No se pretende desde esta columna entrar en un debate sobre si el paro del transporte que ha marcado la política durante las últimas semanas surge de la agitación provocada por la extrema derecha, esta columna tiene como objetivo analizar el horizonte que un movimiento obrero zarandeado por la extrema derecha puede suponer.
Como analizaba Pilar Araque Conde en este artículo, "la extrema derecha no ha apoyado durante estos dos primeros años de legislatura al menos diez iniciativas destinadas a mejorar las condiciones laborales, salariales y cotizaciones de los empleados".
Este rechazo o bloqueo constante de medidas que buscan el refuerzo de derechos se ve cruzado por una agitación hacia la protesta por parte de la extrema derecha que zarandea hasta marear un movimiento obrero al que busca dejar sin dirección y objetivo concreto. Este vaciamiento de las protestas laborales se produce a la vez que Vox intenta vaciar la política, no solo a través de la promesa de eliminar determinadas instituciones, sino a través de una estrategia discursiva basada en el uso de términos ambiguos e inexactitudes que les permite situarse en cualquier lado de la discusión que buscan tergiversar. Algo que traspasa ya los cuadros de Vox y empieza a contagiar a otros partidos de derechas como vimos en esta entrevista a Mañueco, que, asumiendo y defendiendo el discurso de Vox, fue incapaz de explicar qué medidas concretas podrían tomarse desde una autonomía para legislar a favor de una ‘inmigración ordenada’ que tampoco fue capaz de definir.
En un contexto marcado por el cada vez más peligroso efecto de las fake news y los bulos, la extrema derecha busca vaciar de contenido las protestas y zarandear a los más vulnerables. En estas condiciones, el resultado esperado es el de un descontento social que sale a la calle sin rumbo claro. Es aquí donde aparecen los fachalecos.
Podríamos llamar pues fachalecos amarillos a aquellos dirigentes de la extrema derecha más cercanos a los terratenientes y a la cultura de la herencia y del poder español que, sobre sus chalecos de marca, se colocan de manera oportunista chalecos amarillos para poder acercarse y camuflarse en un movimiento en pos de derechos laborales y fundamentales que luego niegan en sus propios programas electorales y de gobierno. El desvío de atención que busca fomentar la extrema derecha con respecto al paro en el transporte tiene como objetivo el generar un caos social que afecte a sectores vulnerables y básicos de nuestra economía (las pérdidas de pequeñas empresas y la ganadería extensiva así lo demuestran) y alejan la discusión del tema central de la falta de derechos y seguridad laboral que podría impedir el trabajo a pérdidas no solo del sector de transportes sino de toda la cadena alimentaria. El objetivo final es el de generar una situación lo suficientemente insostenible y un descontento social violento que vea precisamente en la extrema derecha el único aliado o la solución ideal.
Mientras Manuel Hernández, presidente de la Plataforma en Defensa del Transporte, busca poner el foco sobre el transporte, esta crisis ha conseguido evidenciar que los problemas de trabajadoras autónomas y pequeñas empresas se originan en la posibilidad de trabajar a pérdidas, la insostenible cotización de autónomas y la hegemonía de empresas intermediarias que se lucran de esta estructura. Una extensa y compleja problemática que únicamente puede ser abordada mediante una legislación que fortalezca la capacidad de negociación de trabajadores y sus derechos. Algo que, como apuntaba Yolanda Díaz a Macarena Olona hace unos días, choca radicalmente con las propuestas que la extrema derecha porta en sus programas. Quizás, por ello, Vox hable del campo como si se tratara de un terreno mitológico donde lo último que importa son los derechos de las personas que lo trabajan.
Si el peligro que supone la extrema derecha en el parlamento es el vaciamiento de la política en todas sus formas a través del rechazo de negociaciones en las instituciones (Vox se negó a participar en las rondas de conversaciones en torno a las medidas para mitigar los efectos de la pandemia y ahora lo hace con las conversaciones en torno al contexto de guerra), el peligro de los fachalecos amarillos, es decir, de la apropiación de la extrema derecha de los movimientos sociales obreros, es precisamente el convertir la revolución en un fetiche completamente vaciado de contenido a través de la tergiversación de los paros y del uso de otras herramientas propias del movimiento obrero a la vez que rechazan cualquier medida que refuerce derechos laborales. Esta política de la no propuesta y del vaciamiento solo busca provocar un caos social sobre el que erigirse como solución.
Y es que siempre ha sido más fácil incitar a la revuelta que luchar por la cristalización de las peticiones en derechos reales. Como apuntaban Errejón y Liria hace unas semanas, los ricos heredan nombres y tierras, mientras a los pobres solo nos quedan los derechos y las instituciones públicas.
Comentarios
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