Otras miradas

Confinamiento deseado versus confinamiento famélico

Amador Vázquez

Educador y responsable del proyecto El Reino de los Niños. Presidente de la asociación Niños de la Lata (Rufisque, Región de Dakar, Senegal)

Un niño observa a un miembro de los servicios locales de higiene, con traje de protección y mascarilla, mientras desinfecta una escuela escuela coránica, en Dakar, Senegal. REUTERS / Zohra Bensemra
Un niño observa a un miembro de los servicios locales de higiene, con traje de protección y mascarilla, mientras desinfecta una escuela escuela coránica, en Dakar, Senegal. REUTERS / Zohra Bensemra

El Hadji quería estar confinado, no sabía muy bien dónde, pero el quería estar metido en algún sitio, en un espacio concreto, seguro y confiado. Fifi , la directora de nuestro centro y yo observábamos a un pequeñito nuevo de apenas unos cuatro años que junto a algunos otros, los más grandecitos de vuelta de sus pueblos de ayudar a sus padres en los campos en la época de lluvia, se los habían confiado para que los llevaran a la ciudad. El padre de El Hadji, y algunos otros padres,  había decidido que ya era el momento de dárselo a un marabú para que, como maestro del Corán le enseñe el recitado y de camino el ejercicio de la mendicidad le reporte beneficios a la familia y pague las clases del marabú... Durante el desarrollo del desayuno que proporcionamos a nuestros niños cada mañana, El Hadji no dejó de llorar. Quería volver, no sabemos si con su madre o a la daara desde donde los otros lo habían traído.

Ahora que hablamos tanto de confinamiento, he llegado a comprender que con cuatro años, en muy pocos días muchos niños pierden rápidamente ese referente que pudiera ser la madre, canjeándolo por cualquier otro más cercano cuando la confusión que produce el desamparo ofusca los sentimientos. Tampoco era exactamente a la daara al sitio que quería volver. El buscaba un confinamiento, una residencia obligatoria que le diera seguridad...

Cuando El Hadji se volvió a  la daara junto con los otros, Fifi y yo pasamos algunos minutos sin poder articular palabra. Finalmente y con un hilo de voz entrecortado compartí la cuestión que me martilleaba el entendimiento; Fifi, ¿cómo es posible que todas las madres entreguen a sus hijos tan pequeños a un hombre que de lo único que se hace cargo es de tenerlo seis horas memorizando el Corán, otras seis o siete horas mendigando y que no va a proporcionarle ninguno de los cuidados que un niño necesita? Fifi fue rápida y concisa como siempre lo es en sus respuestas a cuestiones que para ella son evidentes. "No son las madres, son los padres. En las zonas rurales de Senegal, la opinión de una mujer no vale nada".

Ahora, como muy bien se ha dado a conocer en algunos medios, nos encontramos con que han confinado a los 100.000 niños talibés que calcula la asociación Human Rights Watch en su informe de 2019 al confinamiento en sus inmundas daaras, en la mayoría de ocasiones sin un grifo de agua corriente y sin luz, alumbrándose con velas. El gobierno, según nos explican los marabús con los que trabajamos, les han dado un saco de arroz y cinco litros de aceite para que no salgan durante tres meses.

Nuestra asociación como otras ONG’s hemos tomado iniciativas; cada día preparamos 180 bocadillos para repartir entre las 6 daaras con las que trabajamos y una bolsa con lejía en grano y jabón gracias al esfuerzo de nuestros socios y de nuestros proveedores locales que nos van a dar crédito mientras puedan...

Que extrañas paradojas se dan entre tantos tipos de confinamientos con tan diferentes medios...

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