María García Yeregui
Profesora de Historia e investigadora en Ciencias Sociales
Santiago Maldonado desapareció en la represión llevada a cabo por la Gendarmería argentina –policía militar de frontera y seguridad interior- contra un corte de ruta realizado por miembros de una comunidad mapuche de la comarca de Esquel -el Lof (comunidad), Pu (el nombre de la misma)- proclamada en resistencia por el territorio, contra la propiedad de Benetton, en el departamento de Cushamen, provincia de Chubut, en la castigada y usurpada Patagonia. Castigada y usurpada a raíz de la extensión del imperio colonial español e in crescendo por parte de los estados republicanos independientes de Argentina y Chile, los cuales llevaron a cabo el proyecto moderno de control efectivo del territorio –la conquista y apropiación- según los intereses de las elites nacionales, en connivencia con sus vínculos extranjeros neocoloniales. Para ello, ejercieron la violencia estatal como mecanismo de arrancar a los pueblos originarios de sus formas de vida, de sus propios conflictos -atravesados por la llegada de los colonos de la corona hispánica un par de siglos antes- y de los territorios de donde son originarios.
Originarios. Importante palabra para entender el proceso actual de resistencia ante un proceso viejo que avanza en la actualidad: las ventas a grandes terratenientes globales; pero también un proceso de lucha por la recuperación de tierras que ancestralmente fueron territorio del pueblo mapuche, entre otros pueblos como los tehuelches. La realidad es que algunos sectores y comunidades mapuches, después de ser expulsados, asesinados, desplazados en el último siglo y pico, quieren volver a algunos de esos territorios que quedaron fuera del área a la que fueron reducidos, recuperarlos. Originario por tanto es dialéctico al reconocimiento de una historia previa de despojo por parte del imperialismo racista y la modernidad capitalista. Sin reducir por ello la complejidad de los procesos, ni negar los sincretismos del continente en el presente. Algo tan básico no parece estar claro cuando el conflicto eclosiona en las sociedades posmodernas y sus opiniones públicas. La versión de la mayoría de los argentinos descendientes de migrantes europeos es que las comunidades mapuches que quieren recuperar tierras más allá de los confines de los últimos desplazamientos, no son originarios de ese "pedazo" de tierra, de ese "lote" de tierra, porque resulta que vienen de otro "pedazo" de tierra y porque algunos de ellos son personas que no vivieron toda su vida según la visión de "indígena" cosificada, construida por la mentalidad blanca –"orientalismo indigenista" del clásico, por supuesto acompañado por un test de verdad según un prototipo cuya realidad fue destruida por la misma lógica cultural que ahora pide verdad en función de una caricatura pasada de esos mismos pueblos: el colmo de la hegemonía. Ejemplo paradigmático es la declaración del encargado de la finca de Benetton, de ascendencia escocesa: "aquí son tan inmigrantes como mi abuelo". Se trata de la igualación formal –como a las que estamos acostumbrados en los bandos de las guerras civiles o la "teoría de los demonios" de la transición argentina-, bajo un manto de superioridad individual, estructural y general.
Lo cierto es que originario tiene un sentido que no puede ser escindido de la historia previa no cosificada. Se trata de una recuperación de conciencia que los procesos de violencia, explícita y simbólica, quisieron destruir para siempre y que, por tanto, en muchos casos, lo consiguieron; sin olvidar que en la complejidad de los procesos, tuvieron lugar otras respuestas que no pasan por la recuperación activa de territorio histórico mapuche. Existen mapuches que viven en comunidades como si fueran reservas y otros se constituyeron en otro tipo de sujeto, de vida gaucha o urbana. Es la heterogeneidad de los resultados de los procesos. Hay diferentes caminos que, de hecho, no obturan lo más mínimo el derecho de comunidades que han permanecido en áreas cercanas -a un lado u otro de la cordillera, es indiferente para la concepción de identidad comunitaria mapuche sobreviviente- y deciden retornar para luchar por zonas ancestrales de su pueblo, robadas no hace tanto y vendidas hace poco a grandes propietarios extranjeros, según la legalidad estatal de otras "comunidades imaginadas" como la Argentina, centralizada en el poder porteño y en las oligarquías nacionales. Se trata, de hecho, del vapuleado derecho al retorno: bandera de la resistencia palestina.
