Después de ver y leer la entrevista que Luz Sánchez Mellado le hizo a Miguel Bosé en El País (¡qué paciencia!), se me ocurrió hojear la biografía que ha escrito el cantante. Bosé es un personaje de la cultura popular que siempre me ha resultado intrigante, como a mucha gente. Un personaje que terminó siendo muy querido y admirado y ha terminado siendo carne de meme. Comenzó siendo un ídolo de adolescentes que encarnaba la España que salía del franquismo y ansiaba ser moderna y sexualmente despreocupada, y ha terminado convertido en un personaje algo siniestro que da entre miedo y rabia y que genera bastante consenso en su contra. Es, en todo caso, un personaje intrigante.
Después de haber leído su libro puedo decir que entiendo un poco más cómo ha terminado siendo ese personaje desagradable que conocemos. Me da la impresión de que el Bosé actual es uno de los resultados posibles y no deseados de la historia gay de este país. Él es la prueba encarnada del daño que hacen el machismo y la homofobia, transmutada en homofobia internalizada. Diría que Miguel Bosé lleva el monstruo dentro, no ha podido con él y con el paso de los años el monstruo está pudiendo con él. Bosé era un niño gay, más allá de lo que él pensara de sí mismo e incluso más allá de con quien tuviera relaciones sexuales ya de adulto. Era lo que la sociedad -y sus padres- entendían por un niño afeminado. Un niño gay que es un adulto que aún no sabe que los genios no tienen por qué ser amables, ni acogedores, que pueden resultar despiadados y terribles.
Todo su mundo infantil está plagado de machistas de manual, de misóginos y de masculinidades feroces que no deben ser imitadas ni admiradas, aunque al niño se le dijera que sí y él estuviera dispuesto a creerlo. Picasso, por ejemplo, que destruyó a todas las mujeres con las que se relacionó (menos una de ellas) es la prueba viviente de que la convivencia con un genio artístico no tiene por qué ser positiva. Y no es el único. El ambiente en el que Bosé creció resulta de una masculinidad asfixiante, castrante y sumamente despiadada para el niño que él era; no es de extrañar que desarrollara una homofobia internalizada que se lo ha terminado comiendo por dentro. Que sea bisexual, como afirma, u homosexual no pone ni quita nada y es indiferente. Todos le creían gay, el público también. Y sobre todo lo creía su padre.
La homofobia hace daño no sólo por las agresiones externas que se puedan sufrir a lo largo de la vida. La homofobia puede muy fácilmente convertirse en odio hacia uno mismo. El odio que se recibe de fuera se introduce en uno y aúna el miedo a las agresiones externas de todo tipo, con sensaciones de autodesprecio y de inferiorización. La humillación autopercibida, la sensación de fracaso, el miedo a no ser querido, el miedo a no ser lo que los demás esperan de uno, especialmente las personas a las que quieres y que deberían quererte, como los propios padres, es algo que en el caso de Bosé resulta muy evidente en sus memorias de infancia y adolescencia. Y podemos adivinar el miedo permanente a que los demás descubran un secreto que, por otra parte, salta a la vista y que todos conocen, así que intentar ocultarlo es siempre un camino que no lleva a ningún sitio excepto a lugares de sufrimiento.
La homofobia que se convierte en homofobia internalizada, en el caso de Miguel Bosé, es sencillo advertir que tiene su origen en el machismo brutal de su propio padre, empeñado en "heterosexualizarle" como fuera. Él mismo explica que no era sencillo ser un niño "diferente" frente a un torero franquista y machista para quien la heterosexualidad tiene que hacerse explícita en todo momento en forma de masculinidad misógina y militante y llevarse como una medalla prendida al pecho...o a los genitales. El propio Bosé explica en sus memorias la brutalidad de su padre y su permanente desprecio ante comportamientos de su hijo que aquel consideraba como no masculinos. Es evidente que el profundo desprecio que el padre sentía por su hijo y su misoginia, derivaron en un profundo autodesprecio enfermizo que es con lo que Miguel Bosé ha tenido que lidiar toda la vida.
Creo que no ha podido sobreponerse a esa primera herida. Muchos lo consiguen pero en el caso de un sex simbol de adolescentes intuyo que debía ser mucho más complicado. Intuyo el terror a dejar ver que todo podía ser un fraude. La lucha consigo mismo para autoconvencerse primero y para fingir después, para llevar adelante una vida sostenida en la necesidad de no defraudar las expectativas; las expectativas heterosexuales, las expectativas puestas en él por su macho/padre y por una sociedad que demandaba conocer a sus novias. Intuyo mucho sufrimiento y es evidente que Bosé nunca ha terminado de sentirse cómodo consigo mismo. No se trata de un psicoanálisis de urgencia, es algo que se lee con facilidad en su autobiografía si se conoce cómo funciona la homofobia internalizada.
La profundidad de su herida queda de manifiesto cuando recordamos que seguía negando que era gay (o bisexual) incluso cuando era un mito gay y cuando la mayoría de cantantes o artistas gays o bisexuales salían del armario sin dificultad. Miguel Bosé se paseaba por los bordes del mundo gay, aparecía en revistas gays, y todo el mundo daba por hecho que era gay en una sociedad, la de los 90 y 2000 en la que una persona como él no hubiera pagado precio alguno por reconocer lo que todo el mundo sabía. Pero no lo hizo; supongo que no pudo. La barrera que él había construido ante sí mismo y ante el mundo para esconderse era demasiado profunda como para poder derribarla y lo cierto es que ni siquiera ahora le resulta cómodo verbalizar su supuesta bisexualidad. Cuando Luz Sánchez Mellado le pregunta por ello en la famosa entrevista se niega a hablar de ello y muestra un nerviosismo inusitado teniendo en cuenta que le ha preguntado por lo mismo que ha escrito en el libro. La misma incomodidad le vimos en la entrevista de hace un tiempo con Jordi Évole. No me extraña que esté sin voz si no es capaz de verbalizar ciertas cuestiones fundamentales en la vida de cualquier persona. Bosé es la prueba de que la homofobia internalizada hace tanto daño como la que viene del exterior que, en definitiva, es la misma.
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