La reconversión de espacios industriales en artísticos es un asunto con larga tradición en ambientes académicos y técnicos. Y con menor recorrido en su concreción práctica.
La razón de tal disparidad quizá se encuentre en el hecho de que cuando una industria se desactiva, esto produce en el territorio ansia e inercia. Ansia por llenar el vacío, por recuperar lo perdido. Inercia para mantener la trayectoria seguida hasta ese momento, que no solo determinó su organización empresarial, sino la territorial.
Tonelaje producido y desarrollo urbano están íntimamente unidos. Configuran el paisaje y la mentalidad urbana. La consecuencia es que una ciudad industrial, cuando pierde empresas, intenta reactivarse por la vía directa, la que practicó durante decenios, la que bien conoce porque organizó su tejido social.
De ahí que otras formulaciones que tiendan a reestructurar la ciudad sean difíciles de imaginar. Es necesario que la vanguardia que las promueve esté dispuesta a perder su antiguo predominio o a reformarse de manera integrada, y que posea una cierta sensibilidad para captar las señales que en medio de la bruma le indican el rumbo a tomar.
Que la ciudad consiga reinventarse depende en buena parte de la naturaleza de su capital social, orientándolo a la cooperación, a la generosa y arriesgada creación. Debe generar confianza, para abordar con ella la gestión de los nuevos retos, que para la ciudad son un híbrido de política urbana y vulnerabilidad social.
Por un lado, la aparición de ruinas industriales avisa de la mengua, tanto económica como demográfica; es decir, produce desvitalización social. Por otro, son indicios de descapitalización física, de óxido y herrumbre. Todo ello contrae la ciudad y le quita atractivo. La sumerge en una espiral de degradación física progresiva.
Remodelando la ciudad con arte
Para regenerar la ciudad, para hacerla atractiva combatiendo estos dos aspectos y prepararla para un nuevo ciclo, se debe actuar sobre ella con seguridad y proyectos pertinentes y solventes. No será fácil. Pero el éxito es posible aún en las más severas condiciones de partida.
Así lo demuestra Russell Industrial Center, el proyecto que intenta desenclavar una decrépita y desolada burbuja urbana en el margen de la ciudad de Detroit (Michigan), mediante la adaptación de los enormes talleres de motores en espacios inspiradores de la creación artística.
La seguridad la da la actuación sobre espacios de naturaleza pública. Ellos son elementos estructurantes de la ciudad, piezas al servicio del interés general. Pueden estar en lugares centrales de la ciudad, a los que la presencia de la ruina degrada; con la evidente pérdida de valor de toda la ciudad. O pueden estar en lugares marginales, que al ser recuperados crean una nueva centralidad, que la fortalece.
En cualquier caso, la recuperación del uso de la pieza suele inducir la reestructuración de las vecinas privadas, con lo que ello significa para templar la ciudad; esto es, dar similar consistencia o coherencia al conjunto, a la unidad ciudadana.
La Tate Modern recolonizó la ribera sur del centro de Londres, bankside, a la que se abre por el puente del Milenio. Ella contribuyó, de manera decisiva, a vigorizar la ciudad londinense, no solo dotándola de un nuevo símbolo y conformando una nueva centralidad, sino recreando sobre el solar milenario el nuevo ciclo de la ciudad.
Similar proceso se ha completado recientemente en el este de Manhattan, el barrio portuario degradado en el corazón del Nueva York de la década de 1960, con The Shed, concebido como un polo de experiencias creativas que completa el distrito al situarse cerca del MoMa y del Lincoln Center. Su cubierta de chapas ondulantes recuerda vagamente al Guggenheim bilbaíno. Ambos comparten también filiación urbana si nos fijamos en su situación en la antigua ciudad industrial, que los dos contribuyen a superar.
La solvencia del nuevo uso sobre la ruina rediviva dependerá de una sabia interrelación entre el urbanismo y la ordenación del territorio. El primero, para ajustar la pieza localmente, y el segundo, para asegurar su viabilidad en el ámbito metropolitano o regional. Es necesario concertar las múltiples escalas a las que irradia el nuevo equipamiento, teniendo en cuenta que las iniciativas locales constituyen gran riqueza, y que el territorio es un vector de desarrollo, no sólo su arena.
Las ciudades necesitan clases de nudos
Hoy asistimos a la ruptura de la estanquidad de tradicionales compartimentos productivos: servicios, industria y mundo digital. También vemos que hay localidades que saben navegar el actual tiempo líquido, en el que las infraestructuras y la descentralización son abundantes.
