El sistema de partidos español vuelve a mutar: ¿la izquierda se complejiza, la derecha se simplifica?
Daniel Vicente Guisado
Más de dos semanas después del terremoto que representaron las elecciones en la Comunidad de Madrid, las cosas empiezan a moverse en la política española. El año pandémico ha sido extraño en nuestro país. Nunca existió un importante efecto rally round the flag que impulsara a los partidos gobernantes, como sí sucedió en Alemania, o revitalizara la opinión pública del Presidente del Gobierno, como sí tuvo lugar en Italia. En España, por el contrario, desde marzo del 2020 nos sumimos en una suerte de impasse político que congeló las correlaciones de fuerzas en el panorama general y dentro de cada bloque ideológico. Un punto muerto que solo se ha visto interrumpido con las primeras vacunas y las elecciones en Cataluña primero, y los comicios en Madrid después.
Ataques, movimientos y estrategias no han faltado en los últimos meses. Sin embargo, el inicio de un ciclo electoral nuevo, que comenzó en Cataluña y podría acabar en Andalucía, ha producido que las encuestas empiecen a visibilizar nuevos movimientos. No perdamos de vista que las encuestas son termómetros estadísticos de la sociedad muy importantes, pero también son herramientas de permeabilidad social determinantes. Su capacidad de preconfigurar nuevos y alternativos imaginarios, así como posibilismos, puede impulsar y condenar con la misma fuerza a partidos y tácticas. Los ejemplos en los últimos años abundan.
Pero, ¿hacia dónde vamos? La futurología no es buena compañera, pero sí estamos en condición de, como mínimo, perfilar dos elementos que ya están entre nosotros. El primero de ellos, como el politólogo Lluís Orriols ha demostrado recientemente, es un sistema de polarización de bloques. No solo vivimos en uno de los países con mayor polarización afectiva, además esta ha mutado significativamente en los últimos años. Con la irrupción de Podemos primero, y Vox después, cada bloque ideológico estaba protagonizado por una fuerte animadversión entre el electorado de cada partido que componía la izquierda y la derecha. Sin embargo, la moción de censura supuso un punto y aparte. Tras ella, la polarización dentro de cada bloque se ha reducido considerablemente, virando hacia un conflicto de bloques y no de trincheras.
Es probable que esta tendencia haya venido para quedarse por un motivo a priori sencillo. Si bien es cierto que el bipartidismo, tal y como lo entendíamos antes del 2015, con porcentajes que superaban el 70% del total de los votos, no parece que volverá en el corto y medio plazo, sí se ha intensificado la lógica bipartidista de bloques, con el PSOE y el PP liderando holgadamente sus respectivos bandos. La ausencia de una amenaza real a sustituirles en sus bloques augura unas futuras relaciones de necesidades, que se han intensificado con la hoy todavía más inminente desaparición de Ciudadanos. La correlación de debilidades, tanto para los Populares como para los Socialistas, es verse insertos en un multipartidismo a través del cual, para llegar al poder, deben entenderse con sus socios juniors, a pesar de que estos levanten la voz y les generen tensiones internas. Los términos de la partida son estos, pero los jugadores, dentro de sus respectivas bases, pueden estar intercambiando cartas.
Es notable una característica que se dio en las elecciones generales de abril, y de forma más sólida en las de noviembre, que supuso un importante hándicap para la derecha. Esta última, al estar repartida en tres formaciones con semejantes fuerzas en abril, y con una de ellas descolgada en noviembre, dificultó la coordinación en importantes circunscripciones provinciales pequeñas y medianas.
Como sabemos, una característica de nuestro sistema electoral es la importante desproporcionalidad a consecuencia del tamaño de las circunscripciones, haciendo que los escaños no valgan lo mismo en Soria, por ejemplo, que en Madrid o Barcelona. Por tanto, más importante que el umbral legal (3% para poder optar al reparto de escaños) es el umbral efectivo (la cifra de votos real a partir de la cual no solo puedes legalmente optar al escaño, sino que te permite conseguirlo). Este umbral en circunscripciones de tres escaños es del 15% aproximadamente. Ciudadanos primero, y Vox después, consiguieron acercarse a ese umbral efectivo en 2019. De esta forma, lo que el partido de Rivera perdió en noviembre Vox lo reemplazó (salvo en casos concretos como Huesca o Teruel, donde el PSOE aprovechó la división de la derecha). De este modo, cuantas más fuerzas competitivas, mayores costes de coordinación a nivel provincial.
En los últimos meses podemos estar ante una reordenación más profunda de la derecha. Concretamente hacia una simplificación de la misma, con un Partido Popular como casa común tras el desplome de Ciudadanos, que con su 3% actual le convierte en presa del voto útil, y con Vox aguantando, precisamente, ese 15 o 16% mágico en nuestro sistema electoral. Por el contrario, el PSOE está en retroceso, Unidas Podemos estancado en un 10% que le imposibilita competir en circunscripciones con cinco o menos escaños, y un tercer actor, Más País, que más de un año después puede revitalizarse. Por tanto, el contrapunto a la simplificación de la derecha es una izquierda que se está complejizando.
