Os volvería a ganar no solo porque el candidato socialista provocara indiferencia en el mejor de los casos. No solo porque a su izquierda Pablo Iglesias era una estrella en declive por mucho que diera la cara. No solo porque la división que genera el espacio intermedio entre PSOE y Unidas Podemos lastra la izquierda como el hundimiento de Ciudadanos impulsa a la derecha.
También porque la izquierda demasiado a menudo no seduce, no ya con sus candidatos, tampoco con sus propuestas. Ayuso, para colmo, es una seductora nata. Y su desparpajo choca con una izquierda que se pierde en lecciones de moralidad siempre circunspectas a lo políticamente correcto.
La izquierda peca de conservadora cuando no arriesga, cuando se ciñe a una especie de manual académico de buenas prácticas y con ello pierde su carácter transgresor que debería ser parte de su ADN. La izquierda, durante esta pandemia, nos ha pedido que nos fuéramos a dormir con el horario del gallinero mientras Ayuso nos invitaba a ver salir el sol cada día. No hay color.
Cierta izquierda se mete en camisa de once varas cuando acomete la gestión de la inmigración disparando salvas de honor ante Open Arms mientras luego, en ciudades y pueblos, es capaz de manifestarse contra los centros de acogida de menores. O sea, aplauden el heroico rescate pero luego, cuando los chicos están aquí, es capaz de sumarse a los peores instintos para llevarse un puñado de votos como hemos visto, por ejemplo en Catalunya, por parte de los socialistas en ciudades como Badalona o Rubí, para vergüenza de propios y extraños. O luego se encierra a los inmigrantes en lamentables centros de detención como los CIE que el Gobierno más progresista de la historia del PSOE y Unidas Podemos mantiene en activo en diversas ciudades. Nadie está exento de contradicciones porque nadie tiene la receta mágica para acometer todos los retos.
La izquierda también se pierde en la estética cuando en plena pandemia decide aprobar un aumento del salario de los trabajadores públicos y funcionarios mientras los trabajadores del sector privado, los autónomos y multitud de pequeños empresarios padecían como nadie el confinamiento. Eran los que de verdad estaban necesitados de una fraternal solidaridad porque eran los que de verdad lo estaban pasando mal. Ser de izquierdas es ejercer la solidaridad con quien la necesita en cada momento y no cortejar a un sector público que era el único que, afortunadamente, mantuvo sin pestañear sus ingresos.
Si en mayo del 68 la izquierda proclamaba 'prohibido prohibir' hoy parece metida en un sinfín de prohibiciones, que van desde fijar los juguetes con que tienen que jugar las criaturas a determinar cómo deben divertirse en el patio del colegio demonizando el hecho de jugar a pelota. El machismo –y en particular la lacra de la violencia de género- se combate, en primer lugar, con una buena educación en las escuelas y en el seno de las familias, la primera barricada que debería defender la izquierda. Y mucho menos con medidas que, cuanto menos, generan dudas. O con esa actitud que adolece de pusilánime en unas ocasiones y con un deje de frivolidad en otras.
Para más inri, resulta que la derecha tiene a Ayuso y la extrema derecha también tiene nombre de mujer en Madrid mientras en Catalunya su portavoz (por mucho que sea un devoto del grito y la crispación) no es precisamente el clásico racista blanquito, con lo que desmontan dos tópicos de un porrazo.
La izquierda insiste en ser antipática y en priorizar salvar el mundo ante unas clases populares y medias que se desangran, que pierden capacidad adquisitiva, y que finalmente pierden la confianza en la izquierda porque demasiado a menudo no les da respuestas ni parece ofrecerles esperanza alguna para mejorar su día a día. Lo cual, además, es terreno abonado para el populismo y la extrema derecha. Duele ver esos barrios de tantas ciudades que votaban comunista y donde hoy medra la extrema derecha con creciente influencia.
Cuando la izquierda no nos da cobijo -nos habla de salvar al mundo mientras en las calles de los barrios populares el paro hace estragos y los salarios se devalúan- otros aprovechan el vacío que deja. Aunque sea pan para hoy y hambre para mañana.
Y para postre, cuando sus candidatos nos aburren, ¿quién no iba a preferir tomarse unas cañas con Ayuso que un te con Gabilondo? Luego ocurre que en el fortín de la izquierda, Vallecas, gana Ayuso de calle y no precisamente a costa de Vox.
O la izquierda espabila o el próximo Gobierno de España va a ver, por primera vez, cómo depende de la derecha más extrema si no es que esta acaba también en el Gobierno. Y nos lo habremos ganado a pulso.
Comentarios
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