Tras años de medicalización de mi vida y de conocer otras experiencias cercanas de otras mujeres caí en la cuenta de que el problema no era yo o nosotras en esas salas de psiquiatría con las mismas preguntas de siempre. Era el momento de romper el estigma y la culpa (oh, la culpa, tan cristiana) y aceptar que en menor o mayor medida lo que habíamos sufrido era violencias. Mi biografía, al igual que la de otras, estaba marcada por un temprano maltrato machista en una época en la que solo se mencionaba el tema de puntillas.
A estas alturas ya es notorio que la violencia machista tiene secuelas psicológicas de gran impacto en las mujeres. La Macroencuesta de Violencia contra la Mujer 2019 arrojaba datos en ese sentido, asegurando que las mujeres que han sufrido violencia física o sexual de alguna pareja a lo largo de sus vidas tienen hasta cinco veces más riesgo de tener pensamientos de suicidio que las mujeres que nunca han sufrido violencia de sus parejas. Por su parte, la Organización Mundial de la Salud afirma que el maltrato es la causa del 25% de los intentos de suicidio de las mujeres.
Tal y como relata Beatriz Ocampo en el monográfico Locura de Pikara Magazine, en los que habla de relatos de personas etiquetadas con Trastorno Límite de Personalidad (TLP), reconocen "haber sufrido violencia machista: abusos sexuales, violación, maltrato; o violencia en su entorno familiar a edades tempranas por parte de su progenitor o familiares". En ese sentido, continúa Ocampo contando como la fotógrafa Leila Amat fue una de esas mujeres mal diagnosticadas: "Yo no tenía TLP, tenía un maltratador arruinándome la vida y me diagnosticaron que estaba trastornada... nos quien locas y enfermas para que no nos enteremos de que estamos subyugadas a un sistema que nos maltrata de forma sistémica, desde lo íntimo, lo popular y lo estatal".
Por su parte, Carolina González Aguirrezábal, psicóloga experta en comunicación con perspectiva de género, cuenta como el "miedo de las mujeres a su agresor les hace sentirse en alerta continua y esto tiene consecuencias muy graves en la salud mental". González añade que "diversas investigaciones señalan que el trastorno por estrés postraumático es el trastorno más frecuentemente desarrollado por las víctimas de violencia de género". Todo lo que tienen en común las mujeres supervivientes que ella ha tratado, pasa por el relato del miedo y es esa exposición constante al miedo la que les trae "secuelas como alteraciones cognitivas, depresión, sueños angustiosos relacionados con el suceso, reacciones disociativas, malestar fisiológico intenso y/o prolongado", explica.
La violencia machista es un problema de salud pública, a pesar de que se continúa invisibilizando e ignorando la relación entre violencia machista y problemas de salud mental. El 35% de las mujeres en el mundo han sido víctimas de violencia física y/o sexual por parte de sus parejas según la OMS, el 43% de las mujeres europeas padeció maltrato psicológico, 13 millones de mujeres sufrieron violencia física, y 3,7 millones violencia sexual en suelo europeo, según datos de la Agencia de Derechos Fundamentales de la Unión Europea.
Por todo ello, es fundamental incluir la perspectiva de género en sanidad y ello pasa también por apostar por ampliar y mejorar la cartera de los servicios de salud mental, que a día de hoy brillan por su ausencia. Si tienes dinero, tienes derecho a mejorar tu salud mental y si no, buenas noches y buena suerte. Eso deja una vez más a las mujeres más precarias fuera de la mejora de su salud, generándose así un peligroso círculo vicioso del que es casi imposible escapar. En esa pescadilla que se muerde la cola también podemos encontrar a todas aquellas mujeres que denuncian o hablan de sus violencias recibidas, pero que precisamente por su sufrimiento psíquico no son creídas o son cuestionadas, de tal forma que se hace muy difícil o imposible poder salir de ese espiral de violencia.
A todo esto es necesario añadir el enorme sesgo a la hora de medicalizar y patologizar el dolor y el malestar de las mujeres, menospreciando, infantilizando y tapando los síntomas con psicofármacos, sin ofrecer una mirada más amplia que incluya la perspectiva de género para hacer frente al problema de origen.
Tal y como señala Carme Valls en Mujeres Invisibles para la Medicina, como problema de salud pública, se deberían "implementar medidas para que se pueda realizar una prevención adecuada" de estas violencias y que así "la prevención y asistencia de las personas afectadas se haga de forma coordinada con los servicios sociales y policía de la localidad".
Sin embargo, y aún siendo conscientes de esta realidad, parece olvidada por quienes pueden darle voz, entre otros los medios de comunicación. De hecho, el Informe sobre el estado de los Derechos Humanos de las personas con trastorno mental en España, realizado por la Confederación Salud Mental España y publicado en 2018, lo deja claro: "La relación existente entre suicidio y violencia de género es una realidad enormemente ignorada en medios de comunicación y estudios estadísticos".
Por finalizar, me gustaría añadir unas notas. No estamos locas, estamos hartas de aguantar violencia a lo largo de nuestra vida y que se invisibilice o se tape con psicofármacos. No estamos solo oprimidas por nuestra biología particular sino por un sistema social basado en la dominación sexual y de clase. Teniendo en cuenta todos estos ingredientes de opresión, podremos caminar hacia una liberación real que nos libere y nos sane.
Comentarios
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