Buena parte de las intervenciones de los políticos en los medios, puede que la mayoría, son del todo innecesarias. Suelen obedecer a inercias que nadie cuestiona y que parecen haberse instalado sin remedio en la práctica periodística diaria.
Deberíamos hablar de los políticos solo cuando se lo merecen, proponía alguien en la tele el otro día. Alguien que, por cierto, lleva a los políticos a su programa cuando le ordenan que los lleve. Pero en esto tenía razón: si los políticos aparecieran en la tele solo cuando van a contarnos algo que nos interesa porque afecta a nuestras vidas nos garantizaríamos, entre otras cosas, un mayor sosiego y sin duda una mejor convivencia.
La responsabilidad de que las cosas no sean así no es solo de los políticos y de sus equipos de asesores sino también de los periodistas que les siguen el juego ¿Por qué se les sigue el juego? Ninguna respuesta de las posibles deja en buen lugar al oficio periodístico, ya que esa cancha tan excesiva como prescindible al exabrupto del político de turno se debe a la pereza, al miedo o a la búsqueda del beneficio, y muy pocas veces se rige por estrictos criterios profesionales.
Se debe en primer lugar a la pereza porque es barato y sumamente cómodo ponerle la "alcachofa" (el micrófono) a alguien para que diga lo que le viene en gana (pocas veces se corresponderá con la verdad) y tener cubierta así la cuota diaria de aparición en pantalla de cada partido político. Una vez consiguen que alguien les regale el "ataque" de la jornada se frotan las manos: habrá quien tendrá la decencia de buscar al menos la réplica del adversario aludido, aunque ese pérfido juego tampoco lleva a ninguna parte la mayoría de las veces; pero otros darán ya por cubiertos sus objetivos cuando el material obtenido les proporcione un titular para los informativos y a su vez les resulte útil también como carnaza para montar el pollo en los programas satélite de la cadena de turno.
La mayor parte de los informativos se han convertido en una fétida oferta de "totales" (así se llama en el oficio a las declaraciones) encadenados cuyo contenido casi nadie se molesta en verificar y mucho menos en apostillar, como sería de obligado cumplimiento cuando el político de turno se ha dedicado a insultar o a mentir.
En segundo lugar, decíamos, la prensa le sigue el juego a los políticos por miedo. La supervivencia de la mayor parte de medios locales y regionales depende de las subvenciones de ayuntamientos, diputaciones y gobiernos autonómicos. Por cada subvención que entra por la puerta hay un trozo de periodismo que sale por la ventana. Y si la dependencia es total, la ausencia de periodismo acabará siéndolo también. En cuanto a los medios de difusión nacional, la perversión es absoluta como ya hemos tratado en otras ocasiones. Como sabemos, cada vez son menos las empresas periodísticas que no dependen de fondos extranjeros, de bancos o de empresas del Ibex en general. Y en cuanto a los medios públicos, ¿conocen algún directivo que se resista a cumplir las instrucciones del gobierno que lo nombró y se mantenga en el cargo?
La tercera razón por la que los medios le siguen el juego a los políticos es porque se trata de una práctica que les resulta rentable. En unos casos porque creen que para sobrevivir es imprescindible hacer la pelota y en otros porque entienden el periódico, la radio o la tele de su propiedad como instrumentos para colocar a políticos que, una vez en el poder, actuarán de acuerdo con sus intereses y no con los de la ciudadanía que los votó.
En resumen, que el político que aparece en la tele no lo suele hacer porque el medio de turno lo requiera para aclarar un tema de interés ciudadano donde su intervención puede ser ilustrativa y hasta pedagógica (en estos casos suelen resistirse), nada de eso: solo quieren hablar para contarnos lo guapos y listos que son ellos, frente a lo feos y perversos que son su adversarios.
Se olvidan del carácter de servicio de su puesto de trabajo (ya sean alcaldes, directores generales, diputados o presidentes), olvidan que son empleados nuestros, que somos nosotros quienes los hemos puesto donde están, y solo quieren los medios para usarlos como vehículo de propaganda del mensaje que necesitan difundir. Si los políticos aparecieran en los medios y hablaran en ellos solo cuando se lo merecen sería toda una revolución. Parece algo de sentido común, ¿no? Pues mire usted que es difícil.
J.T.
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