Además de sus evidentes cualidades escénicas y de su simpatía personal, la celebración de la memoria de Concha Velasco el día de su triste fallecimiento tiene algo que ver con un país sin referencias compartidas y al que la cota de mierda le llega a la altura del cuello. Faltos de cosas que nos unan, y una vez sectarizados la bandera, la Constitución, los jueces, el hormiguero, la tortilla de cebolla, Colón, los chistes de maricones y enanos y el consenso de la Transición, viene una actriz y cantante asociada a las tardes del fin de semana y, por su carácter, con menos aristas ulcerantes que Iñaki Gabilondo, a convertirse en un hermoso lugar de encuentro ahora que llega el frío.
Concha Velasco puede brindar elogios en la derecha y en la izquierda porque era una mujer progresista, de manera que se hizo querer por su empatía y solidaridad por la izquierda, y, por esas mismas empatía y solidaridad se dejaba querer por la derecha.
Siempre es más complicado que estas cosas pasen con, por ejemplo, Lina Morgan, Arturo Fernández, Arévalo, Bertín Osborne o Mario Vaquerizo, todas figuras de enorme calidad en el palmarés de la gloria hispana. Porque, además de que tampoco son tantos los laureles a celebrar, la derecha, como hace con todo lo que tiene condición simbólica, les envolvió en la bandera y los pidió para llevar. Que los disfruten.
España no es un mal país, pero hay algunas gentes, que también son de aquí, que ponen toda su santa intención en embarrarlo. Llevan haciéndolo desde que unos cristianos mandaron a llamar a los bereberes en el 711 para que les ayudaran a solventar sus cuitas. Hay unos españoles, que siempre se creen los más españoles, que son muy amigos de llamar a gente de fuera para que vengan a matar a otros españoles.
La crisis de 2008, la irrupción de Podemos, las tensiones separatistas en Catalunya, más la llegada de inmigrantes -convertida en "avalancha", "invasión" o "marea" por los sosegados medios de comunicación que tenemos-, fueron el detonante de la emergencia de la extrema derecha en España. No porque antes no existiera, sino que hasta la fecha se hallaba escondida en los pantalones planchados con raya del Partido Popular, entre la carcoma y las termitas de algunas asociaciones de jueces y guardias civiles, en grupos ebrios y bronceados de amigos del emérito y las tertulias de televisión, envidia del mundo intelectual europeo. Y con la llegada de la extrema derecha, se pusieron al unísono la mierda y los ventiladores, que en este país siempre hemos sido, por pobres, más de ventiladores que de aires acondicionados.
Cuando gana la derecha, los países no se polarizan (salvo cuando los rotos amenazan con ruina), cosa que sí pasa cuando gana la izquierda e, incluso, antes de que gane, lo que hace que la gente ecuánime concluya que la derecha tiene dificultades para aceptar las elecciones cuando las pierde, y los preparaos, que son los mismos que siempre han dicho que pesa más un kilo de plumas que un kilo de plomo, lo achacan a que el problema es que la izquierda polariza. Que le pregunten a las hormigas de la televisión.
España lleva con la mierda de la polarización al cuello los mismos años que lleva el Consejo General del Poder Judicial fuera de la Constitución, aunque muchos menos de los que se tiró robando el emérito, Feijóo veraneando con un narco de la cocaína, Esperanza Aguirre eligiendo ranas para la charca de la política madrileña y Aznar sin disculparse por mentir a los españoles con las armas de destrucción masiva en Irak o con los atentados de Atocha. El tiempo, como sabía Einstein, santo de los terraplanistas y de los que ven fumigantes en el cielo pero no regantes en Doñana, es relativo.
La polarización tiene a España desencontrada. España se viene rompiendo desde que se murió Franco. Pero siempre se les ha pasado. Ahora les toca subir el volumen. Si encima los mundiales de futbol se los llevan a sitios donde uno siente la misma pasión que Lawrence de Arabia en los Alpes, si Rafa Nadal se lesiona, si el murciano Carlos Alcaraz pierde y encima se va a los toros y si las chicas de la selección nacional de fútbol femenino ya ni se dejan tocar el culo por el seleccionador nacional, a ver dónde nos vamos a encontrar los españoles como una unidad de destino en lo que sea. Podía habernos echado una mano Ridley Scott uniéndonos a favor o en contra de su Napoleón, pero ni eso.
