Llevo veinte meses alimentando a mi hija con lactancia materna y, a día de hoy, no he encontrado un poder mayor que el de mis tetas brotando leche a demanda como un maná en medio del desierto. Llevo veinte meses siendo madre mamífera y derribando decenas de mitos y teorías acientíficas que ponen en duda la capacidad de las mujeres para alimentar a sus hijos mucho tiempo después de que hayan salido de sus cuerpos. Algunos muy bien instalados incluso dentro del colectivo sanitario como que la leche se acaba, se corta o sale aguada y "ya no alimenta". Aunque mi preferido, sin duda, es el de mi enfermero pediátrico, empeñado en que la niña "regule" sus tomas de una vez y mame cada cierto tiempo y nunca más, porque, para algunos, la teta sigue siendo el sustituto del biberón y no al revés. Querido enfermero, ya me gustaría a mí que la niña mamase con horario de funcionaria pero no hay quien razone con una bebé lactante a las 3 de la madrugada (ni a las 3.30, a las 4.10, a las 5, a las 6, a las 7.15, y a las 8.20, por poner un ejemplo de una noche fantástica). Llevo veinte meses desafiando al reloj, al sueño, al sistema capitalista y a mí misma, que jamás habría imaginado formar parte del club de la teta, ni convertirme yo misma en una loca como aquellas que se sacaban el tetamen en la calle para que un niñito vicioso que ¡ya caminaba! les succionase los pezones con más ímpetu que el Satisfayer. Bien es sabido que las mujeres estamos completamente chaladas cuando confiamos en nosotras mismas y decidimos no depender de las compañías farmacéuticas que, con la promesa de facilitarnos la vida, cercenan nuestras capacidades reproductoras y sexuales desde la adolescencia. También puede que la lactancia sea mi pequeña rebelión y mi gran éxito después de un parto híper medicalizado y de una vida llena de juicios hacia mi cuerpo. Ningún bodypositive más efectivo que el de mi hija cogiéndome de la mano mientras me señala el escote: "mami, tetica rica en fofá".
Pero la lactancia también es una experiencia agotadora, muchas veces dolorosa, y difícilmente compatible con el trabajo remunerado. El mayor privilegio que me ha dado el mío es no tener que depender de un sacaleches para ordeñarme en un cuarto de baño. Promover la lactancia materna prolongada mientras mantenemos bajas de maternidad raquíticas y jornadas laborales maratonianas es absurdo y frustrante para la mayoría de las mujeres. ¿Qué sentido tiene la recomendación de la Organización Mundial de la Salud de dar el pecho hasta los dos años mínimo cuando a los cuatro meses, seis con suerte y sin vacaciones, te estás incorporando a tu puesto? A esa edad los bebés todavía maman a todas horas y ni siquiera han iniciado la alimentación complementaria, reducir drásticamente las tomas en un bebé amamantado genera problemas de salud en las criaturas y en sus madres. Con la evidencia científica en una mano, la lactancia materna es lo mejor para todos los bebés, pero con la realidad en la otra, no es lo más recomendable para todas las mujeres. ¿Para cuándo entrarán las mastitis por separación obligada dentro de la categoría de accidente laboral? La maternidad en este sistema es, sobre todo, un ejercicio de supervivencia, y nadie puede trabajar ocho horas, o diez, con un dolor agudo en las mamas.
Promover la lactancia materna también pasa por respetar y no juzgar a las mujeres que, por el motivo que sea, no quieren dar el pecho, y a esas muchas otras que no lo consiguen, porque lactar no es ni tan mágico, ni tan sencillo como parece. Sin información ni ayuda especializada dar el pecho puede ser una odisea. Cuando no has visto amamantar en tu vida, lo natural no lo es tanto. Nada más estresante para una madre recién parida que un bebé desesperado por el hambre. Por todas partes se repite, además, que los bebés ya saben mamar desde que nacen y que somos nosotras las que debemos aprender a dar el pecho. Hay que tener en cuenta que, en ciertos casos de separación temprana, como en el mío, algunos bebés pueden llegar a olvidar la capacidad de succión y necesitan entrenarla. Por no hablar de los problemas de frenillo que frustran muchas lactancias y que deben de saber diagnosticar tres pediatras, más o menos, en todo el país.
