1. En nuestra sociedad de consumo, patriarcal y frívola, existe el Día internacional del beso robado. Se celebra desde 2006 y se dice inspirado en el beso robado por un marino a una enfermera en Times Square. En ese momento, la emoción que llevaba al entrometimiento era el fin de la Segunda Guerra Mundial. Es cierto que el ambiente en las calles era de camaradería y una cierta efusividad reinaba en las calles. En la guerra te mueres -en realidad, te matan- y los besos suelen ser un prolegómeno para la vida. Besar a un extraño era una señal de agradecimiento, de celebración de la vida, de desahogo. De hecho, hay un conocido pareado que invita al apareamiento porque "el mundo se va a acabar".
El fotógrafo Alfred Eisentaedt fue el que capturó la imagen el 14 de agosto de 1945. El marinero, George Mendonça, andaba urgido de calores, quizá por una larga estancia en un barco, y besaba, o lo intentaba, a todas las mujeres que se le ponían a tiro aprovechando la celebración. La mujer de la famosa foto, Greta Friedman, no dio, como no lo dio Jenni Hermoso, su consentimiento para ser besada. El New York Times recogió años después sus impresiones: "Sentí que él era muy fuerte. Me apretaba. No estoy segura del beso. Solo era alguien que celebraba. No fue algo romántico". Durante mucho tiempo hemos visto como simpático algo que quizá no lo era tanto. Porque encerraba una desigualdad que, si la entiendes, deja de ser amable. Nunca nos molestaron las mujeres que, por ejemplo, en las calles de París, besaban a los soldados que habían ganado la guerra. Era un "regalo", un agradecimiento por ganar una contienda y poner fin al miedo y al dolor. Es evidente que no es lo mismo. Si quieres ahorrarte el contexto no entiendes nada.
2. Robar besos es una costumbre de nuestras sociedades. Incluso, se ha visto como una broma tolerada -quizá no inocente pero tolerada- desde niños -o no tanto- cuando una mujer va a besar en la mejilla y el varón se gira inesperadamente para chocar sus labios con los de una mujer. El cantante Beret, que pertenece a una generación que abusa de cantar que lo más importante que les ha pasado en la vida es que les ha dejado su pareja, tiene una canción sobre un beso robado que, cuenta, termina pagándolo caro. De hecho, mucha gente se ha quejado de que se celebre un día internacional con algo que, visto con frialdad, es un abuso sexual. Mucha gente que ni siquiera reparó en el abuso de Rubiales a la futbolista han pensado después, gracias al revuelo, que eso no estaba bien. Quizá hayan pensado en sus hijas. Vamos avanzando. Y mirar hacia atrás da cierto susto.
Hay muchas maneras de robar un beso. Todas están mal, pero no todas están igual de mal. No es lo mismo que una broma más o menos pesada. Porque nuestras sociedades son machistas, se asesina a las mujeres al considerarlas una propiedad. Son millones las que sufren diariamente algún tipo de agresión. Pero es importante saber las diferencias. Ese ha sido la gran tarea de la ley del sólo sí es sí. Al unificar los delitos de agresión y abuso, siguiendo el Convenio de Estambul que firmó España, nos encontramos con la dificultad de jerarquizar delitos que no tienen la misma gravedad. Porque no puede ser lo mismo robar un beso, deslizar la mano en un trasero, toquetear sin su permiso a una mujer en un portal o un callejón, violar con violencia, violar en grupo o violar y asesinar. Los jueces, que los hay de la misma calaña que los que aplaudían a Rubiales cuando decidió echarle las culpas a la futbolista de la selección agredida, también hacen política. Porque no se trataba de que hubiera que aplicar la pena que más favorece al reo. Eso es evidente. Se trataba de aplicar una ley en su totalidad. Esa totalidad, guiada por la idea del consentimiento, es la que está empezando a entender la sociedad española. Incluidos nosotros, los hombres. Por eso se comporta como un miserable Núñez Feijóo diciendo, cuando en España se está discutiendo el comportamiento deleznable del presidente de la Real Federación Española de Fútbol, que la ley del solo sí es sí está soltando a violadores. Porque la realidad es que un violador que había salido de la cárcel por la ley 60 días antes -esa es la enorme ventaja que ha tenido-, volvió a delinquir 120 días después. Es decir, cuando ya habría cumplido plenamente la condena con la ley anterior. Ejemplos de cuando la política se vuelve basura.
3. Es verdad que el consentimiento como elemento del delito sexual existía antes de la ley del sólo sí es sí. Ahí está la condena que ganó Teresa Rodríguez, la política gaditana, a un baboso empresario que pensó que, en un acto oficial, podía besarle en la boca como, puede uno suponer, estaba acostumbrado a hacer en su fábrica o en su oficina con sus subordinadas. Pero ha sido gracias a la ministra Irene Montero que ahora el consentimiento esté en el centro de las relaciones sexuales. Como alguien ha escrito, la ministra Irene Montero salió por la puerta, pero ha entrado por la ventana. Incluso gente de la izquierda que asumió que las maneras de Montero restaban votos e, incluso, defendía un feminismo "menos ruidoso", andan ahora entusiasmadas hablando del consentimiento, como si lo hubieran inventado ellas. Da un poco de bochorno. El propio Pedro Sánchez, que le afeó a la ministra por culpa de sus amigos, que se sentían mal con ese feminismo, pasó después a pedir la dimisión de Rubiales, todo ello sin disculparse ante la ministra que, se ha demostrado, en lo del consentimiento tenía toda la razón. No estaría de más tampoco que la portavoz de Feminismo, Igualdad y Libertades LGTBI+ de Sumar, Elizabeth Duval, le agradeciera a la ministra Montero todo el esfuerzo realizado a menudo, incluso, en contra de la gente de Sumar.
