Las carga el diablo

El periodismo y la fuga de Puigdemont

Una simpatizante de Carles Puigdemont prepara una pancarta para recibir al dirigente independentista en su reaparición en Barcelona tras siete años de exilio. — Nacho Doce / REUTERS
Una simpatizante de Carles Puigdemont prepara una pancarta para recibir al dirigente independentista en su reaparición en Barcelona tras siete años de exilio. — Nacho Doce / REUTERS

¿Dónde estaban los periodistas en el momento de la fuga de Puigdemont? ¿A nadie se le pasó por la cabeza la posibilidad de que, al margen de lo anunciado oficialmente, existiera un plan B para esfumarse y escapar como finalmente sucedió? Las fuerzas de seguridad pueden ser torpes o estar conchabadas, pero... ¿los periodistas también estábamos todos abducidos?

¿Me quieren decir que no hubo una sola redacción de informativos en todo el país, ni un solo jefe con experiencia, ni un solo reportero intrépido a quien se le pasara por la cabeza que había que hacer lo posible para no perder de vista al expresident en ningún momento? ¿Me quieren decir que todos se dejaron seducir por la megafonía y sus  instrucciones de despiste cuando se pedía a los presentes permitir avanzar por el pasillo central a la comitiva -de la que presuntamente formaba parte Puigdemont- hasta llegar a la entrada del parque de la Ciudadela, sede del Parlament de Catalunya? ¿Me quieren decir que importaba tanto el morbo del momento de la detención que se prefirió pensar que el expresident avanzaba hacia el Parlament junto a Mas, Rull, Torra, Borrás, Batet, Llach y compañía? Muchos de los asistentes llegaron a creer lo que decían los altavoces más que lo que veían sus propios ojos, pero... ¿los periodistas también?

"No habíamos contemplado que Puigdemont escapara como lo hizo", admitió al día siguiente el ya exconsejero de Interior de la Generalitat con lágrimas en los ojos. A juzgar por los resultados, parece claro que los periodistas tampoco. Obsesionados por captar la imagen de la detención, ningún medio pareció dispuesto a sacrificar una cámara de televisión o una máquina de fotos, ni siquiera alguien con un triste móvil para dedicarse a buscar, aunque solo fuera por si acaso, la otra cara de la luna. Cuando, como todo informador profesional sabe de sobra, esta obligación es una de las reglas de oro del periodismo.

Yo creo que si mi amigo Mariano Valladolid hubiera estado en esa cobertura, lo habría hecho. Son muchas las veces en que su manera de buscar otro ángulo del acontecimiento que le toca cubrir como reportero gráfico, renunciando así a captar la imagen que al final acaba teniendo todo el mundo, le ha dado excelentes resultados y el reconocimiento profesional del que goza entre sus compañeros. Mariano es freelance, trabaja en Andalucía y el secreto de su trabajo, además de estar dispuesto a volver a su casa sin haber grabado nada, es la discreción. Si le hubiera tocado cubrir el discurso de Puigdemont habría grabado, aunque fuera infiltrado y con un móvil. Y si no le hubieran dejado grabar, al estar presente podría al menos haber contado como testigo el momento camuflaje. Por supuesto lo habría hecho manteniéndose al margen, no inmiscuyéndose ni delatando a nadie, faltaría más. Pero tendríamos la secuencia. O su relato como testigo directo.

Esto no solo lo hace Mariano. Rosa María Calaf y su compañero el reportero gráfico de TVE, en Haití, cuando Jean-Claude Duvalier se escapó del país en 2011, consiguieron captar la única imagen del dictador conduciendo el coche en el que se dirigía al aeropuerto para huir. Y lo hicieron apostando sencillamente por colocarse en el lado opuesto al que se encontraba el resto de sus compañeros de cobertura. Ella sabía que el dictador no se fiaba ni de los conductores, se arriesgaron... y ganaron. Es verdad que son muchas las veces en que haciendo esto te quedas a dos velas y, si no se tiene la suficiente seguridad profesional, el miedo a la bronca de los jefes lleva a apostar por lo que hace todo el mundo. Decenas de cámaras peleando por el mismo plano secuencia que a los pocos minutos van a distribuir todas las agencias, así es la cosa.

Dado que esta es la cera que arde a día de hoy en el periodismo de nuestro país, ahí tenemos los resultados. Como las imágenes del Congreso las pasa la institución una vez realizadas, hace tiempo que nos quedamos ya sin planos de gente durmiendo, votando por otro diputado o viendo porno. A veces en algún directo, el realizador falla y pincha algún plano que parece periodismo... pero por equivocación. Tampoco hay periodismo ya en los mítines electorales, cuya señal realizada suele ser un dechado de manipulación, tampoco en la mayoría de ruedas de prensa de los políticos... Hacen más periodismo los micrófonos abiertos por descuido que los periodistas.

El regalo a los medios de las señales realizadas, la desmotivación de muchos reporteros de a pie, que cada día que pasa están peor pagados, la mentalidad práctica mal entendida y la falta de tiempo y voluntad para trabajar con perspectiva y un mínimo sosiego han instalado en el mundo de las coberturas periodísticas un punto de relajación muy peligroso. Se nos escapan las mejores y se nos escapan porque andamos despistados, desanimados y colonizados por una envenenada tendencia a la burocratización que, como todo el mundo sabe, es la mayor enemiga del periodismo.

¿De verdad huyó Puigdemont en el coche blanco que nos dicen, de verdad se puso el célebre sombrero de paja? ¿Dónde está el documento, el plano secuencia que lo acredite con claridad? Me cuesta pensar que no existan esas imágenes, que a nadie del equipo del expresident se le encargara grabarlas. Existía un plan B y consiguieron engañar a los Mossos, a la Policía, a la Guardia Civil... y a los informadores. Si además alguien del equipo de Puigdemont lo grabó y ahora están midiendo los tiempos hasta que consideren que ha llegado el momento de difundirlo, el ridículo en que dejarían a la profesión periodística sería ya memorable.

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