solo para que el encuentro sea posible, no para marcharse.
Podemos acertó desde el primer momento en apuntar hacia la unidad y postular la necesidad de construir un Frente Amplio. Sigue siendo el objetivo. Y sigue siendo cierto que, si hay un único partido que tiene en solitario al menos la mitad de los votos que todos los demás juntos, algo tendrá que decir en ese Frente Amplio. No hay izquierda sin voluntad, sin coraje, sin claridad ideológica, sin generosidad y sin buenos diagnósticos. Ojalá todo el mundo lea el resultado de las elecciones con estos principios.
Comentarios
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