Arrancamos el otoño con temperaturas excepcionalmente altas de nuevo y, como ya sabemos a estas alturas, dejamos atrás el tercer verano más cálido desde el comienzo de la actual serie histórica de la Agencia Estatal de Meteorología, es decir, desde 1961. Dos de los tres veranos más cálidos de los últimos 62 años han sido los dos últimos, y poco a poco somos conscientes de todo lo que eso implica.
Entre otras cosas, que dentro de nuestras casas hayamos tenido que soportar temperaturas por encima de los 30ºC. Ni siquiera la noche daba una tregua. Todo esto en nuestros hogares, que hasta ahora creíamos refugios frente a las inclemencias. No es casual: más de la mitad de las viviendas en el Estado español se construyeron antes de que normativa alguna obligara a colocar aislamiento en los edificios. Nuestras casas, en general, no están preparadas para soportar calor o frío extremos, pero tampoco las estamos rehabilitando para lograrlo. Según datos del Consejo Superior de Colegios de Arquitectos de España, en los últimos 4 años se han rehabilitado 113.944 viviendas. A este paso, tardaremos más de 300 años en haber acondicionado todas estas viviendas obsoletas, siendo optimistas y considerando que las rehabilitaciones realizadas ya protegen las viviendas de las temperaturas.
La verdad es que nos cuesta mucho rehabilitar: puede ser caro, incómodo y requiere ponerse de acuerdo con nuestros vecinos. Pero es necesario. Tenemos que hacerlo. No podemos simplemente sustituir todos los combustibles fósiles que consumimos en nuestras casas por electricidad de origen renovable, tenemos que reducir nuestro consumo energético. Porque la energía más barata es la que no se consume. Y, para ello, la rehabilitación es clave: ayuda a un mejor aislamiento y evita fugas y humedades. Además, es una responsabilidad, con nuestro tiempo y con las generaciones futuras, que debemos acometer de forma colectiva, apoyando solidariamente a quien tiene menos recursos. En este sentido, cabe recordar que es quien no puede permitirse estas rehabilitaciones quien más las necesita, quien ha pasado más calor en su casa este verano y quien pasará más frío. Para quien rehabilitar su casa no es sólo una necesidad en cuanto a ahorro en las facturas de energía, sino, sobre todo, en cuanto a confort. Este confort es algo que, dentro de todas las problemáticas existentes en relación a la vivienda, se está tratando sorprendentemente poco. Discutimos sobre las viviendas disponibles sin uso, del precio de las casas y los alquileres, pero no hablamos del estado en el que están esas viviendas que compramos o alquilamos. Sin embargo, es algo fundamental que también tiene un impacto en nuestro bolsillo y bienestar en el largo plazo. De la eficiencia energética de las viviendas dependen las facturas de energía que paguemos después o el calor o frío que pasemos.
Existen aún más barreras cuando son las personas inquilinas quienes quieren rehabilitar su vivienda. Ante condiciones de vivienda similares, es un 23% menos probable que quien vive de alquiler pueda rehabilitar su hogar. A ello hay que añadir otra cuestión: ¿por qué pueden alquilarse viviendas que se encuentran en pésimo estado? En Francia, desde enero de este año, las viviendas que más energía consumen, es decir, las menos confortables y que más impactan en la economía diaria de las personas no podrán ser alquiladas, gracias a un decreto aprobado en 2021. ¿Podría aprobarse una normativa similar aquí?
Ya existe normativa en otras cuestiones que, aunque no está teniendo tanto impacto como sería deseable, tampoco ha llevado a apocalipsis bíblicos o a revueltas históricas. La Ley General de derechos de las personas con discapacidad y de su inclusión social, aprobada en 2013, marcó diciembre de 2017 como fecha a partir de la cual todo edificio existente debe cumplir condiciones básicas de accesibilidad. Esta ley, por desgracia, no ha podido por sí sola resolver los graves problemas de accesibilidad existentes y lo demuestra el 17% de los edificios de diez o más viviendas que en 2021 seguía sin tener ascensor. Pero también es cierto que en 2011 ese porcentaje superaba el 25%. La medida no ha resuelto el problema en su totalidad, pero vamos en la dirección correcta.
Mantener los mismos sistemas y métodos que llevamos aplicando las últimas décadas para conseguir que nuestras viviendas sean eficientes, confortables y saludables no son suficientes. Solo con más ayudas económicas no vamos a impulsar la rehabilitación de los distintos tipos de vivienda, por ejemplo, en alquiler. Son necesarias nuevas herramientas normativas que nos ayuden a que todas las personas tengamos derecho a una vivienda que nos permita hacer frente a las olas de calor y de frío de forma asequible, también quienes vivimos de alquiler.
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