Así que la buena de Concha Velasco se muere y hasta Isabel Díaz Ayuso, sin pinganillo, se planta en la capilla ardiente de la actriz, la gente la abuchea y Marisa Paredes la manda en directo a la mierda, mientras todos los telediarios hacen especiales sobre la vida de la multifacética Velasco y repiten sin cesar su gran éxito, que el público entrevistado tararea en improvisadas entrevistas en la puta calle.
Concha Velasco debiera unir a todos los españoles, pero quizá incluir a Díaz Ayuso sea excesivo. Es costumbre de los pijos frivolizar, pero Díaz Ayuso exagera. Y mira que vimos a Los del Río bailar La Macarena en las escaleras de la Moncloa, con Aznar y Ana Botella, en un acto homenaje al asesinado Miguel Ángel Blanco. Es verdad que Ayuso no se entera bien de las cosas (no se han enterado de que bajo su Presidencia se han asesinado a 7.291 ancianos en las residencias madrileñas), y hace bien en creer que el teatro de La Latina era su sitio, creyendo que quizá todavía se llamaba Teatro Lina Morgan. Eso le viene de que el PP, que compite con Vox, en verdad no es nada sin los teatros de la rancia comedia del franquismo y sin los espectáculos de variedades -como les dicen- y que no son otra cosa que chistes, otra vez, de enanos y maricones, sufrimientos de enredos con dolientes cornudos y señoras con poca ropa moviéndose a ritmo de procesión desautorizada. El teatro La latina hoy, por fortuna, estrena otras cosas.
España no tiene ahora mismo casi nada que compartamos todos los españoles, porque ni siquiera la hermosura bronceada de Pedro Sánchez -al que no se le resisten las estaciones-, embelesa a las señoras del barrio Salamanca que, por el contrario, ven guapo a Toni Cantó -al que un día de estos le darán el premio Stajanov al mérito laboral-, a Adolfo Suárez Illana con sus canas a lo Richard Gere, e, incluso, a Felipe González, con sus arrugas más negras que blancas donde se cazan exclusivamente ratones comunistas.
Volvemos a ser noticia en el mundo por el ruido de sables franquista -el único ruido que debiera preocupar en un país donde todavía Federico García Lorca es un desaparecido-, ruido franquista en la calle Ferraz, en el Parlamento con los diputados de Vox saliendo en fila india como si fueran de excursión con la OJE, en la Plaza de Colón, en el matonismo de influencers, youtubers y streamers, que son famosos porque son conocidos y son conocidos porque son famosos, en los platós de televisión donde presentadoras y presentadores ya hace tiempo que decidieron ni siquiera guardar las formas y en las redacciones de algunos periódicos que recuerdan a El Alcázar y el Arriba.
Concha Velasco, a quien los abuelos y bisabuelos que votan a la derecha vieron un poco zorra en su día por cantar lo de la chica yeyé y enseñar unos muslos en televisión inabarcables a la vista; a quien, además de ligera, vieron algo comunista por solidarizarse con los trabajadores de la cultura; también a quien vieron sospechosa por no apoyar a esa lista interminable de gente de la cultura que ha pedido invariablemente el voto para la derecha y la extrema derecha, hoy es despedida con elogios por todo el mundo. Como le pasó a Mandela: si creen que te desactivan, te celebran. Hasta Núñez Feijóo ha dicho de ella que es "una artista con mayúsculas", pero, como es él, lo ha escrito con minúsculas.
No estaría mal que Concha y Mandela, aprovecharan y mandaran un granizo como pelotas de rugby sobre la cumbre del Clima en Emiratos Árabes y sobre la calle Ferraz. Ahora que están en el otro mundo, quizá tengan poderes que pongan a bailar a las grandes empresas petroleras y los del Cara al Sol que están tirando por tierra la marca España. Y de paso, para que los que se olvidan de tantas cosas, no se olviden que ellos nunca se olvidaron de quiénes fueron.
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