Mienten tanto que no les queda sitio para la verdad. Si los principales medios de la madrileñidad tóxica, que extienden su veneno a través de las ondas y los pocos quioscos que van quedando, se equivocaran algún día y difundieran una verdad, serían pocos quienes les creerían. Hasta su más adicta parroquia sabe que mienten, y por eso les jalea, porque hacen el trabajo sucio que necesita para preservar sus privilegios. Los portavoces de la mentira por sistema lo tienen difícil para mantener alto el pabellón desde que ciertos alumnos aventajados les han rebasado por la derecha enfangando las redes sociales con bulos ofensivos y rastreras noticias falsas. El incalificable linchamiento del que fue víctima hace unos días mi compañero y amigo Raúl Solís desborda los límites de lo admisible para devenir en delincuencia pura y dura.
Me niego a reproducir más veces las monstruosidades que ese eurodiputado ultra apellidado Pérez y el repugnante escudero con nombre de mafioso que tiene a su servicio, le han dedicado a mi colega periodista porque seguro que el lector, si no las conoce ya, tiene dónde consultarlas. Quizás el lector conozca también que, como consecuencia de las maldades vertidas contra Solís, decenas de miles de seguidores de estos fascistas de libro procedieron acto seguido a proferir contra él todo tipo de improperios rematados con amenazas intolerables.
No sé que piensan ustedes, pero esto no puede continuar así. De ninguna manera. Tamaña escalada de odio no augura nada bueno. Y si deleznable es esta peligrosa espiral, más lo es aún el silencio de buena parte de medios y opinadores en general a propósito de este infame episodio. Tanto si callan por miedo como si justifican su silencio aduciendo que carecen de datos suficientes, no creo que ignoren que así están labrando su propia fosa. La persecución y hostilidad contra Raúl Solís es solo uno de los primeros pasos en una estrategia que llegará hasta donde, quienes continúan actuando con inaceptable impunidad, se propongan llegar.
La homofobia y el racismo, señas de identidad de la ultraderecha más irredenta, han turbado el tradicional sosiego que solía caracterizar a la tercera semana de agosto en materia de actualidad política. Los ultras no parecen dispuestos a descansar en su camorrista empeño de hacer más honda cada día la brecha entre las eternas dos Españas, envenenar así la atmósfera social y dificultar todo lo posible nuestra convivencia en paz. La incalificable campaña racista que tuvo lugar, también hace unos días, a propósito del asesinato en Mocejón, Toledo, de un niño de once años, corrobora la escalada canalla de una amoralidad militante practicada por sistema para no darnos respiro, desestabilizar el ánimo ciudadano y añadir mayores dosis de crispación a ese cansino suma y sigue cuya finalidad última es acabar con el Gobierno de coalición cuanto antes y como sea.
El odio no puede ni debe ser negocio. Cada vez que veo por escrito el nombre del tal Pérez, creo que andamos contribuyendo al crecimiento icónico del infame personaje. Al tiempo parece claro que la opción no puede ser comportarse como si este no existiera ¿Qué hacer? ¿Cómo atajar tamaña afrenta? No hay que olvidar además que el objetivo de la violencia fascista es deshumanizar y destruir a quienes le plantan cara. Lo hicieron con Mónica Oltra, con Pablo Iglesias, con Irene Montero, Vicky Rosell y tantos otros; lo hacen ahora con Martina Velarde y con Raúl Solís y, como ha dicho él mismo, lo seguirán haciendo si quienes pueden escribir en el BOE continúan durmiendo el sueño de los justos. Raúl ha puesto en manos de la fiscalía tanto las acusaciones de pedofilia que han vertido contra él en redes cuentas con cientos de miles de seguidores como las amenazas de toda índole que le han dedicado miles de "incondicionales" de estos profesionales del incendio social. Veremos.
Esperemos que se decidan de una vez a investigar en los perfiles de redes y cuentas de mensajería de quienes difunden bulos y atrocidades a diario, a ver si así consiguen averiguar las posibles vinculaciones políticas o asociativas, los referentes ideológicos y también intelectuales. Es algo, como recuerda Carlos Hernández, que viene haciéndose con todos los terrorismos, salvo inexplicablemente con el de ultraderecha. Al menos hasta ahora. Que mañana mismo pueden cambiar la ley para acabar con la impunidad en redes, afirman quienes parecen olvidar que esas mismas mezquindades se difunden también en la mayoría de periódicos, radios y televisiones. Cambiar la ley... ¿para que la aplique quién? Y hasta entonces, ¿qué? Menos estrategias de dilación, menos palabras bonitas, menos lobos y al turrón.
Tras su famosa carta a finales del pasado mes de abril, el presidente del Gobierno se fue a reflexionar cinco días y reapareció con una palabra mágica por bandera: regeneración. Pues sea lo que sea lo que para él signifique ese término, ya está tardando, por mucho que el consejo de ministras y ministros comenzara a legislar mañana mismo. Que, por cierto, a ver cómo lo harían sin acabar cuestionando derechos de todos. Tarea complicada. Mientras tanto los ultras, erre que erre, ahí continúan con su estrategia de desestabilización. A calzón quitado y sin perder un minuto. Algunos de ellos incluso, con sus credenciales de prensa colgadas al cuello, sembrando cizaña por los pasillos y en la sala de prensa del mismísimo Congreso de los Diputados.
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