Desde que arrancara el primer piloto a finales de junio en La Gomera, la aplicación móvil (app) de rastreo Radar COVID ha sido un fracaso sin paliativos. Meses después de su puesta en marcha, ni siquiera alcanza los seis millones de descargas y apenas registró 25.000 casos positivos declarados de los más de 1,8 millones en total. ¿Por qué se siguen destinando millones de euros a su mantenimiento y difusión mientras el número de rastreadores continúa siendo insuficiente en la mayor parte de las Comunidades Autónomas (CCAA)?
Los más de 300.000 euros que costó su desarrollo, tras un polémico contrato a dedo a Indra, y la reciente adjudicación de su mantenimiento durante dos años a la misma compañía por 1,7 millones de euros no sirven hoy más que para hacer leña del árbol caído. Ahí no queda eso: dados los pobres datos de descarga, se acaba de aprobar por procedimiento de emergencia destinar 28,5 millones de euros a una campaña de promoción de la app. La compañía Work&Friends será la encargada de confeccionar dicha campaña, que se ajustará al plan de medios elaborado por Media Sapiens Spain por otros casi 1,8 millones de euros.
Mientras, la ciudadanía ignora cuántos usuarios activos de la Radar COVID existen realmente, porque una cosa son las descargas –que ya de por sí son bajas- y otra el número de personas que pese a haberla descargado hace uso de la aplicación. Para ser francos, la transparencia ha brillado por su ausencia en este asunto.
Se ha pecado de optimismo y se ha querido maquillar el resultado, porque si a mediados de año los expertos convenían que para que realmente tuviera éxito una aplicación de estas características era necesario que hubiera sido descargada y usada por el 60% de la población, ahora el gobierno indica que basta un 20% para reducir la pandemia en un 30%. El problema es que nos faltan varios millones de descargas para siquiera alcanzar ese 20%. Algunos analistas estiman que la cifra real no llega siquiera el 15%. Tal ha sido la irrelevancia de Radar COVID que ni siquiera ha conseguido colarse en el análisis que realiza el prestigioso MIT de este tipo de apps, aunque sí incluye las de países como Polonia, Bulgaria o Argelia, entre otros.
En líneas generales, ninguna de las apps de rastreo en Europa ha tenido un éxito significativo, extendiendo el resultado a la mayoría del cerca de medio centenar de aplicaciones en todo el mundo. A ello hay que sumar que en muchos países se han producido fallos, relanzamientos o, incluso, sustituciones de app, lo que ha llevado a un mayor desconcierto. Es el caso de Reino Unido, Noruega o Finlandia, que cambiaron de tecnología. Así las cosas, ¿por qué continúan destinándose millones a ello mientras faltan recursos en otras áreas esenciales?
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