La lucidez le valía para escapar a tiempo de las trampas, y el ingenio para sortear las zancadillas con tanto arte que conseguía sacarles una sonrisa incluso a sus propios autores.
Pero Moncho Alpuente tenía un problema. Que no se contentaba con plantar cara a las tropelías y las injusticias, ni tampoco con ser solidario y cómplice con las víctimas de los desmanes de los poderosos. Decidió además, el muy impertinente, ser consecuente en su vida diaria con esa manera de entender las cosas.
Era un tipo brillante y, en consecuencia, incómodo. Fue mi jefe hace casi cuarenta años y a sus órdenes conocí mediocres y trepas que algún tiempo después pudieron ayudar, y no lo hicieron, a un Moncho cuya coherencia le llevá a cantar, contar y gritar las verdades del barquero a todo bicho viviente. Consecuencia: le costaba ganarse la vida mucho más de lo que su talento se merecía.
Él se ha muerto sin saberlo, pero sus reflexiones se encuentran entre las que, a lo largo de mi vida, me ayudaron a reforzar mis convicciones.
- La única manera de que no te tengan pillado por los huevos, Juan, es descolocarlos, que no te encasillen.
Me decía esto en uno de sus saltos del periodismo a la canción, cuando decidió que no quería dedicarse a ir de jefe por la vida, a pesar de haber pilotado la sección de Cultura de El Periódico de Madrid con una solvencia que no he vuelto a ver en ninguna otra parte desde que Asensio decidiera cerrar aquel diario.
Ser polifacético fue su repuesta a la hostilidad de los mundos en que se movió: el teatro, la tele, la radio, la escritura, la música... Hace seis años, durante un fin de semana en el que coincidimos en Carmona, me contaba sus proyectos con esa mezcla de entusiasmo y escepticismo que tuvo siempre.
Las dos últimas temporadas hemos sido compañeros en Público. Todo un honor para mí ver colocadas en portada sus columnas junto a las mías. Algún pantallazo hice de esas coincidencias que, a partir de ahora, conservaré como una entrañable reliquia.
Siempre quiso escapar de las etiquetas Moncho. Arruinaban la creatividad, me decía. Pagó un precio por ser como era. Pero no en afectos, en cuya lista quise estar siempre y quiero estarlo hoy, cuando muchos de los que lo putearon soltarán sin escrúpulo alguno esas lágrimas de cocodrilo tan habituales en estos casos.
Yo no voy a llorar por ti, Moncho. Voy a brindar por tu lucidez y por tu ingenio, que tanto nos iluminó y estimuló. Y a pesar de los muchos años que llevo sin hacerlo, hoy me voy a fumar un cigarro a tu salud.
J.T.
Comentarios
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