La frase es de Helder Cámara, obispo brasileño defensor de los Derechos Humanos, figura destacada de la Teología de la Liberación que murió en 1999 buscando respuestas a esa pregunta, soluciones que acabaran, o al menos mitigaran, la extrema pobreza. Pero los ricos prefieren la beneficencia, y no parecen estar muy dispuestos a renunciar al placer de practicar la caridad. Por eso les da yuyu el Ingreso Mínimo Vital, porque les despoja de la válvula de escape con la que están acostumbrados a acallar sus conciencias. Por un lado te robo, pero no te preocupes que por otro te doy limosna. Llama la atención que Luis Argüello, actual portavoz de los obispos españoles, esté más de acuerdo con los ricos que con su colega brasileño. IMV vale, ha venido a decir este lunes, pero por poco tiempo, ¿eh?, que si no los pobres se acostumbran a la sopa boba. (cf. minuto 48.47 de su comparecencia)
En el franquismo, lo he contado alguna vez, hubo durante años un programa de éxito en la radio llamado "Ustedes son formidables" donde si alguien necesitaba unas muletas para caminar, o dinero para ser operado de un tumor, o muebles por haber sido víctima de una inundación... la noche de la emisión se hacía el milagro: abrían los teléfonos y gente a la que en muchos casos le faltaba para cubrir sus necesidades más primarias se desprendía de unas cuantas pesetas entre lágrimas, emoción y aplausos, y se comprometía a ingresarlas en la cuenta de un programa cuyo presentador, Alberto Oliveras, cobraba un pastón y se daba la vida padre en París.
Pobres que no querían ser menos que los ricos ayudaban a personas más pobres que ellos, miserables que, como en la novela de Galdós, al día siguiente se liaban a tortazos disputándose el puesto de pedigüeño mejor situado a la puerta de las iglesias.
Según el VIII Informe Anual de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social, en 2018 la pobreza severa en España se situaba en el 6,9 por ciento de la población, más de tres millones de personas. Los que son pobres hoy, lo son mucho más que hace diez años. Y en esas andábamos cuando apareció el coronavirus en escena.
Durante la dictadura, el programa de Oliveras en la radio resolvía problemas que tenía que solucionar el Estado, pero el poder de entonces parecía más interesado en blindar los privilegios de los poderosos que en ocuparse de los problemas de los más desfavorecidos. Para eso ya estaban las cuestaciones en días señalados, (Cáritas, Domund, Fiesta de la banderita de la Cruz Roja...) esas mesas petitorias que en Madrid presidía Carmen Polo y en provincias las mujeres del jefe local del Movimiento.
Los ricos, para sentirse verdaderamente ricos, han de mantener "sus pobres", a los que graciosamente socorren, para poder garantizarse así que los mantienen serviles y agradecidos. Con coronavirus o sin él, los dos partidos que componen el Gobierno de coalición habían pactado, antes de su formación, contribuir a paliar las desigualdades ayudando a los más desfavorecidos con el llamado Ingreso Mínimo Vital. El momento que vivimos obliga a acelerar ese acuerdo, que prima los derechos frente a caridad "cristiana".
Esta España acostumbrada a rezar ante los contratiempos, a confiar en los juegos de azar y en el enchufismo (colócame al niño, Pepe!) va a descubrir que el IMV va a servir para ayudarles a tener fe en sus propios méritos, a convencerse de que merece la pena el esfuerzo para prosperar en la vida. El IMV no es una muleta, sino una palanca hacia la dignidad y el empoderamiento. Quien te contrate lo hará con respeto y no podrá aprovecharse de tu hambre.
Los políticos que ponen el grito en el cielo cada vez que se implanta una medida nueva de cariz progresista (que por lo general acaban asumiendo como suya poco más tarde), esos sepulcros blanqueados que califican de despilfarro el Ingreso Mínimo Vital, no tardarán en comprobar que el dinero que pondrá en circulación esta medida contribuirá a que haya más puestos de trabajo, más actividad económica, más vida, más esperanza en definitiva. Lo que cuesta hacer esto supone cinco mil quinientos millones de euros al año, la mitad de lo que aportamos también cada año a la Conferencia Episcopal y la undécima parte de lo que Luis de Guindos tuvo que emplear en 2012 para evitar que la banca española se fuera al garete. Y mire usted por dónde ese mismo Luis de Guindos, en la actualidad vicepresidente del Banco Central Europeo, apoya la implantación del IMV. Como el Papa Francisco, dicho sea de paso.
Los explotadores no pueden soportar la idea de que la gente deje de pedirles empleo humillados y asustados, no les gusta que los trabajadores tengan oportunidades para formarse, prosperar y mejorar su futuro, que es a lo que contribuye la implantación del IMV. Y no les gusta quizás porque intuyen que, cuando se apruebe, se abre un camino sin marcha atrás, una revolución que mejorará la vida de mucha gente pobre y permitirá que por abajo se pueda empezar a vivir sin miedo.
Basta de caridad. Bienvenidos sean los derechos por los que Helder Cámara nunca dejó de pelear. Esos derechos que el portavoz de los obispos españoles (desconozco si todos piensan como él) dijo aceptar siempre que no sean "una coartada para una especie de subsidio permanente".
J.T.
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