Carlos de Andrés
Fotógrafo y profesor de fotoperiodismo en la escuela EFTI de Madrid; y reportero colaborador para Getty Images
A veces, los ángeles se deslizan en silencio por las mismas calles de las putas. Sin tan siquiera salir de Barcelona, donde nació en 1921, retrató las calles del mundo; lo que él no fotografiaba es que no existía. Por eso, nunca subió del Raval para lamento de la burguesía de Barcelona; no le interesaba lo que decían.
Era el fotógrafo de La Realidad y durante dos décadas, la dictadura franquista, que le cambió hasta su nombre por el de Juan, le prohibió publicar "la verdad" del barrio chino de su ciudad; pero, como los buenos fotoperiodistas, se convirtió en un indignado más y se rebeló abriendo las rancias cortinas de la época para mirar y expresarse con lo que el poder no permitía ver. George Orwell describió el periodismo como "un acto que debe ejercerse contra el poder; lo demás es propaganda". Lo más difícil de ver es lo que uno tiene delante de sus ojos. Pues bien, Joan supero ese escenario y puso su poesía a lo largo y estrecho de la marginalidad cotidiana de la calle y de sus gentes; hasta el mismísimo Nobel Cela cedió su pluma para arropar las imágenes de libro Izas, rabizas y colipoterras.
Rompió con el salonismo de los años 50-60 porque no se conformaba –siempre faltaba algo- y salto con sus fotografías a Europa donde recibió el Photoeurop en 1960 en Belgica. Se acercaba mucho a los fotógrafos franceses humanistas (Brassaï, Doisneau, HC-B) y a los documentalistas norteamericanos de mitad de siglo (Frank, Winogrand, Levitt). Pero, en Barcelona, para rematar el listón, se encuentra y comparte experiencias con esa generación de maestros como Masats, Ubiña, Gómez, Miserachs, Maspons, que conectan con un lenguaje directo y que donde "no pasa nada" te hacen buscar lo que está sucediendo en cada imagen.
A sus 40 años las autoridades de esa miserable España le habían cambiado su nombre por el de Juan, y de profesión: Contable. No existía el fotógrafo sin galería. Los censores de la caverna no entendían como alguien podría ganarse la vida haciendo la calle. Desperdiciaban el tiempo en mirarle mientras Colom derrochaba su relato en las consecuencias de la pobreza que aquellos creaban en el país. El compromiso que mostró con la sociedad fue un camino abierto a futuras generaciones de fotógrafos como la mía para hacernos comprender que hay que meter la acción y el tiempo en una fotografía. La vida.
Nos enseñó que un buen fotoperiodista debe saber expresarse en todas las disciplinas que sustenten su economía pero nunca puede olvidar hacer poesía con su fotografía, la personal, la que él siempre quería exponer en una galería o un libro, como la joya Joan Colom. Fotografías de Barcelona 1958-1964 (Lunwerg). Tenía una exclusiva forma de trabajar y editar. Sus tomas eran aisladas y siempre necesitaba del contexto y de la unión seriada de las otras. Una fotografía por sí sola podía pasar desapercibida, pero, unidas al resto creaba la estructura emocional e informativa que robustecía la exposición. Miraba a largo plazo. Editaba las consideradas mejores fotografías y las copiaba en tamaño de edición (para ver). Las dejaba reposar. Las escasas que sobrevivían al tiempo las volvía a copiar pero subiéndolas a tamaño prensa (para decidir). Y por último, las que se resistían a caerse y le miraban a él directamente a los ojos, entonces, ya podían ser copiadas a tamaño de exposición para ser colgadas y admiradas. Esas eran las validadas para la historia. Colom siempre seguía una temática: el distrito quinto de Barcelona; su amada. Necesitaba un tema y la calle se lo dio.
Se fue como comenzó, en silencio, a sus 96 años y dejando una huella en la calle sin envoltorios; esas imágenes que deberían avergonzar a los que residen ya en el cielo, los que detentaban el poder. A esos nunca les fotografió. Demasiado tarde; y no hay nada peor que demasiado tarde.
Comentarios
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