Me recordaba el otro día una amiga que fue madre por segunda vez hace pocos meses, que debe de ser cierto eso de que la mente humana tiene una gran capacidad para olvidar (o enterrar) las adversidades y seguir adelante. Resilencia se llama. Durante el primer medio año de mi hija me recuerdo a mí misma con las tetas ingurgitadas como piedras a todas horas y me entran escalofríos. Durante meses y meses viví con sensación constante de estar a punto de explotar, sin poder tumbarme boca abajo, padeciendo recurrentes mastitis subagudas, sumadas a una cesárea y con una niña que no se podía acostar en horizontal de ninguna manera. Me acuerdo de la desesperación y del agobio, de las ganas de que alguien me librase de aquello y le diese un biberón de una vez. Veo en las estanterías libros de lactancia con las esquinitas dobladas en páginas que hablan del agarre, de posturas imposibles, de ombligo con ombligo, veo diagramas con siluetas maternas e infantiles en las que el bebé se manejaba con soltura, y algunas frases que nunca olvidaré como "el bebé debe coger tu pecho como si fuese un bocadillo". Me entra la risa cuando me recuerdo diciéndole a una niña de semanas ¡la teta es un sandwich! Manuales que parecen sacados del Circo del Sol "postura de balón de rugby", "postura del caballito", "postura de la loba". Creo que le di la teta a la niña hasta haciendo el pino.
He resistido lo indecible, pero no siempre por propia voluntad. Si mi hija hubiese aceptado biberones o chupetes en los primeros seis meses -cosa que jamás quiso- puede que no hubiésemos llegado hasta aquí. Recalco esto porque si de algo reniego es del misticismo maternal y de la santidad asociada a la lactancia. Reniego de la abnegación y del sacrificio a mayores. Ser madre ya es lo suficientemente sacrificado, no necesitamos un plus. Durante estos casi dos años de lactancia he tenido muchos momentos de agitación y he sentido la necesidad acuciante de separarme de la niña y salir corriendo de la habitación. A veces lo he hecho, que para algo somos dos progenitores. Para mí es importante también que mi hija entienda que esto es cosa de dos y que mi cuerpo me pertenece. No soy la mejor madre del mundo por dar la teta y tengo mis debilidades. Ni siquiera la lactancia ha podido con todas.
Y después de esta carrera de obstáculos, del agotamiento extremo, de aprenderlo y preguntarlo TODO sobre lactancia (si vas a ser madre y quieres lactar empieza a informarte cuánto antes), la niña por fin coge la teta como si se tratase de un bocadillo. A día de hoy la lactancia para mí es extremadamente cómoda y placentera. No tengo que extraerme leche, podemos salir a la calle sin merienda ni agua si se tercia porque ella siempre tiene un alimento a punto, y me "espera" las horas que hagan falta si salgo a cenar con una amiga. Y, sin embargo, ahora es cuando se me cuestiona por dar la teta y creo que muchas personas me miran con compasión. "¿Pero hasta cuándo va a estar esta niña colgada de la teta?", "¡Es demasiado mayor!" No sé cómo explicar (aunque lo intento porque veo que es necesario) que la lactancia me facilita la vida y además, me gusta. Con una niña de alta demanda que mantiene multitud de despertares nocturnos no me quiero ni imaginar lo que sería calentar biberones a todas horas, o pasarme las noches en vela inventando estrategias para que se vuelva a dormir. Lo realmente difícil es darle la teta a un bebé pequeño. Mi hija la coge sola. ¿Renunciar a esta maravilla de la naturaleza? Ni de broma, amigas.
La lactancia forma parte indispensable de la historia de amor particular con mi hija. Una historia que no puedo desvincular de ninguna manera de la placidez de su cara mientras está en el pecho, de sus manitas jugando con la piel de mi cuello, enredándose en un mechón del pelo o sintonizando la otra teta. De esa misma boca que se sigue afanando por sacar leche como una jabata cada día. De esa boquita que sonríe con el pezón entre los dientes. De esa boca que se relaja y se destensa cuando el sueño ha vencido al placer. Acariciarla y repasarla como si fuese una cachorrita es lo más tierno que me ha ocurrido en toda la vida. De hecho, es mi cachorrita. Uno de mis libros de cabecera de lactancia es el del pediatra Carlos González: Un regalo para toda la vida. Francamente, yo creía que el regalo se lo hacía a ella. Feliz (fin de) Semana Mundial de la Lactancia Materna.
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