En realidad, las argumentaciones de desprecio a todo esto, no son otra cosa que una heterogeneidad de blancos haciéndose los listos en las redes sociales. Azuzando las diferentes versiones de superioridad política, racial y clasista, naturalizada y material, en los medios de comunicación de masas, como hace el "referente" periodístico, Jorge Lanata, con su tratamiento de estos temas, y otros. Blancos y occidentales, de diversos colores, con un inconsciente político asumido como normal, creyéndose los propietarios del mundo y de la legitimidad humana. Es decir, con mentalidad imperialista individualizadora y homogeneizante (palabro útil aunque no exista en la rae), según una mirada simplificada e insultante del otro ¡Qué novedad!
El caso es que fueron los Estados, sus clases propietarias y sus poderes coercitivos -liberadores victoriosos de la república: el ejército- los que para implementar su proyecto nacional dentro de los parámetros del desarrollo de la modernidad capitalista poscolonial -es decir, con la apropiación del vasto territorio como propiedad privada- necesitaron el control social y destrucción sobre los pobladores patagónicos. Con el fin principal de ser una nación de propietarios blancos, aseguraban las vastísimas tierras despobladas y sin trashumancia para la enésima acumulación originaria latifundista: la Patagonia convertida en fincas de grandes terratenientes. Hoy uno de ellos es, como dijimos, la familia Benetton con casi un millón de hectáreas en el país.
Ese proyecto implicaba la ejecución de un plan que incluyó matanzas administradas, desplazamientos, ruptura violenta de los lazos de las comunidades a través de la partición y disgregación –por ejemplo con la apropiación de parte de las personas que las componían, sobre todo mujeres, a través de la servidumbre, en centros urbanos a miles de km sin herramientas de autonomía, a merced de un sistema ajeno y sus señores-, despojo de los medios de subsistencia, del nomadismo ganadero de los pueblos patagónicos, especialmente del más numeroso, los mapuches. Fueron ejecutadas, por tanto, las operaciones militares a sangre y fuego: dos procesos de ejercicio de violencia masiva desde ejércitos regulares. En Argentina, la Campaña del Desierto de mano del General Roca, después presidente del país, y en el lado chileno de la cordillera andina, tuvo lugar la ‘Ocupación de la Araucanía’, que se llamó "pacificación" por parte del bando victorioso del estado y sus clases propietarias. El terror y la violencia aseguraban la docilidad identificada con paz impuesta por el ente superior, el "legítimo" imperio de la ley –cosas que nos suenan-. En el momento de estas campañas militares, las resistencias presentadas a la violencia legal del Estado y los sujetos que las ejercían, los indios, fueron protagonistas de construcciones discursivas que los demonizaban. Producidas, emitidas, consumidas y aprehendidas por el resto de las clases y colectivos poblacionales. Asentadas sobre racismos y xenofobias preexistentes, por supuesto, y sobre las posiciones e intereses especialmente de clase y raza, con mentalidades imperialistas contra el enemigo a expropiar, si no a eliminar como pueblo: los indios. Discursos, campañas, que reproducían y extremaban la construcción de una otredad que además de asentarse sobre la consideración de seres inferiores, los transformaba en demonios temibles y sanguinarios cuando resistían. Las poblaciones a controlar, eliminar y disciplinar masivamente tenían que ser dóciles -el buen salvaje- de fácil aculturación, reconociendo su inferioridad para ganarse un escalafón menos de denigración directa o, por el contrario, eran convertidos en otredades monstruosas y temibles. Todo para la justificación de la masacre sistemática en pos del progreso.
