Otras miradas

Visitad esta exposición, quizá sea la última

Alfredo González-Ruibal

Arqueólogo y etnoarqueólogo especializado en investigación de la arqueología del pasado contemporáneo

Visitad esta exposición, quizá sea la última
La muerte como motor para la vida y para la búsqueda de fórmulas que lleven a una sociedad más feliz y mejor: es el grito presente en la exposición "El tragaluz democrático", una muestra que desafía a través del arte lo ya sabido sobre la historia de España y está "claramente comprometida con una idea radical de democracia ciudadana". EFE/Juan Carlos Hidalgo

Se llama "El tragaluz democrático. Políticas de vida y muerte en el Estado español (1868-1976)", la comisaría el profesor de Princeton Germán Labrador y se puede visitar en Nuevos Ministerios. Con semejante título es fácil entender por qué puede ser la última exposición de este tipo en mucho tiempo. Todo depende de lo que suceda el 23 de julio. El mismo día que, casual y simbólicamente, se clausura.

Si gana la derecha será la última, y no porque el Tragaluz Democrático sea una exposición sobre eso que llamamos memoria histórica o memoria democrática. Lo que hace el Tragaluz es más peligroso: nos cuenta otra historia de España, desde 1868 a la Transición. Una historia a contracorriente en una época donde la historia se parece, cada vez más, a la exaltación nacionalista perpetua: una especie de narcisismo colectivo en el que lo único que cabe es celebrar la "aportación de España a la civilización y a la historia universal, con especial atención a las gestas y hazañas de nuestros héroes nacionales" (el programa electoral de Vox).

Frente al relato ultraconservador, el Tragaluz nos propone dos cosas. Por un lado, reflexionar sobre la genealogía de las violencias políticas en España, algo a lo que no estamos muy acostumbrados cuando el ejercicio implica ir más allá de 1936 o más acá de 1975. O salir de la propia España.

La exposición, de hecho, habla de agresiones imperiales en Cuba y Marruecos, sin las cuales resulta difícil comprender represiones geográfica y temporalmente más cercanas. Porque en Cuba se inventaron los campos de concentración y en Marruecos el bombardeo de poblaciones civiles. También habla de esclavitud y colonialismo, que son formas de violencia y fábricas de otredad. En las colonias y en las plantaciones malvivían los otros –inferiores, explotables, sacrificables, exterminables–. Como lo serían los "rojos" a partir de los años 30.


Pero el Tragaluz no es solo un catálogo de violencias, sino también de modelos alternativos de sociedad –las "políticas de vida" a las que alude el título–. Esas políticas pueden ser de resistencia, como las que representa un traje de ñáñigo, la sociedad secreta afrocubana que creó solidaridades entre esclavos y obsesionó a los blancos. Pero también pueden ser generadoras de un mundo nuevo de derechos y libertades, como los que fundaron las dos repúblicas. En el Tragaluz, las políticas de vida se materializan en escuelas, libros y los rostros iluminados de quienes asisten en un pueblo, por primera vez en su vida, a la proyección de una película.

La exposición nos recuerda la historia de nuestros derechos democráticos, los protagonistas que lucharon para conseguirlos y las formas en que se aniquilaron –derechos y personas. Héroes y gestas, al fin y al cabo, y aportaciones a la historia universal, pero no del tipo que le gusta a Vox.

El Tragaluz ha causado escándalo en las filas de la derecha. OkDiario le ha dedicado insultos y calumnias (y ha acusado a su comisario, como no, de proetarra), pero también lo han hecho quienes se autoproclaman moderados, como Pedro J. Ramírez y Andrés Trapiello. Este último, en un ejercicio de crítica constructiva, ha afirmado que detrás de la exposición hay una cabeza "demencial y demenciada". Los ataques de la derecha tradicional revelan hasta qué punto ha abandonado el centro político. Porque una exposición como el Tragaluz podría verse en cualquier capital europea referida a la historia de cualquier país europeo -con la misma historia colonial, esclavista y de conflicto civil, que no deja de ser la historia de Europa-.

Al contrario que de otras exposiciones sobre represión, del Tragaluz uno no sale horrorizado, sino melancólico. Quizá por la selección de objetos e imágenes, frágiles y vulnerables, como los derechos que conquistaron o que permitieron soñar. O quizá sea por los tiempos en que vivimos, que hacen parecer esos objetos (y los derechos que representan), aún más vulnerables y frágiles. El Tragaluz es un destello de luz en un mundo donde avanzan las sombras.

El día 23 de julio se clausura la exposición. Y ese mismo día tenemos la oportunidad de conseguir que no sea para siempre.

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