El próximo 2 de abril, es de sobra conocido, Yolanda Díaz dará por concluido su famoso "proceso de escucha" y presentará públicamente su estrategia de cara al próximo ciclo electoral. Lo hará, previsiblemente, rodeada de mujeres y hombres que han ocupado responsabilidades institucionales durante los últimos años y que han tenido un papel relevante en la historia política reciente de nuestro país. Quizás lo haga, además, con la ruidosa ausencia de algunas de las personalidades con las que hasta ahora había compartido el liderazgo de ese conjunto de sensibilidades y objetivos, frágilmente articulado, que dimos en llamar "espacio del cambio".
El anuncio de este encuentro/desencuentro en la ciudad de Madrid el próximo domingo ha venido provocando, especialmente en la última semana, una subida de las temperaturas. Tanto en las redacciones de los grandes medios, que se frotan ya las manos ante otra guerra interna de la izquierda, como en las timeline de los blogs y diarios más progresistas, donde personajes intelectuales e institucionales de muy diferente tipo, intentan defender o censurar las acciones y declaraciones de los dos espacios en pugna. Por no mencionar el barro y la subida de tono en las redes sociales, con muestras de lealtades de última hora o juicios morales a la orden del día. El nivel de los argumentos cada vez más pobre y los insultos y faltas de respeto entre militancias de uno y otro espacio, condenadas a entenderse, cada vez más frecuentes.
En este contexto, estas líneas nacen con la convicción de que, quienes hemos militado la última década, nos merecemos y nos debemos a nosotras mismas análisis mucho más sosegados y honestos sobre los aciertos y errores que han podido llevarnos hasta aquí. Esta es, además, una tarea militante de primer orden si queremos recomponernos del momento actual que atravesamos, pues se lo debemos también a todas las que han de poner el cuerpo en lo que está por venir.
Por ahora, en la guerra mediática abierta entre Sumar y Podemos, solo hemos conocido ciertas diferencias de estilo y evidentes desigualdades en el trato por parte de determinados sectores. Los propios líderes de cada uno de nuestros espacios no han sido capaces de exponer nada más allá que les separe. Cuestiones que, por ahora, no han tenido una traducción exacta en la praxis de cada sector y que no debieran ser, en ningún caso, el motivo para una confrontación pública entre aliados. De las propuestas estratégicas y organizativas de unos y otros poco o nada sabemos hasta el momento, aunque todo apunta nuevamente hacia un concepto de participación política con mucha escenificación, pero muy limitado en la práctica.
A pesar de los contextos de organización y movilización colectiva en los que se han sacado adelante las reformas más importantes, existe sin duda una desconfianza por parte de las herramientas institucionales hacia la participación real y hacia lo popular. Tanto es así que, de un tiempo a esta parte, ha venido cobrando peso en ciertos espacios dirigentes la tesis de que la organización popular y comunitaria no es decisiva en la correlación de fuerzas para impulsar transformaciones sociales en el siglo XXI. Una posición legítima, pero que debiera poder discutirse con naturalidad, ya que bien seguro seremos muchas quienes no la compartimos.
Resultan curiosas, además, ciertas tendencias si pensamos en que, la última vez que en Podemos se pudieron confrontar públicamente diferentes proyectos organizativos, la propuesta de quienes posteriormente ostentarían la dirección del espacio, ganó haciendo especial hincapié en que el partido debía ser sobre todo una herramienta para garantizar la participación de las mayorías sociales en el proceso político. De esta forma de entender la organización política nacen proyectos como la capacitación de cuadros sociales, las asambleas y coordinadoras de conflictos, las redes de activistas, las propuestas de espacios autónomos de juventud, el discurso sobre la centralidad de los cuidados y la importancia de las redes comunitarias... "Un pie en las instituciones y cien en las calles" era la consigna a la interna de la dirección morada por aquel entonces. Sin embargo, alguien pudiera pensar que, una vez desaparecida la discusión interna, la idea de recuperar el partido-movimiento pasa a mejor vida junto con las diferentes líneas de trabajo y estructuras orgánicas que la sustentaban.
Con el 15M se aceleró el curso de la historia. La movilización popular que inundó las calles de todo el país, trajo consigo una acumulación de energías utópicas que hicieron posible imaginar una transformación política de calado. El nacimiento de nuevos movimientos sociales, la sucesión de períodos de fuerte movilización popular y, finalmente, la aparición de Podemos, acabaron contribuyendo a una innegable transformación cultural y política. Sin duda, estas transformaciones jamás se hubiesen producido sin una herramienta como Podemos, capaz de llevar a la izquierda del PSOE al primer Gobierno progresista de coalición desde la II República. Pero, muy probablemente, ciertas mejoras que han podido llevarse a cabo gracias a la presencia de ministras de Unidas Podemos, no hubiesen sido posibles, asimismo, si no contáramos también con otro tipo de herramientas colectivas.
