El ultrafascista Vito Quiles aparecía el otro día en las redes abrumando en un vídeo a David Broncano con una pregunta tras otra basadas todas ellas en mentiras y torticeros juicios de valor sin otorgarle al interpelado el tiempo necesario para replicar de manera sosegada. Aún así, el presentador de La Revuelta salió airoso del asalto callejero del que fue víctima, un acoso infestado de odio y rebosante de bulos.
Esta flagrante agresión me recordó aquel cara a cara electoral en el que Núñez Feijóo utilizaba una técnica similar para intentar acorralar a Pedro Sánchez, propósito que en buena parte el todavía líder del PP consiguió porque, sorprendido, el presidente no pudo o no supo reaccionar con la rapidez necesaria al incesante bombardeo de disparates del que era objeto hasta el punto que acabó perdiendo el debate.
Pues bien, esa técnica invasiva cuenta con un nombre que el lector probablemente conozca, pero del que yo admito no haber tenido noticia hasta que hace poco una de mis hijas me habló de ello. Se conoce como "Galope de Gish" o ametralladora de falacias. El término fue acuñado hace treinta años por la antropóloga estadounidense Eugene Scott para definir la encendida manera que un bioquímico de Kansas llamado Duan Gish tenía de defender sus tozudas ideas creacionistas. Para negar la evolución de las especies en los debates donde intervenía, Gish recurría a un tsunami de medias verdades, mentiras y tergiversaciones expuestas a tal velocidad que los contrincantes no conseguían disponer del tiempo mínimo para rebatirlas. Daba igual la solidez o la exactitud de los argumentos desplegados, porque se trataba de abrumar al oponente sin permitirle casi ni respirar, ¿verdad que les suena?
Cada punto planteado por quien utiliza la técnica del Galope de Gish exige mucho más tiempo para ser rebatido que para ser enunciado. Dado que la ametralladora de falacias está basada en el desprejuicio y la amoralidad, solo puede ser contrarrestada, y con mucha dificultad, si conocemos bien a quienes sabemos que la usan y conseguimos desmontar sus trampas antes de que tomen carrerilla.
¡Qué pereza tener que lidiar a diario con este tipo de especímenes! En una tertulia o en un debate todavía existe la oportunidad, aunque sea poca, de frenarlos. Pero ¿cómo nos defendemos cuando no existe la posibilidad de réplica? ¿Qué hacer cuando Florentino Pérez, por ejemplo, usa un atril inexpugnable para lanzar una mentira tras otra sobre periodistas de países como Namibia o Finlandia que no votaron por Vinicius para el balón de oro? ¿Qué hacer cuando Pablo Motos, desde el blindaje que proporciona un monólogo televisivo, recurre a un bulo tras otro para atacar a su adversario profesional? ¿Qué hacer con Ayuso o con Feijóo, que no saben sino mentir, o con ese aventajado alumno que les ha salido en Valencia llamado Carlos Mazón y que no deja de perpetrar amoralidades? ¿Cómo salir al paso de tanta infamia? ¿Cómo evitar que luego estas iniquidades circulen de guasap en guasap sin control alguno hasta convertirse en el único tema de conversación entre cuñaos a la hora del aperitivo?
Insisto, ¡qué pereza, desayunar cada día con la última escaramuza de un juez empeñado en sacar petróleo de donde no hay, magnificada esta a su vez por un presunto comunicador que le otorga encantado todo el pábulo del mundo!; ¡qué pesadez el constante empeño por irse sacando conejos de la chistera, llámense Aldama o llámense como se llamen, y airear a bombo y platillo acusaciones sin pruebas! No es calidad democrática tener que salir cada día al paso de bulos infames, tampoco tener que demostrar tu inocencia mientras los mentirosos acusan sin pruebas con todos los altavoces del mundo dispuestos a propagar mendacidades a los cuatro vientos.
El diputado del PNV Aitor Esteban dio el otro día en el clavo: tienen demasiada prisa y en consecuencia les da todo igual. Ven lejos el momento de llegar al poder y no lo soportan. Les sobra la democracia, les sobra la verdad, les sobra la decencia. Y no les falta dinero ni recursos para obligarnos a soportar este insufrible estado de crispación. No sé si estamos a tiempo, pero de alguna manera empieza a ser urgente poner pie en pared e impedir que la desesperación de los intolerantes siga comiéndonos el terreno.
Afirma mi amigo Rubén Sánchez que para acabar con la impunidad de quienes viven de la difamación es necesario que el mayor número posible de víctimas se enfrenten a ellos en los tribunales de justicia. No sé yo si con eso basta, porque el uso cada vez más generalizado de técnicas como el Galope de Gish es la demostración más palpable de que nos enfrentamos a un ejército de amorales a quienes todo da igual. El diagnóstico parece claro. Ahora solo nos queda dar con la solución antes de que sea demasiado tarde.
Comentarios
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