"...there’s one more kid that’ll never go to school, never get to fall in love, never get to be cool..."
(hay otro niño que nunca irá a la escuela, nunca se enamorará, nunca podrá ser guay)
(Neil Young & Frank "Poncho" Sampedro, Rockin’ in the free world, 1989)
O sea, sigue disfrutando de la vida como si nada pasase, según expresión utilizada por Neil Young, uno de los supremos iconos del rock-and-roll de los últimos decenios. Pero resulta que no es todo libre (gratuito) ni guay en el mundo del streaming y de escuchar a tus músicos favoritos sin pagar. Veamos un poco.
Escuchar música gratis no es verdad, aunque sí puede hacerse en alguna modalidad básica si se soporta el anticlímax de aguantar los anuncios que aparecen de continuo en la pantalla. Naturalmente la pejiguera publicitaria puede evitarse abonando la cuota que Spotify y sus competidoras te ofrecen ventajosamente.
Los artistas y autores de las piezas musicales deberían cobrar una cantidad por cada reproducción efectuada o descarga realizada. Algo sobre lo que no constan cifras ni cantidad fiables. Sí se sabe que aproximadamente una tercera parte de los casi 500 millones suscriptores de música en streaming siguen Spotify. Hagan cuentas y verán que el dineral en juego no es menor. Se calcula, grosso modo, que cada artista titular de la descarga puede recibir entre US$3,000 y US$3,500 por cada millón de streams realizados.
Pues bien, Neil Young, así como la cantante Joni Mitchel, otra icono de la música rock para talluditos como los que escriben artículos de esta guisa, han decidido que no pueden avalar la indecencia de Spotify de permitir el acceso al comediante Joe Rogan, que ha difundido en su podcast, el más oído del planeta, teorías no confirmadas o bulos sobre las vacunas contra la COVID-19. Para el cantante nacido en el Ontario septentrional (there is a town...), Spotify vehicula información tóxica en la línea de las prevenciones de famosos tan infames con el tenista Novak Djokovic, lo que le ha costado su participación en el último Open de Australia tan brillantemente ganado por Rafael Nadal.
Como apuntábamos en un anterior artículo, algunos de los polarizadores más estrambóticos y conspicuos, como Trump o Boris Johnson, que han sabido maximizar políticamente la demagogia de sus ‘masajes’ hasta límites insospechados, se apoyan en el denominado Principio Asimétrico de la Gilipollez, la conocida como Ley Brandolini. Este establece que la energía necesaria para refutar una afirmación sin sentido es bastante superior a la necesaria para producirla. Si los No-Vax piensan que las vacunas no sirven, la ‘veracidad’ de semejante despropósito queda confirmada, mayormente en franjas de edad jóvenes de los oyentes. Recuérdese que Spotify contrató a Joe Rogan con un acuerdo de distribución exclusivo de US$100 millones. Su audiencia tiene 24 años de media, y los no vacunados de esa cohorte de edad son 12 veces más propensos a ser ingresados en hospitales si se contagian de COVID-19.
Si se nos permite subir un escalón en el argumentario de este artículo es conveniente referirse en los tiempos que corren a un tipo de ‘capitalismo de vigilancia’ (surveillance capitalism) en el que la libertad ciudadana queda constreñida. Hace unos años la psicóloga social Shoshana Zuboff acuñó la expresión de capitalismo de vigilancia en referencia a la mercantilización de datos personales que acumulan los Nuevos Señores Feudales Tecnológicos en cantidades ingentes.
Mediante la computación y maximización de las nuevas tecnologías de inteligencia artificial y los eficientes algoritmos digitales y de minería de datos, se aprovechan las trazas compiladas en las frenéticas navegaciones de los usuarios. Tal información obtenida de los clics efectuados en nuestros dispositivos se estandariza como una mercancía sujeta a la compraventa con fines de lucro, y se vende a las empresas anunciadoras que aparecen sin solución de continuidad en nuestras pantallas. Spotify se aprovecha de un negocio que mueve billones (y ‘billones’, como enfatizaría nuestro admirado Carl Sagan) de dólares de beneficios.
En la muy aconsejable visión del documental ‘The social dilemma’, además de una Zuboff que expone los argumentos de la manipulación del nuevo modelo de negocio, así rebautizado eufemísticamente, otros ex directivos, diseñadores y creativos de las empresas de los NSFT nos previenen de los efectos perniciosos de unas prácticas sigilosas y permanentes de obtener información de los ciudadanos. Estos son instrumentalizados en rentables consumidores mediante una adicción al incesante trasiego en las redes. Además, y en paralelo, se difunden narrativas No-Vax como el caso que nos ocupa y otras fake news, mentiras y bulos que tan hábilmente han utilizado los populismos y que ilustran cabalmente la pasada presidencia de Donald Trump (¿seguro que no regresa en 2024?).
En el documental, asimismo, se hace un breve análisis de los efectos deletéreos para la salud mental de los jóvenes de la aplicación desproporcionada de prácticas de la psicología persuasiva usadas para modelar sus preferencias mercantiles. Los procesos de polarización y de ‘lavado de cerebro’ subliminal quedan reflejados en procesos sociales destructivos como ejemplifica el incremento desaforado en la venta de armas en el país de pistoleros que se ha convertido EE.UU. Para algunos de los expertos de ‘The social dilemma’, el horizonte de desarrollo futuro --no más de 20 años—podría conducir en el país norteamericano a la guerra civil, fruto de una polarización alimentada por la distopia tecnológica en curso.
¿Capitalismo o libertad, en un mundo libre? Valga el retruécano rememorativo de otras lapidarias proclamas electoralistas de corte trumpista en nuestra querida ‘piel de toro’. En el entretiempo, sigamos ‘rockeando’ en nuestro mundo de ensueño mientras se propagan teorías conspirativas de eugenesia y muerte. Gracias, Neil, Joni y quienes desde sus pedestales de la fama (y también de sus saludables finanzas) muestran la decencia cívica de luchar contra el libericidio de anclar los fines de la humanidad a la máxima de ‘todo por la pela’.
Comentarios
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