Después de la abstención, que hizo del 14F las elecciones catalanas con menos participación de la historia, la peor noticia política de la noche electoral fue la irrupción de la ultraderecha en el Parlamento de Catalunya. 11 escaños y más de doscientos mil votos son insoportables para nuestra democracia. Y no; que nadie se equivoque. En Catalunya no hay más de doscientos mil fascistas que avalan las teorías negacionistas de la Covid19, de la violencia machista o de los derechos de las personas LGTBI. Ciertamente, hay que hacer un análisis cuidadoso y científico del voto de la ultraderecha. La sensación es que no votan por los mismos motivos en VOX las clases altas de los barrios más ricos de nuestras ciudades que las clases populares que viven en los barrios más golpeados por las crisis. Analizando estos últimos es donde la izquierda tiene que hacer autocrítica y, sobre todo, propuestas de mejora.
En este sentido, a nadie se le escapa que las posiciones que Ciutadans ha mantenido durante todo este tiempo en Catalunya han sembrado una polarización contra los consensos del catalanismo que ha sabido recoger la extrema derecha. Finalmente, la victoria de Arrimadas en 2017 solo ha servido para que su herencia fuera canibalizada por el partido de Abascal. Sin embargo, lo cierto es que a la vez que el discurso de Garriga incorporaba ciertas reminiscencias de la época Rivera, VOX ha apostado fuertemente durante toda la campaña para mostrarse como un partido outsider capaz de cabalgar sobre la crisis de la política que hace más de un año llegó a los máximos de percepción histórica según el CIS.
Es por este motivo que para combatir a la extrema derecha, lo primero que tenemos que atender es la sensación generalizada que tiene mucha gente de que las instituciones están más lejos que nunca de la ciudadanía en el momento en que la ciudadanía más las necesita. Y para hacer frente a esto no hay recetas mágicas: hay que blindar los derechos y hacen falta políticas sociales que garanticen que los más vulnerables no se sientan abandonados por sus representantes. El derecho a la vivienda, una ocupación de calidad, el acceso a la salud o a la educación pública y la apuesta por la multiculturalidad como elemento cohesionador de nuestros barrios es el antídoto contra una ultraderecha que busca la confrontación social. Después del 14F está claro: el mejor cordón sanitario contra VOX es un gobierno de izquierdas que confronte, desde la garantía de derechos, su discurso xenófobo y elitista. Por eso, no se entiende que fuerzas políticas que han evidenciado públicamente su preocupación por la irrupción de una fuerza fascista en el Parlamento, como son ERC y el PSC, no estén ni siquiera dispuestos a explorar la posibilidad de un acuerdo de izquierdas que frene de raíz el discurso de la ultraderecha.
El mejor ejemplo lo tenemos en el Ayuntamiento de Barcelona. El acuerdo entre Comunes, ERC y PSC ha permitido un presupuesto social para la ciudad y la semana pasada se presentó un pacto para inversiones territoriales de proximidad de hasta 30 millones de euros. Estas políticas sociales de proximidad son las que marcan la diferencia en nuestros barrios y dejan sin efecto el discurso del miedo que practica VOX. El acuerdo entre Ada Colau, Ernest Maragall i Jaume Collboni es hoy el mejor cordón sanitario contra la ultraderecha. Esto mismo tendría que ser reproducible en el Parlamento de Catalunya entre Jéssica Albiach, Pere Aragonès y Salvador Illa. El futuro del país lo agradecería. Es también la fórmula para dejar atrás las políticas fiscales que quieren convertir Catalunya en la Andorra del Sur, los recortes ideológicos en sanidad o educación pública y la presencia cada vez más preocupante de un nacionalismo excluyente en las filas de Junts per Catalunya.
Están muy bien todas las propuestas que vendrán estos días para no dar espacios institucionales ni de visibilidad pública a la ultraderecha. Se tienen que estudiar y practicar, evidentemente. Pero si algo hemos aprendido durante todos estos años es que en política no hay espacios vacíos, y que si no es la izquierda la que da respuesta a las carencias y a las reclamaciones de nuestros barrios, lo hará la extrema derecha agitando la bandera de la confrontación del último contra el penúltimo. Seamos firmes: la mejor manera de frenar la ultraderecha en nuestros barrios, pueblos y ciudades es un gobierno de izquierdas que haga políticas sociales que den respuestas a la necesidad de la gente común.
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