Las leyes autonómicas que avanzan en la protección del derecho a la vivienda, la subida del salario mínimo, la regularización de los falsos autónomos y la construcción de herramientas legales para plantar cara a la impunidad de las multinacionales, la reforma laboral y el aumento de la contratación indefinida, el reconocimiento de nuevos derechos en la Ley de Libertad Sexual o en la Ley de Derechos Sexuales y Reproductivos, las nuevas prestaciones sociales... Estos son solo algunos ejemplos de las conquistas que no hubiesen sido una posibilidad y no hubiesen estado en la agenda mediática y política sin la presión de espacios de participación y organización en torno a la defensa de derechos concretos. Espacios como las asambleas de riders, los colectivos de trabajadoras del SAD, los sindicatos y asambleas de vivienda, las asociaciones en defensa de la dignidad trans, las organizaciones feministas, las redes de apoyo mutuo de los barrios, las organizaciones sindicales...
Si analizamos la historia, aunque nos basta en este caso con la pasada década, observamos que las conquistas de nuevos derechos, la puesta en marcha de leyes que protegen a los más vulnerabilizados, siempre han venido acompañadas por la conjunción producida entre unos movimientos populares fuertes en la calle y una intervención en las instituciones centrada en poner los recursos de todo tipo que estas ofrecen al servicio de la gente. La consecución de un derecho nunca es simplemente gracias a la astucia o trabajo de un cargo público.
Pero, del mismo modo que las conquistas y ampliaciones de derechos son siempre victorias colectivas y como tal debiéramos celebrarlas, también las derrotas han de ser estudiadas desde el paradigma de la responsabilidad compartida. Lo que debe acompañar siempre a los momentos de reflujo en un espacio transformador son procesos amplios de análisis y debate y nunca el linchamiento o prescripción moral de determinados liderazgos. Justificar las derrotas en la falta de determinación o astucia de determinado grupo o líder político, es un análisis fácil y tranquilizador por su corto recorrido, pero no permite plantear soluciones más allá del "quítate tú para ponerme yo".
Urge enfrentar unidos el próximo ciclo electoral, pero urge también volvernos a sentar a hablar de programa (qué queremos hacer), de estrategias (cómo lo vamos a hacer) y de modelos organizativos (qué herramientas necesitamos para hacerlo). Los espacios de organización y los movimientos político-sociales han de ser herramientas para la decisión y desarrollo de estrategias colectivas. Si no, lo único que buscamos son marcas y juguetes electorales (y para eso da un poco igual Podemos que Sumar; Sumar, que Podemos), podremos quizás salvar los muebles en las próximas elecciones, pero no podremos seguir transformando un país.
En esta contienda, no hemos visto ninguna estrategia ni propuesta organizativa clara que podamos debatir, criticar y contraponer a otra. No la hemos visto porque no estamos acudiendo a una discusión de proyectos y esta vez ni siquiera nos hemos molestado en escenificarlo. El único elemento de ruptura es la percepción de la posición que cada uno/a merece en este nuevo ciclo. Los únicos argumentos, rumorología y reproches individuales.
Sigue siendo una prioridad pensarnos de manera diferente a otros espacios y articular ese partido-movimiento capaz de romper la dicotomía entre lo social y lo político que sustenta la cultura neoliberal, capaz de construir los mecanismos necesarios para garantizar la participación de las comunidades en la organización de la vida. Para garantizar, en definitiva, el derecho de nuestro pueblo a hacer política. Porque pensar que una élite altamente formada e ingeniosa puede sustituir la fuerza de la inteligencia y la voluntad popular, es un error que, a la izquierda del tablero, se paga muy caro. Una forma de hacer que nada tiene que ver con la tan cacareada "feminización de la política", pues lejos de reducirse a una cuestión estética, el feminismo nos ofrece otra manera de militar la vida, basada en el respeto y cuidado mutuo.
Como podrán entender, quienes escribimos estas líneas somos confluyentes, creemos en la unidad, pero como decía Julio Anguita, la unidad de la izquierda como eslogan vacío, no viene a decir nada. Creemos en la unidad construida sobre el debate sosegado de ideas con la participación directa de la gente, creemos en la inteligencia y la capacidad colectiva, en la pedagogía y la capcitación popular como herramienta de transformación social. Nos gusta el verbo "escuchar" pero preferimos el verbo "participar", y entendemos que la lealtad es importante, pero la lealtad es un camino de ida y vuelta, si no lo que se pide es sumisión y eso no debe tener espacio en la nueva cultura política que debemos construir.
Tenemos la responsabilidad de apostar por la unidad, pero no entendida como una sopa de siglas que se alcanza a través de un acuerdo de cuotas en un despacho. La unidad se construye desde abajo, esa es la única forma de generar ilusión y acumular fuerza. Porque la facilitación social, la comunicación popular y la defensa de los DDHH serán siempre los pilares fundamentales para la construcción de un proyecto que venga a cambiar irreversiblemente nuestro país.
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