Porque lo cierto es que la pelea por poner el consentimiento en el centro ha sido una pelea en solitario del barco morado, con Montero como capitana de la nave. Cuando la ministra de Justicia del PSOE, Pilar Llop, dijo aquello tan triste de que bastaba demostrar una herida para diferenciar entre un abuso sexual y una agresión sexual, todavía no había estallado el rubialesgate. La ministra Llop es bastante probable que no recuerde aquellas palabras como las más sensibles e inteligentes de su carrera política. Y es probable que, después de este escándalo, no le resultase tan sencillo reformar la ley como hizo el PSOE con el apoyo del PP y de una parte de la izquierda. Ha hecho falta el valor de Jenni Hermoso, la solidaridad de todas sus compañeras y la atención que les ha otorgado ser campeonas del mundo de fútbol femenino para que una buena parte de la sociedad, incluidos unos cuantos comentaristas deportivos que suelen llevar los hombros llenos de caspa, entiendan de qué va eso del consentimiento. Que es simplemente que dos se besan cuando los dos quieren. Por mucho que moleste a la extrema derecha y a los que coinciden con la extrema derecha pero se creen de izquierdas.
4. La sociedad norteamericana es estúpidamente puritana y muy amiga de castigar con la cárcel lo que les inquieta. Les preocupa menos un vídeo en las redes sociales con una decapitación o con una ejecución con un martillo que un pezón. Los pezones preocupan a la gente que tiene la mente sucia. Les molesta una madre dando de mamar en un bar o en un parque o que se le marquen los pezones a una ministra, como ocurrió con Ione Belarra. Suelen ser los mismos que están en contra del aborto, pero no les molesta que torturen con fuego o con hierros afilados a un animal delante de los niños. Tan defensores de la vida, tampoco les convoca que los niños, con apenas unos años, se desmayen de calor o de hambre en una escuela. Ese puritanismo enfermo norteamericano -la sociedad de los serial killer- quiere trasladarse a todo occidente. Entiendo que produzca resquemor ver a un cura acariciando a un menor -los casos de pederastia en la Iglesia católica se cuentan por decenas de miles-, pero que ya no se pueda acariciar a un niño es trasladar a la vida la suciedad de la gente sucia. No todas las caricias son pecado o delito. Tenemos que diferenciar para que los abusadores no quieran escaparse por ahí.
Puedes ser un patoso, puedes ser un baboso y también puedes ser un agresor. Basta que la persona a la que le has robado el beso sea tu subordinada, alguien a quien puedes perjudicar si no consiente a tus caprichos, tus calores o tus perversiones. En la vida social, los límites entre nosotros son fluidos y cada sociedad establece esos límites. Hay sociedades que se tocan más que otras, igual que hay sociedades más distantes donde pasar del usted al tú puede ser visto como una falta de respeto. Lo que nadie duda es de que un jefe no puede toquetear a una subordinada, no puede besarla sin su permiso, no puede amenazarla, presionar a sus padres o inventar mentiras para cubrir sus abusos. Lo de Rubiales agarrándose lo que tenga entre las piernas en el palco del estadio es lo menos escandaloso. Sabemos lo que se cuece en los palcos de los estadios y sabemos, cuando hablamos del decoro institucional, lo que hizo el anterior jefe del Estado, tan asiduo él a los palcos. El problema con Rubiales es que es un imbécil y siempre lo ha sido. Lo que pasa es que en el mundo del fútbol se nota menos. Y las mujeres se han cansado.
5. España, por fortuna, ha cambiado. Plácido Domingo puede decir que en su tiempo las cosas eran así. Por fortuna, ya no lo son. Y nos queda mucho por aprender. Nunca en la historia nadie ha cedido un privilegio sin que los subordinados te lo arranquen. A menudo, a través de procesos revolucionarios. Gracias a las barricadas tenemos derechos civiles, políticos y sociales en nuestras constituciones. Una de las grandes tareas pendientes tiene que ver con la igualdad entre hombres y mujeres. Es la tarea del feminismo. Y no va a ser ni fácil ni pacífica. Porque conforme más triunfe el feminismo, menos privilegios tendremos los hombres. Y por eso la extrema derecha -y algunos amigos de Pedro Sánchez- atacan al feminismo combativo, atacan con ira demenciada a Irene Montero, defienden a Luis Rubiales, le aplauden -como hicieron el seleccionador nacional masculino, Luis de la Fuente, y el femenino, Jorge Vilda, aunque ahora, como oportunistas sin dignidad, digan lo contrario-, y ponen cara de circunstancias, como algunos periodistas, cuando escuchan que robar un beso o tocar el pecho o el culo a una señora sin su permiso es, ni más ni menos que un delito.
Hace apenas cinco años, el labiazo de Rubiales a Jenni Hermoso -llamarlo beso es una insuficiencia del lenguaje- se hubiera zanjado con un "no seas histérica", "no es para tanto" , "anda, déjate de tonterías", "¿qué pasa, que tienes la regla?" o alguna lindeza por el estilo. Pero las chicas le han echado ovarios, que no huevos. Y en España estamos dando otro pequeño salto. De esos que cambian la historia.
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