Estos días conocimos una sentencia del Tribunal Supremo. En ella rebajaba ocho años la pena a un hombre que degolló a su pareja con 83 puñaladas delante de sus hijas, a las que abandonó junto al cuerpo de su madre ya asesinada. Repito, 83 puñaladas. Dar 83 puñaladas no es algo rápido o que no sea visible, es algo que comprende un tiempo de exposición de esas menores más que duradero. Pero después, una vez que fueron abandonadas, estuvieron con el cuerpo de su madre asesinada siete horas más.
La justicia dice que no se acredita lo suficiente las lesiones psíquicas de las menores, que por entonces tenían cuatro y dos años. Y eso a pesar de que está detallado que tuvieron que recibir más de veinte sesiones de terapia en la casa de acogida y de los informes periciales de los psicólogos. Pero no les vale. Dicen que no hay "informe médico" ni tampoco "tratamiento médico" que apoyara el diagnóstico. Dicen que quizás lo que las dos niñas sufrieron fue más por el abandono de estar esas horas solas, que por el hecho de ver a su madre asesinada y estar con su cuerpo siete horas. Menuda comparación. Por cierto, esta mujer ya había denunciado previamente. Incluso pidió una orden de protección al día siguiente. La justicia no solo no la ayudó entonces, sino que ni muerta recibe una sentencia justa su verdugo.
Es tremendo cómo, en más de una situación, la justicia hace oídos sordos a los informes médicos o psicológicos. Impresiona ver cómo se dedican a buscar resquicios y letras pequeñas para beneficiar a los agresores, y cómo no escuchan a las víctimas que piden ayuda. Luego dicen que los periodistas alarmamos cuando damos las noticias y que así provocamos que las víctimas no denuncien, pero no. Para que ocurra eso ya se basta la justicia ella sola. Porque hasta que no vean que la justicia es un espacio seguro y que pueden confiar en ella, no lo terminarán por hacer y eso conviene no solo a ellas, sino a toda la sociedad y a la propia reputación de la justicia.
Supongo que echar balones fuera es lo más rentable para no cambiar nada. Con sentencias así, ¿saben que precisamente están dando argumentos a los tertulianos machistas que se sientan por los platós? ¿Qué imagen creen que están dando de la justicia a la víctima que, quizás hoy, quiera pedir ayuda? Pues que ellos, aunque asesinan, puede ser que si les toca un juez que no sabe ni de qué habla (o cree que sí, que es lo peor) su agresor tendrá más suerte que ellas mismas. Y sí. Sé que él está condenado. Pero ella, muerta. Y sus hijas con un trauma que ni tiene reconocimiento.
Está muy bien que demos espacio a los universitarios del Colegio Mayor y sus machistadas, pero es para reflexionar el motivo por el que noticias como estas, al igual que cuando una mujer es asesinada, pasen sin apenas relevancia. Quizás porque evitamos ir al fondo de la violencia institucional. Aún más en nuestra justicia, que con una condena por el mismo motivo tras el caso de Ángela González, debería de haber provocado más sensibilidad sobre esta cuestión.
Hace nada ha sido el Día Mundial de la Salud Mental. Y quizás en vez de dar tanta repercusión a los que hablan de chiringuitos tendríamos que hablar de cómo el machismo genera problemas de salud, física y mental, en más de un 70% de los casos. Hablemos de la necesidad de que sus víctimas sean atendidas desde el minuto uno, aún más cuando se trata de niñas y niños que han perdido a sus madres porque sus padres o parejas así lo quisieron. Cuando hablemos de violencia de género que lo sea también de las lesiones físicas y sexuales, pero también los trastornos y consecuencias que produce: ansiedad, depresión, estrés postraumático, trastornos de conducta alimentaria, trastornos adaptativos, traumas, adicciones, ataques de pánico o intentos suicidas. Hablemos de cómo, todo este tiempo antes, muchas han tenido que pagar por recibir asistencia para estos trastornos o cómo muchas no pudieron hacer frente. Hablar de la salud mental y de la violencia de género es necesario. Sobre todo para aquellos que no lo ven y aún más para aquellos que no lo ven y, además, dicen impartir justicia.
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