En enero de 2019 escribí un artículo: ¿Es inevitable el suicidio de la izquierda?. Por desgracia, el título fue premonitorio. La izquierda perdió el Ayuntamiento de Madrid y se alejó mucho más de la victoria respecto a las elecciones de 2015. Creo que estamos ante la posibilidad de un nuevo deja vu en las elecciones de mayo de 2023. Por ello, no podemos permanecer callados. Tenemos que ser lo suficientemente honestos para prever el parte de daños que puede sufrir la izquierda si no actúa correctamente. Pido disculpas de antemano si puedo molestar a alguien. Mi intención es ayudar a la reflexión.
Pongamos en contexto la situación en la que se van a celebrar las elecciones del próximo mes de mayo. El verano de 2022 marca un antes y un después: olas de calor desconocidas, sequías feroces, macroincendios..., un fuerte acelerón del cambio climático. Una guerra larga en el corazón de Europa tras la invasión de Ucrania por Rusia, y las tensiones entre EEUU y China, reflejan una lucha por la hegemonía geoestratégica en el mundo de consecuencias últimas imprevisibles. Las inmediatas son crisis energética y económica, así como el abandono de la lucha por la descarbonización. Todo apunta a una recesión económica potente, desempleo, alta inflación y erosión del poder adquisitivo de la población, grandes movimientos migratorios, etc.
Si a lo anterior le añadimos el avance de la extrema derecha en EE.UU. y en Europa el panorama es inquietante. Y cuando la gente está entre el miedo y la ira y no ve alternativas claras puede pasar cualquier cosa. Son tiempos difíciles donde habrá que defender la democracia y el derecho a la existencia frente al neofascismo y a la avaricia de las grandes corporaciones.
Aquí en España, se ha traspasado la línea roja de gobernar con el neofranquismo, formalmente en Castilla y León y en la práctica en Madrid con los acuerdos entre Ayuso y Vox. Feijóo aspira a robarle a Vox todos los votos que pueda, pero solo puede gobernar si le dan los números y cuenta con ellos. Ese escenario supondría, como poco, la derogación de las leyes y avances progresistas del Gobierno de coalición (eutanasia, reforma laboral, libertad sexual, derechos LGTBI, memoria democrática, educación, medidas fiscales...).
España necesita reformas estructurales, avanzar en derechos, libertades y mayor democracia, no un retroceso de décadas. No es improbable que pueda volver nuevamente algo que no por metáfora o exageración se pueda llamar barbarie. Y los bárbaros están a las puertas.
La única manera de impedir el triunfo de la derecha (toda es ultra) es que la izquierda tenga una idea de la meta, claro el norte y tome decisiones de unidad. Porque todos sabemos que las coincidencias son mucho mayores que las diferencias. La situación exige más que nunca la generosidad de todas las fuerzas políticas. Ser flexibles para generar fortalezas. Sería dramático constatar que la densidad de egos y de otros intereses conduzcan a la izquierda a repetir los mismos errores que en anteriores elecciones: división, negociaciones agónicas por las listas en el filo de plazo para su presentación, generando mal ambiente y pésima imagen. Estas experiencias ya las conocemos y son un desastre.
Es preciso poner en pie un potente movimiento en defensa de los servicios públicos, del empleo de calidad, de salarios dignos. Demandas justas que deben recogerse en un programa con el compromiso firme de cumplimiento. Reforzar una conciencia civil y democrática y, finalmente, concluir en una propuesta electoral que sea común y pueda entusiasmar al electorado de izquierda que está más que harto de tanta división.
Dado el equilibrio que hay entre los bloques de la derecha y el progresista, gana quien movilice más a su electorado. En estos momentos la derecha está más movilizada. Si la izquierda se divide, se desploma la participación, aumenta la desilusión y la abstención. Siempre ha sido así y no aprendemos. Los que argumentan que se suma más yendo separados se equivocan porque ya conocemos que lleva a una previsible derrota de todos. Si la derrota es general, no cabe consuelo ni para quien avance un poquito. Y así no hay quién cambie nada. Nadie dijo que fuera a ser fácil, pero no nos empeñemos en hacerlo más difícil todavía. Deberíamos intentarlo. Porque la única opción de regenerar Madrid pasa por la izquierda, ante una derecha que utiliza la mentira como arma política y hace que las palabras pierdan su sentido. Llaman mantra progre a la democracia y a los derechos humanos y gritan libertad contra lo público los que no la gritaron contra la dictadura. Necesitamos movilización social, un programa que entusiasme y una unidad que sume.
El proyecto de Yolanda Díaz puede ser un revulsivo para unificar a toda la izquierda del PSOE y hacer un planteamiento reformista avanzado para este país. Para agrupar fuerzas y generar entusiasmo después de las derrotas consecutivas de las tres últimas elecciones autonómicas celebradas (Madrid, Castilla-León y Andalucía). Habría que confiar en ella y darle margen de maniobra en la gestación del proyecto. Siendo evidente que tiene que contar con todos los partidos y fuerzas políticas existentes, empezando por los que tienen más peso político y organizativo.
Me han pedido que eche una mano en el tema de educación y lo estoy haciendo porque tengo claro que la enseñanza es esencial para mejorar un país. No hay un proyecto con profundidad reformista que no parta del fortalecimiento de una educación pública, universal, laica y gratuita. Desde mi experiencia, tengo que decir que las posibilidades del proyecto son grandes por las simpatías que levanta y el atractivo que tiene participar en él. Lo mismo que constato una alta receptividad a participar en el debate y la elaboración, he de decir que sin una sociedad civil movilizada también en la calle es difícil construir una propuesta que vaya más allá de salvar una representación digna de la izquierda. Hace poco escribía que en ningún sitio está escrito que tengan que ganar los bárbaros, pero también es evidente que tampoco está escrito que la izquierda no pueda quedarse en las orillas de la historia. Ahí está Italia. La izquierda no puede sobrevivir a su propia división y desdibujamiento. Por ello, Sumar puede ser una buena idea.
Un planteamiento ambicioso de regeneración política de España requiere una batalla en todos los frentes. La izquierda debe tener una infinita capacidad para rebelarse, también ante sus fantasmas y errores tradicionales.
No se debería renunciar a llegar a tiempo con un proyecto unitario a las elecciones de mayo de 2023 porque haya fuerzas importantes en Madrid o la Comunidad Valenciana que hayan anunciado que se presentan en solitario. Hay que hablar con ellas ¿Por qué no un Sumar Madrid o como se llame en otros territorios? Candidaturas potentes que ilusionen al electorado progresista. Madrid se puede ganar si la izquierda se lo cree, concurre unida, apela a la participación y a la inteligencia del electorado frente al discurso falaz de Ayuso y Almeida. Como amigo no se lo deseo, pero como madrileño me encantaría soñar algo así como una Plataforma Cívica por Madrid de toda la izquierda con Luis García Montero al frente. Almeida (o Lasquetty) no tendrían ninguna posibilidad. Aún hay tiempo.
No basta un buen cartel electoral en las elecciones generales para preservar los muebles y que el peso de la representación de la izquierda del PSOE se convierte en decisivo. Salvar el último bastión es importante pero no suficiente. Es difícil hablar de proyecto de país sin una fuerte presencia en ayuntamientos y CCAA.
En definitiva, la pregunta es: ¿Aprenderemos de una vez la lección de que lo que no suma, divide? Entre mantener los sueños intactos y la ruina política no debe haber duda. Tenemos una responsabilidad histórica tan grande que no deberíamos permitírnoslo. La unidad quizá no sea suficiente, pero es abrir una puerta a la esperanza.
Comentarios
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