A partir de ellas, y si los territorios consiguen proyectar su capital social a través de liderazgos que impulsen visiones ampliamente compartidas y relaciones cooperativas que induzcan confianza, sus ciudades, aunque sean de tamaño medio o pequeño, podrán generar capacidades que permitan a los elementos (personas físicas y jurídicas) que se instalan en ellas obtener satisfacción, buenos productos y servicios.
Así se hacen atractivas y podrán construir un relato propio que será reconocido globalmente como positivo, pues generarán ideas, conocimientos y asegurarán a su población un bienestar compartido, y ésta se lo devolverá mediante la ampliación de la razón cooperativa y la generación de confianza.
En esta secuencia y categoría podemos incluir El lavadero, situado en la localidad de Malpartida de Cáceres, antiguo foco de la industria lanera. Hoy es un espacio artístico significativo dedicado al arte conceptual, con una función similar al exitoso Matadero de Madrid. En la capital la mutación es aparentemente más fácil de conseguir, debido a la concentración de población y alta tecnología.
Aunque Madrid no está entre las grandes megalópolis mundiales y, por tanto, no experimenta la pobreza y la desigualdad de muchas de estas, sí supera los umbrales a partir de los cuales la ultraconcentración actúa por simpatía. Su desafío consiste en contener los efectos dañinos colaterales que hacen vulnerables a este tipo de Ciudadela. Virus que, más que aparecer entre regiones, lo hacen dentro de las megalópolis.
La gestión urbana es fundamental para atenuar su vulnerabilidad, lo que exige una planificación permanente y una actuación constante, pues la degradación se advierte aún en el corto plazo, aunque las ciudades sean de tamaño medio o pequeñas.
La alta tecnología crea poco empleo, pero induce efectos de arrastre. Es posible captarla desde lugares exteriores al foco. Y, si bien ayuda a difuminar barreras entre los antiguos sectores productivos, ahora metodológicamente similares, también da oportunidades a las ciudades pequeñas para que se enlacen a las corrientes en chorro que propulsan la globalización. La razón es que estas actividades líquidas pueden desarrollarse en cualquier lugar, a condición de que estos garanticen los niveles básicos de su exigencia logística y se mantengan atentos a las oportunidades que se deslizan sobre el líquido tobogán del tiempo actual.
Reprogramar los espacios públicos
Construir un relato urbano convincente amplía el margen de tolerancia disponible para la ciudad y convierte el atractivo de la ciudad vivible por las personas en un reclamo para las empresas. Es decir, que, por un lado, las ciudades medias tienen oportunidades para engancharse tanto a los ejes de saturación de comunicaciones como a las cubiertas electrónicas que vagan por el mundo entre las megalópolis y, por otro, no experimentan las desigualdades internas que provocan inseguridad, deseconomías y vulnerabilidad en las mayores.
Si el resultado tanto para unas como para otras es la contracción urbana, esto se convierte en un reto para la Unión Europea, quien lo sitúa en su agenda política y coloca la regeneración urbana integrada entre sus objetivos temáticos financieramente respaldados.
A partir de aquí cada ciudad deberá negociar su proyecto sabiendo que tiene opciones pero que los territorios son estrechamente interdependientes, especialmente dentro de las áreas metropolitanas. A fijar el contenido funcional de la nueva forma de la ciudad en España contribuirán proyectos de reconversión de antiguas factorías en artefactos culturales, como la de Avilés, sobre una antigua fábrica de camisas, el edificio de Tabacalera en Gijón, o la central Fábrica de Armas de Oviedo.
Para andar ese estrecho camino la vanguardia dirigente necesita un mapa, no la espontaneidad voluntarista. La actuación estratégica dependerá de los valores que pueda poner en juego el sistema territorial local, uno de los cuales será su capacidad para generar líderes pertinentes que sepan concretar el razonamiento ilustrado.
La reprogramación de los espacios públicos mejora la ciudad de diversas maneras y es la palanca que tiene la autoridad local, los líderes legitimados, para templarla, al darle similar consistencia y vigor en sus partes componentes. Esto se notará en los ámbitos de la seguridad pública, entendida de manera amplia, o en el de la actividad industriosa.
La conversión de ciertos espacios públicos en foros de experiencias de conocimiento, al enlazar en el artefacto las nuevas formas productivas, ayudará a construir y fijar el relato propio y atraerá a los millennials, los profesionales de hoy mismo, que no son iguales a su padres, sino similares.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation
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