Escribo esta columna mientras mi hijo adolescente está terminando de hacer la maleta para huir de casa unos días. Se va de campamento y está deseándolo tanto como el resto. Y es que criar y crecer es un juego de resistencia, de tira y afloja eterno, de tequieros y teodios alternos. Ahora lo sé en carne propia pero antes lo leí en carne ajena. Alba Céspedes me lo contó hace tiempo y justo hoy me vuelve al pensamiento.
En los 50 escribió una novela que 70 años después sigue revolviendo la conciencia de cualquiera que se atreva a asomarse a El Cuaderno Prohibido.
En él, Valeria, un mujer trabajadora de clase media, de unos 40 años, casada, madre de dos hijos ya adultos, escribe a escondidas sin saber por qué y termina contando quién es y quién no, logrando el espacio de libertad que necesita; el lugar en el que cuestionarse y encontrarse y lo contrario; un espacio de libertad vigilada por el miedo a ser descubierta, por la duda de si es mejor pararse a pensar o dejar que la vida, como una hemorragia, fluya hasta el final dirigida por la inercia.
Y es tanta su fidelidad a esa escritura que en ella disecciona cómo es querer después de haber querido, cómo es amar y odiar al mismo tiempo a tus hijos, cómo es enamorarse de nuevo y verse entre el pasado y el futuro, cuando ya sabe que el presente siempre tiene lado oscuro; cómo es sentirse muy viva y sin embargo; cómo es analizar una vida de entrega, cómo es cobrársela, cómo es ser consciente de que el rencor por lo perdido te vuelve por momentos perversa; cómo es digerir la derrota de comprender a posteriori los fallos de tu época y, en consecuencia, los tuyos; cómo es asumir que tu tiempo se fue; cómo es la soledad de mujer porque serlo en cada generación es distinto; cómo es ponerse en duda a una misma sin tregua y, sin embargo, encontrar siempre certezas para cuidar de otros; cómo es buscar el sentido en cuidar; cómo es no saber si es lo acertado o ya solo el camino marcado; cómo es no morir de tristeza al descubrir todo lo descrito, cómo es ser capaz de verlo y sentirlo todo y –lo que es más difícil– colocarlo en su sitio, en el que ella ha elegido.
No se la pierdan. La venden como un clásico muy actual. Yo la recomiendo como uno de esos libros que acarician y pican, que duelen y abrazan, que desconciertan y dan serenidad.
Yo ya a Valeria la quiero y la odio, como ella a sus hijos. Se cuestiona de tal manera que nos cuestiona a todas y aún así –o quizá todavía más por eso– vale la pena plantar su semilla en nuestros adentros. Mejor saber que no saber, mejor mirar que hacerse el ciego, mejor pensar y pensar aunque a veces no lleve a ninguna salida más que a ser más de verdad aunque sea perdida. Mejor vivir sintiendo que estamos vivos. Mejor vivir sabiendo lo que sentimos.
Pequeño, pásalo de cine. Yo también voy a hacerlo.
Comentarios
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