Aún con el ninguneo histórico que han recibido la ciencia y la investigación en los Presupuestos Generales del Estado y el escaso apoyo institucional a las empresas tecnológicas y a la innovación industrial, hemos conseguido que una empresa española desarrolle un exoesqueleto para niños con atrofia muscular que mejorará la vida de 17 millones de niños en el mundo.
Con un presupuesto estatal en i+D+I nunca generoso, desde España se ha conseguido que una mujer ciega pueda percibir formas y letras o crear la primera píldora viva para tratar bacterias resistentes a los antibióticos.
El optimismo llega cuando el Congreso aprueba una mejora considerable de la ley actual. La ciencia por fin está en la agenda política como un asunto muy serio y no como ese apartado del que todos se olvidan. Tras negociaciones entre PSOE y Unidas Podemos, la nueva ley de la ciencia crea la figura de nuevos contratos para sacar la precariedad de los laboratorios. También se ha conseguido la indemnización por fin de contrato de investigación. Una nueva perspectiva para la ciencia que también inaugura un camino a seguir sin detenerse.
Primero, porque por primera vez parece que la ciencia y la investigación se perciben como apuesta de futuro y por eso garantizamos una estabilidad presupuestaria. Aunque no llegamos al 2% del PIB que invierte la media europea, como pensamos que se debería hacer desde Unidas Podemos, nuestro país ya aporta un 3,3% de la producción científica anual en el mundo. Parece que ha quedado claro que en épocas de recortes no se puede volver a dejar la partida de i+D+I tiritando porque salimos perjudicados todos.
Segundo, porque nos hemos dado cuenta que la gente joven que se forma en nuestras universidades públicas y utiliza los recursos de este país, luego se marcha a otros países a verter todos sus conocimientos. La retención de talento nos obsesiona por una cuestión de justicia patria: queremos que los nuestros se queden aquí ayudándonos a construir futuro. España ya no regala conocimientos y parece que se ha entendido porque se empiezan a dignificar las condiciones laborales en la carrera científica. Espero que no se olvide que también hay que ofrecerles un buen sueldo.
Tercero, porque hemos pasado de conformarnos con un puesto referente en tapas, sol y playa, a descubrir una España poderosa capaz de monitorizar la actividad de un volcán durante 85 días seguidos y proteger a la población de una isla entera. Somos el séptimo país en la clasificación mundial de publicaciones relacionadas con el Covid y una vacuna en fase II de ensayos clínicos.
Nos queda mucho pendiente porque sabemos que solo un 20% de las investigadoras lideran las publicaciones pese a firmar casi el 50% de la producción científica. Las instituciones hemos de comprometernos a ofrecer las mismas oportunidades a hombres y mujeres y para ello habrá que impulsar y cuidar más a quien se haya quedado atrás.
Aunque en la era de las tecnologías se aprecia imprescindible mantener la llama inversora en las STEM, la investigación no sólo debe referirse a ese campo sino que hay que ensanchar todas las posibilidades ofreciendo inversión también a la investigación literaria, filosófica o las ciencias sociales. En su estudio podemos encontrar soluciones a objetivos sociales como la erradicación de la pobreza y las desigualdades.
La ciencia y la investigación eran caminos, hasta ahora, poco explorados, frecuentemente víctimas de recortes y ninguneos políticos. Pero España es un país de ciencia y poder presumir de tanto avance y progreso nos sube la autoestima. Por la derecha y por la izquierda se aplauden los logros científicos y parece que hay acuerdo en que la inversión en ciencia nos va a dar las mejores alegrías en un futuro próximo. La España científica ya es un asunto público de prioridad y conquista el espacio. Han debido caer en la cuenta de que si nada nos salva de la muerte, al menos que la ciencia nos salve de la vida.
Comentarios
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