García Castellón es el Vinicius del lawfare. Mete goles con el brazo y a los árbitros le falta tiempo para dar por buena la jugada. Gol. Gol al decoro por toda la escuadra; gol que, quienes deciden validarlo, celebran en la intimidad de esos micrófonos con los que se intercomunican y no quieren que nadie escuche. Gol que defienden a cal y canto los beneficiados por la decisión, por muy polémica que esta sea; gol que alivia a quienes pugnan por recuperar cuanto antes su papel hegemónico cuando lo pierden. Viven convencidos de que el poder y el liderazgo solo les pertenece a ellos.
Nacieron, o al menos así lo creen, para estar arriba. Para ser líderes, primeros de la tabla en el caso del Real Madrid y para mandar en el gobierno en el caso de las derechas. Los únicos amos del cotarro. Así que el Almería no podía ir ganando por dos a cero en el minuto sesenta en el Bernabéu. El colista, ¡qué vergüenza! Había que remediarlo por lo civil o por lo militar. Y se remedió. Sólo les faltó proclamar que el conjunto andaluz es un equipo ilegítimo, un combinado Frankestein, un adversario okupa al que hay que echar cuanto antes...
El Real Madrid en el fútbol, con el controvertido personaje que lo preside, guarda un asombroso parecido con el Partido Popular. Ni uno ni otro soportan que el espejo les diga que no están solos y que deben aprender a perder, a comportarse con elegancia en las derrotas. El Girona, equipo revelación de la temporada, ya ha empezado a ser víctima de las conspiraciones. Los poderosos ni siquiera disimulan para que parezca un accidente. Hace una semana el equipo catalán se habría escapado, líder con cuatro puntos de diferencia a mitad de temporada, si al Almería no le hubieran anulado el tercer gol en el Bernabéu, si el árbitro no hubiera dado por bueno el gol con la mano de Vinicius que empataba el partido y si el encuentro no se hubiera alargado indefinidamente hasta que en el minuto 99 llegó el 3-2.
García Castellón, Llarena, Escalonilla, Marchena, Alba y compañía alargan el juego y usan el VAR con el mismo desparpajo que el colectivo arbitral lo hace en el fútbol. Como las derechas que nos ha tocado sufrir, el Real Madrid no está dispuesto a que las cosas no sean como a "la entidad" le interesa que sean. Le sobra el Barça como a Abascal le sobra Puigdemont o a González Pons el Tribunal Constitucional cuando el presidente de este organismo no es de su equipo, o a Feijóo la Constitución misma; se inventan penaltis inexistentes como en según qué juzgados se tramitan expedientes falsos.
Y mucho cuidado con protestar, mucho cuidado con indicar en voz alta que el rey está desnudo como el niño del cuento; mucho cuidado con decir, como el famoso capitán Renault de Casablanca, qué escándalo, aquí se juega: si eres entrenador y se te ocurre denunciar la injusticia, el que acaba empurado es el míster de turno. García Castellón se llena la boca de críticas al Gobierno de coalición, pero si a la vicepresidenta Teresa Ribera se le ocurre valorar alguna de sus actuaciones se monta la mundial en cuatro minutos, qué escandalo, una ministra cuestionando la independencia judicial...
En resumen, haces lo que te da la gana, empuras a quien te sale de las narices, le buscas la ruina a políticos inocentes (de izquierdas, por supuesto) durante cinco o seis años de sus vidas, los periódicos rematan la faena machacándolos sin piedad, y luego, con el tiempo, el caso acaba sobreseído por falta de pruebas. Eso lo haces una y otra vez durante años, siempre con los del Almería, los del Cádiz o el Celta de Vigo pero ¡ay de aquel a quien se le ocurra denunciarlo! Les buscaste la ruina, nadie pidió perdón y encima te dicen que más te vale quedarte calladito. De lo contrario, ya sabes.
Ese es el juego nuestro de cada día, tanto en la política como en el fútbol; ese es el espectáculo que nos brindan a diario merced a esa imbatible confluencia de jueces, políticos y mercenarios mediáticos a sueldo. Meten los goles con el brazo, pitan penaltis injustos y se ríen de nosotros en nuestra cara. Además, se permiten el lujo de negar las evidencias con actitud desafiante y sin el menor atisbo de vergüenza: ¿Pero a quién va a creer usted, a nosotros o a sus propios ojos? Groucho Marx, siempre vigente.
J.T.
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