Sabes bien que esta carta es especial en comparación con otras. Ya te puedes imaginar que este año, después de todo, no iba a escribirte... porque ya te he escrito demasiado. Hemos hablado mucho y te he pensado mucho, sobre todo. No sé si te gustará pero sabes bien que era una idea que rondaba en mi cabeza desde hace años.
Escribir un libro sobre ti es de las vivencias más maravillosas que me han podido pasar. Cada vez que lo pienso, me imagino con catorce años en el instituto, escuchando a mi profesora Juanibel hablar de La Casa de Bernarda Alba... Jamás aquella adolescente podría haber pensado, ni siquiera remotamente, que esto le iba a ocurrir. Y todo porque tienes la habilidad de que, por más veces que te relea, siga encontrando respuestas e ideas que antes no era capaz de ver.
Al principio me costó tomar la decisión, pero ya sabes que Máximo es para mí como si fueras tú. Siempre me aconseja bien porque me quiere bien. Logró quitarme miedos y sentí que me daba ese empujoncito hacia delante para confiar y creer. Leticia me dio otro buen impulso de ánimo para convencerme de que merecería la pena y Paz me dio la mano durante todo el camino para que no me perdiera. Que ella lo leyera conforme lo escribía me daba calma para seguir. No te puedes imaginar cómo te admiran y quieren.
He tenido la inmensa fortuna de escribir sobre ti con un equipo maravilloso de personas. Sobre la ilustradora aún no puedo decirte nada, pero si vieras cómo ha dibujado tu huerta y... bueno, es una sorpresa, pero ha sido mi mitad en todo esto. Y qué contarte de mi editor, que parece que me lo has puesto en el camino a propósito. A veces creo que es incluso más admirador de ti que yo misma. Más coleccionista, seguro. Y habrías echado con él unas charlas maravillosas. Cuando nos encerramos todo el equipo en la habitación de la editorial hay una energía extraña y mágica que solo puede justificarse porque se trata de tí.
Es la misma energía que se respira en una obra de teatro que ha hecho Juan Diego Botto. Sí, el mismo actor del que te hablé en aquella primera carta. Seguro que, en cierta manera, también habrás podido ver lo que hace en el escenario. ¿A que eres tú, Federico? A mí me da la sensación de que estás allí, en las tablas. Y con tu discurso, que resulta una bofetada de la realidad de vivimos.
Hace unas semanas mataron a un joven al grito de "maricón". Tú sabes bien lo que es eso. El país sigue, como puede, y permanece con su lastre de odio creciente. Y tú, que tanto escribías sobre las mujeres, debes saber que nos siguen matando con una normalización brutal que no dista tanto de las tragedias de las protagonistas de tus obras, donde el silencio se sigue imponiendo porque, si se rompe, siguen cayendo sobre nosotras las críticas y estigmas. Y justo estos días, en un país lejano llamado Afganistán, las mujeres se encuentran con las peores consecuencias sobre ellas mismas, con una anulación absoluta de sus vidas. Y no puedo dejar de pensar cuántas alrededor del mundo ven truncadas su existencia y deseos solo por ser mujeres. Cuánto más hubieses escrito y denunciado sobre nosotras de no haber sido fusilado.
El otro día me percaté de que he vivido ya dos años más que tú. Y no dejo de pensar en lo que hubieses hecho de este mundo, que tanto te necesitaba, con un año más, o con dos, o con cinco y con tu vida entera. Estos dos años para mí han sido el tiempo en el que más he crecido, he dejado miedos y me he hecho más fuerte, sobre todo estos últimos meses.
Pensé sobre ello en una visita especial a tu Huerta, con una compañía maravillosa, y con Juanjo, el conservador de tu casa, que te mima con esmero. Sabes bien la oportunidad que tuvimos allí y el inmenso privilegio que fue aquello. Me contó lo del ciprés de tu hermano y cómo no hay mes que tu casa no reciba un ataque, porque el odio hacia ti y lo que representas sigue en la sociedad.
En esta carta me despido, como siempre, de ti. Pero sabemos los dos que esta es una despedida especial, que no se ata a un adiós sino a un hasta luego o un hasta mañana, por la enorme suerte que tengo de que formes parte de mi trabajo cada día y de que me acompañes e inspires a cada instante. Da abrazos a los míos y cuéntales ya la gran noticia que tú y yo sabemos, si te los encuentras, que sé que se van a alegrar mucho y que mi tita va a aplaudir con ganas.
Cuántas cosas me has dado y cuántas alegrías me darás. Siempre estaré en deuda contigo. Este año me he encontrado con tantas personas que hablan bien de ti... No te puedes imaginar cuantísimo se te quiere. Ojalá pudieras ver que, en cierta manera, sigues vivo. No estás, pero permaneces. Y eso es lo que te hace inmortal.
Un abrazo inmenso desde tu huerta,
Ana
Pd: Tu escritorio se lo han llevado a restaurar, pero tu balcón sigue cargado de jazmines, tu piano sigue sonando y entre las paredes de aquellas estancias, aunque ya no estés, sigue latiendo tu corazón y retumbando el sonido de tus carcajadas. Quizás sea cierto eso de que puedas viajar por el tiempo y que por eso yo te sienta más cerca que nunca. O, al menos, tengo la certeza de que viajas flotando como un velero para entrar en el corazón de los sueños.
Comentarios
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