Cuando en Madrid aún sufrimos los efectos de la covid-19, el Gobierno Regional ha iniciado ya su particular viaje a la desmemoria. Con unas explicaciones sobre la gestión de esta crisis que nunca darán (en sede parlamentaria), necesita pasar de la fase de autobombo y milagros a la del despiste, pasando por la de ataque. En esos momentos en los que todo el país hablaba de lealtad institucional y de interés general, la Asamblea de Madrid cerró sus puertas, en lo que se ha demostrado que fue toda una declaración de intenciones. Lo único que quería la derecha era disponer de barra libre para su interés particular. El problema es que la resaca no solo la sufre el Gobierno y la factura la pagamos todo el mundo.
No fue hasta un mes después del inicio del estado de alarma, con más de 48.000 contagios y 6000 fallecidos, cuando el Consejero de Sanidad tuvo a bien comparecer por primera vez. Aquella fue la primera de las 3 únicas que ha realizado en todo este tiempo. Todo ello, recordemos, siendo Madrid el epicentro de la pandemia en nuestro país y estando a la cabeza en número de contagios y fallecidos. Una injustificada falta de información que intentamos suplir haciendo uso de otras herramientas parlamentarias. Cientos de peticiones de información que han estado metidas en un cajón hasta el pasado 1 de junio. Un auténtico bloqueo de la Asamblea de Madrid, en la que solo han entrado preguntas de la oposición y de la que no ha salido una sola respuesta del Gobierno. Un Gobierno Regional que, más que cortesía, en estas fases ha necesitado aplicar el "corsé parlamentario".
Madrid ha pasado de fase, pero el Gobierno sigue instaurado en la irresponsabilidad, esa que quiere que pase desapercibida cada vez que tacha de alarmista a cualquier voz que cuestione su gestión. Era alarmismo cuando denunciamos la situación en las residencias de mayores, cuando hemos llegado a saber del envío de órdenes a los hospitales de no atender pacientes que llegasen de estos centros. Ayuso acusa ferozmente de "politizar el dolor" para meter en un mismo saco la virulencia de la covid-19 con nuestros mayores con las decisiones políticas que aumentan ese dolor. Y como si de un tema menor se tratara, ahora pretenden jugar al despiste, primero afirmando que nunca se envió nada para hablar después de "borradores". Una derecha que mercadea con la propia vida. Un dolor que, por justicia, veremos si no ha sido un delito. Intentaron hacer creer que era una campaña de ataque personal contra Ayuso señalar la defensa que hizo de la comida basura para los menores más vulnerables, todo para que no se hablase del clasismo que rezuman todas y cada una de sus políticas. Así como bautizar el hospital de campaña como el "milagro de IFEMA", para no reconocer que se trataba de un hospital con menos camas de las que ha cerrado el propio Partido Popular en los últimos años y que salió adelante a costa de desmantelar otros servicios como la Atención Primaria. Como si de un milagro caído del cielo se tratara, para no decir ni mú de los empresarios que se han repartido los más de 15 millones de euros que nos ha costado. Era mentira cuando decíamos que iban a despedir a 10.000 profesionales sanitarios, cuando la realidad nos ha demostrado que, a día de hoy, con Centros de Salud cerrados por falta de médicos, no sabemos ni donde están los 600 profesionales de Atención Primaria que nos permitía pasar a la fase 1.
Entonces, llegó la Dolorosa. La Presidenta tenía que mostrarse como una víctima que sufría el dolor en soledad. Sola ante una oposición malvada, sola ante un Gobierno Central que la tenía amordazada. Sola en el piso de un empresario buscando la dignidad que dan un cuadro y unas banderas. Un papel, sin duda, construido por la derecha para poder justificar en "defensa propia" el odio y el desprecio que escupen a los que no piensan como ellos, con una estrategia muy burda de etiquetar y caricaturizar (demonización mediante) a quienes nos oponemos a la explotación del hombre por el hombre y defendemos los servicios públicos como únicos garantes de los derechos de la clase trabajadora. Tienen así la coartada perfecta para, en lo que pretenden que sea un ejercicio de dignidad perfecto, creerse con el derecho de no rendir cuentas de su gestión en esta crisis ante nadie y, lo que es peor, que nadie lo eche en falta. Este drama propagandístico ya se ha encargado también de desplazar el foco de la responsabilidad de lo sucedido en Madrid a otro campo de batalla, el Gobierno Central, con un gran trabajo detrás para que nadie vea raro que el Gobierno Regional pueda presumir de una gestión de una competencia que dice no tiene. Curioso ¿no?
Todo vale para no hablar de cómo han afectado tantos años de recortes de los servicios públicos en general, y de la sanidad en particular, a la hora de hacer frente a esta pandemia en la Comunidad de Madrid. Necesitan de todas las cortinas dramáticas para ocultar lo que sucede entre bambalinas y cómo se van a repartir los papeles de esta obra.
Así, y ante lo que va a suponer una profunda crisis económica, el Gobierno regional ya se ha puesto en marcha para preservar los intereses de las grandes fortunas, seguir con el ladrillazo y las privatizaciones. Siendo la Comunidad más rica a la vez que la más desigual, la Presidenta pretende despistarnos afirmando que ese no es el problema, sino la pobreza, como si la riqueza, la desigualdad y la pobreza no formaran parte de la misma ecuación. Estas afirmaciones evidencian su desprecio a las clases populares, señalando la desigualdad como una especie de ejercicio de libertad individual y no como el resultado de unas políticas que, a través de privilegios, favorecen el aumento de la riqueza de una minoría a costa de una mayor precariedad y pobreza de la mayoría.
Pero hay un elemento con el que no cuentan, la conciencia crítica de los madrileños y madrileñas que lleva meses aplaudiendo desde los balcones por una sanidad pública. Esa conciencia de clase que, a través de miles de redes de apoyo en la región, combate el odio y trata de mitigar los estragos de la desigualdad demostrando que solo el pueblo salva al pueblo. Esa memoria colectiva que no quiere volver a ver cómo, mientras ella paga esta crisis, otros se enriquecen a costa de su sufrimiento.
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