Otras miradas

Licor de fruta

Noelia Adánez

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología. MBA en gestión cultural. Editora y ensayista

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso (c), el presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo (i), y el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, durante la cena navideña del Partido Popular de Madrid. EFE/ Sergio Pérez
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso (c), el presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo (i), y el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, durante la cena navideña del Partido Popular de Madrid. EFE/ Sergio Pérez

Hace algo menos de un año que Isabel Díaz Ayuso, por decisión personal del Rector de la Universidad Complutense Joaquín Goyache, fue distinguida con el nombramiento de alumna ilustre. Goyache, quien no contó con la Junta de la Facultad de Ciencias de la Información para tomar esta decisión como suele ser costumbre, explicó que su propuesta se debía a que Ayuso es la primera alumna licenciada en periodismo que alcanza la condición de presidenta de una comunidad autónoma. No le importó que la presidenta, quien para entonces llevaba tres años y medio ejerciendo como tal, hubiera incurrido en toda una serie de actuaciones difícilmente compatibles con ese reconocimiento por parte de una institución académica pública que se dice de prestigio. Una universidad como la Complutense debería promover la ética, el conocimiento científico, la defensa de la convivencia democrática y de lo público. El personaje político de Isabel Díaz Ayuso se sustenta contra todos y cada uno de estos valores, por lo que resulta incomprensible e imprudente la decisión del Rector de la Complutense, que el afán de la presidenta por ocultar su expediente académico ha vuelto a traer a la actualidad. Veamos.

Recordemos que la gestión de la pandemia tuvo como efecto colateral la obtención por parte del hermano de la presidenta de una comisión por la venta de mascarillas. Que no se apreciara delito en la comisión percibida por Tomás Díaz Ayuso no la legitima. Es imposible olvidar las palabras del defenestrado Pablo Casado: "La cuestión es si cuando morían 700 personas al día se puede contratar con tu hermana y recibir 286.000 euros". También durante la pandemia, el gobierno de Isabel Díaz Ayuso aprobó los "protocolos de la vergüenza",  por los cuales 7.291 personas murieron sin ningún tipo de asistencia. Estas dos informaciones juntas -ignorando otras muchas que podríamos invocar, desde la construcción del Zendal a los recortes posteriores en atención primaria- ponen de manifiesto que Isabel Díaz Ayuso es un tipo de dirigente política que no toma en consideración principios éticos en el ejercicio de sus responsabilidades. Reconocerle la condición de ilustre a alguien con semejantes credenciales es una temeridad.

Por otra parte, Isabel Díaz Ayuso se vanagloria de negar la emergencia climática -a la que ha caracterizado públicamente de "gran estafa"- y de desarrollar políticas abiertamente contrarias a la evidencia científica. En su línea frívola y populista, llegó a anunciar en un debate electoral, como medida para combatir las altas temperaturas, colocar plantas en los balcones. Tres meses antes de que Goyache la nombrara alumna ilustre, Ayuso había afirmado: "Desde que la tierra existe, desde el origen, ha habido siempre cambio climático, ciclos. Nosotros tendremos que poner medidas para paliarlo, pero no pueden seguir contra la evidencia científica única y exclusivamente porque siempre tienen detrás en su cabeza el comunismo".

Si la negación del conocimiento y los consensos científicos no fue óbice para que el rector de una universidad pública considerara que Ayuso merecía ser reconocida como alumna ilustre, tampoco lo fue la ausencia manifiesta de principios éticos en la adopción de sus decisiones políticas en un contexto de emergencia pandémica. Lo mismo sucede con el metódico empeño que la presidenta de Madrid pone en beneficiar a medios de comunicación a través de las subvenciones a periódicos y webs con una orientación afín a sus políticas, o en su afán de controlar la televisión pública o en difundir mentiras, bulos y desinformación desde su cuenta en la red social X (Twitter).


Antes de los cuarenta bebés decapitados o la insinuación de que puede existir algún vínculo entre la prohibición de fumar en terrazas y el consumo de fentanilo -por mencionar dos de sus hits más sonados en los últimos tiempos-, Ayuso ya presentaba un abultado currículum en la producción de bulos, acusaciones falsas y diversas formas de manipulación informativa. El reconocimiento de "alumna ilustre" a una persona que utiliza la mentira como eje de su discurso, manda un mensaje muy extraño a los alumnos y alumnas de periodismo de la Universidad en la que estudió. ¿Qué pretendía Goyache, que la tomaran de ejemplo? No puede existir democracia real allí donde el discurso público se cimienta en la manipulación informativa y la mentira. Ayuso no juega limpio nunca y, cuando es acorralada y sus falacias se ponen en evidencia, la presidenta suele responder con un insulto, un señalamiento o un gesto displicente. Ayuso tampoco tolera la crítica, y si no que se lo digan al Ateneo de Madrid, que se acaba de quedar sin subvención autonómica porque su presidente, Luis Arroyo, dice cosas en privado que no son del agrado de la alumna ilustre de la Complutense. Con relación a estas cuestiones, Ayuso no exhibe un comportamiento presentable, salvo que consideremos que el insulto en democracia, la mentira o la arbitrariedad son cosas que conviene promover y premiar porque todo vale para ser presidenta de una autonomía, un partido político, el gobierno de España o, por decir algo, rector de universidad.

Por último, Isabel Díaz Ayuso, como sus predecesores en el cargo, se ha caracterizado por desarrollar políticas que tratan de contraer los servicios públicos y potenciar la actividad privada en materia sanitaria y lo que, al ser la Complutense una universidad pública, resulta todavía más sangrante: el ámbito de la educación. Dejando a un lado las enseñanzas obligatorias o las becas cayetanas -de las que ya hemos hablado en el pasado-, si nos centramos únicamente en las enseñanzas universitarias, debemos recordar que Madrid concentra la mitad de todas las universidades privadas del Estado. Hoy por hoy, en Madrid hay trece universidades privadas frente a seis públicas, una de las cuales premia a Ayuso porque, según parece, ser presidenta de una autonomía, el hecho en sí, importa más que el cómo se ejerce esa responsabilidad, con qué costes para los intereses de las mayorías sociales, de la institucionalidad y, ya que estamos, de la propia universidad que distingue a Ayuso por su "mérito individual" sin que le importe un pimiento todo lo demás. Desde 2019, se han aprobado cinco universidades privadas promovidas por la Congregación del Sagrado Corazón de Jesús, el Opus Dei -del que hablamos estos días a cuenta del anuncio de Navidad- la Banca y el Grupo Planeta. Antes de las autonómicas que dieron a Ayuso la mayoría absoluta, un centro adscrito a la Universidad Camilo José Cela fue transformado en una universidad privada a través de un proyecto de ley en lectura única. Es decir, una academia logró el reconocimiento de universidad a través de un procedimiento lleno de irregularidades con el consiguiente beneficio para sus valedores y en detrimento del ecosistema universitario madrileño, que las privadas merman la ya muy dañada capacidad de competir de las públicas.

Ayuso va a reformar el Consejo de Transparencia para, entre otras cosas, evitar que conozcamos qué notas obtuvo en la carrera que estudió en una universidad cuyo rector la ha nombrado "alumna ilustre" por pasar de CM de un perro a presidenta de comunidad. La decisión de Goyache solo puede entenderse como el reconocimiento a un caso de "éxito personal". ¿Se les indigesta? Pues, ya saben, licor de fruta.


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