En estos dos meses y medio en Argentina hemos visto su poso. Lo vivido a partir de la desaparición de Maldonado, el 1 de agosto, constata la pervivencia naturalizada de los núcleos de estas ideas del otro. Por un lado, la denigración de los mapuches de la zona como testigos invalidados por ser indios y por militantes, piqueteros en conflicto. Como ocurriera nuevamente en el pasado, esta vez reciente, los argumentos que han circulado recuerdan directamente a la construcción de dudas sobre la veracidad de la palabra de los militantes de los 70 y sus familiares cuando denunciaban las desapariciones-forzadas; se acercan a los argumentos esgrimidos durante la dictadura de Videla: los detenidos-desaparecidos no existían, estaban de vacaciones en Europa, habían pasado a la clandestinidad como sediciosos guerrilleros y terroristas que eran, se habían matado entre ellos, las acusaciones eran invenciones contra el gobierno como parte de un plan de desprestigio internacional y las Madres de Plaza de Mayo eran "las locas de la plaza". Como entonces, los testimonios de los mapuches como testigos de lo ocurrido en la carga de la Gendarmería en la que desapareció Santiago, han sido vapuleados por la mayoría de los medios, algunos sentidos comunes y la justicia, que estaba bien inmersa en las causas contra los mapuches en el conflicto con Benetton, recrudecido desde 2015. Hemos oído que Maldonado podría estar en Chile, escondido por sus amigos los "montoneros mapuches" y que su desaparición sería un montaje para dar un golpe al gobierno. Todo al más puro estilo clásico del uso que hace el poder de la teoría del "enemigo interno". Este martes encontraron un cuerpo en el Río Chubut, que parecería ser el del joven artesano activista en solidaridad con la comunidad mapuche, "a pesar de que hubo 300 efectivos de tres cuerpos el día 18 en esa misma zona haciendo rastrillaje". El cuerpo se ha encontrado "río arriba en relación a donde supuestamente desapareció, así que el río no lo arrastró hasta ahí" (Garbarz, perito en telecomunicaciones sumado a la causa después de varias semanas de la desaparición).
Las fuerzas del monopolio de la violencia del Estado usan también la ilegalidad y el ejercicio de la coerción clandestina –cuando no la eliminación sistemática del terrorismo de Estado-, usual en estos conflictos a lo largo y ancho del mundo, incluso con la "moda" de las tercerizaciones (mercenarios remasterizados). Por esa situación de hostigamiento y peligro fue por la que los testigos mapuches dieron testimonio ocultando su cara como medida de seguridad y, como decimos, este cuidado ante la situación de violencia que viven fue objeto de burla entorno a la falsedad de su testimonio –los sin voz-, al fin y al cabo el primer juez de la causa era juez y parte en el conflicto. Se borró, así, la posibilidad de indagación junto con otras pruebas: la estrategia de la ministra Bullrich para exculpar a la gendarmería sería un reguero interminable de una serie que se ajusta a "lo que falta encubrir", incluyendo desconocimiento de testimonios de gendarmes del operativo y presión sobre los mismos, exclusión del análisis de los móviles durante semanas y la limpieza de los furgones de la gendarmería, que habrían sufrido un ataque brutal de los mapuches dejando a los vehículos...intactos. De hecho, la gendarmería aprovechó la supuesta búsqueda de Santiago para entrar con violencia en las comunidades y seguir con el hostigamiento, a veces temíamos, por cómo estaban las cosas, que usaran esas incursiones para construir inculpaciones. En cualquier caso, ninguna coyuntura es desaprovechada para sus objetivos a medio plazo respecto al conflicto por la tierra. Veremos cómo siguen los montajes y las versiones si se confirma que el cuerpo hallado es el de Santiago, a 3 días de las elecciones: oiremos inculpación de los mapuches.
Comentarios
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