Pongamos un ejemplo. En León el PSOE obtuvo dos escaños y tanto PP como Vox uno cada uno. El 10% de Unidas Podemos y el 6% de Ciudadanos no obtuvieron representación. Con un PP absorbiendo a Ciudadanos, y una izquierda más compleja con un PSOE menos fuerte, la derecha podría hacerse con tres, y no dos escaños. Similar fenómeno podría darse en Jaén, Cuenca, Albacete y otras muchas provincias de semejante magnitud.
La legislatura será larga, duda a estas alturas no cabe, y por ello es pronto para categorizar, pero una mayor fragmentación de la izquierda aumenta los costes de coordinación y convierte varias decisiones en fundamentales, como en qué circunscripciones presentarse o en qué target electoral centrarse. Respecto a lo primero, derrotemos un cliché que se repitió en 2019: Más País no restó representación a Unidas Podemos en las circunscripciones donde se presentó. Solo en dos regiones, Cataluña y Andalucía, de haber sumado todos los votos de Más País a Unidas Podemos (cosa rara de suceder) este último habría obtenido un escaño más. El problema es, como lo fue en noviembre del 2019, penetrar en las Castillas y en las zonas no urbanas. Una problemática que comparten tanto Unidas Podemos como Más País.
Pero, además, el target electoral también juega un importante rol. En grandes urbes, con escaños a repartir superiores a siete, hay potenciales y diferentes grupos de votantes a los que interpelar. Y un tercer actor en la izquierda puede competir sin perjudicar en exceso a sus compañeros de bloque. La Comunidad de Madrid, como llama iniciática de este nuevo movimiento, es prueba de ello. Los de Mónica García no empeoraron significativamente las tendencias de los de Iglesias. Solo la combinación de una campaña errática del PSOE y un escaso atractivo de Unidas Podemos relanzaron a Más Madrid, más a costa de los primeros que de los segundos.
Y si bien es cierto que Madrid es solo eso, Madrid, esquemas semejantes podrían repetirse en otras grandes ciudades. La apuesta de Íñigo Errejón, esta vez mucho más clara por una vía verde que en 2019, apunta a un reposado, lento y largo desarrollo de su organización. Si acudimos a la política comparada veremos rápidamente cómo, más allá de constricciones del sistema electoral, se dan en muchos países (Alemania, Suecia, Holanda, Francia, Dinamarca) la coexistencia de tres izquierdas: socialdemócrata, radical/populista y verde. Cada una de ellas con programas y electorados diferentes. Resultado de características nacionales, no cabe duda por la localización geográfica casi exclusiva de las mismas, pero también de un signo de los nuevos tiempos. Como comenzaba estos párrafos, no hay que desmerecer la capacidad performativa de las encuestas y sondeos. En Zagreb la alcaldía caerá en manos de una candidatura verde-izquierdista, en Alemania los Verdes se disputarán la cancillería y la victoria en septiembre, y en Francia los ecologistas podrían adelantar a Melénchon y socialistas en una eventual primera ronda presidencial.
La demanda ecologista no es tan importante, quizás, como su timing, esto es, si es oportuna o no. Una ola verde, con diferentes y numerosos éxitos, puede servir a Más País no tanto para generar una conciencia ecologista (de acuerdo a los datos que la European Values Study o el CIS arrojan, España está por encima de la media de Europa en conocimiento, concienciación y preocupación respecto al clima), sino para subirse a dicha ola. En 2018 comprobamos que con la entrada de la derecha radical de Vox España no era una excepción, quizás tampoco para el establecimiento de un partido verde. En este caso, no obstante, más izquierdista que moderado, como el caso alemán, lo cual limita y a su vez determina el camino de su crecimiento.
Sin embargo, para llegar a homologarnos al resto de Europa definitivamente, antes debería establecerse más nítidamente un eje de competición que en otros países lleva años encima del tablero político. El llamado eje GAL-TAN (por sus siglas inglesas Verdes-Alternativos-Liberales y Tradicionales-Autoritarios-Nacionalistas) no parece estar tan desarrollado en España. Y es una mala noticia para Más País, ya que es a partir del mismo que han conseguido muchos partidos ecologistas superar la división ideológica y diferenciarse tanto de las fuerzas mainstream (izquierda y derecha) como de las nuevas izquierdas y, de forma más fuerte, de las nuevas derechas radicales. Ahora bien, el surgimiento de Vox ha podido ayudar a un reforzamiento de dicho eje en nuestro país, con un retorno (o nacimiento) autoritario y nacionalista. Si Más País consigue atraer a un grupo de votantes que se identifique con lo verde, liberal y feminista, confirmaría aquella máxima de que en España todo llega más tarde, pero llega.
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