Columnismo y realidad siempre se han llevado mal, pero cuando la segunda se divorcia del primero, empieza la vergüenza.
Miente quien dice que la Navidad es época de sosiego y calma; al menos, a este lado del rotativo digital. Estas fechas son perfectas para escribir y publicar y empezar a montarse una ficción tan sonrojante que hasta los peces del río se dan cuenta de la película y dejan de beber para echarse un rato.
Hace unos días, un reconocido –y bien pagado– columnista de la revista dominical del diario más importante de España publicaba un artículo, Un llamamiento a la rebelión, en el que exponía su desafección con la política española y criticaba las actuales formas del partido al que siempre ha votado –sobreentiendo que el PSOE.
Más allá de la tesis, que puede comprar cada uno según su ideología y forma de ver la guisa de la vaina, sorprendía la forma en la que el escritor iba surfeando por su texto: básicamente, el pibe no solo se dedicaba a criticar los hechos, sino a hacer una especie de llamamiento pretendidamente épico a la rebelión, la desobediencia, la insumisión y, ojo, la clandestinidad; casi como un punki desfasadete en un concierto de La Polla Records.
Este autor, desde la tribuna, probablemente, más privilegiada de todo el país, aseguraba que ahora se iba a la clandestinidad –¿intelectual? ¿mediática? ¿política?– para dedicarse a luchar contra la perversión de la democracia y apostar por la lotocracia, un sistema alternativo al nuestro que coquetea con la idea de elegir a nuestros representantes por sorteo.
No voy a entrar a valorar la tesis política de este señor porque es un autor al que respeto muchísimo –tiene libros que ninguno de nosotros podríamos escribir en mil vidas– y, sinceramente, es Navidad y quiero quitarme esta columnita cuanto antes para merendar polvorones con la yaya Dari; sin embargo, sí quiero hablar de las formas de Cid Campeador autocomplaciente que este pibe –como otros muchos– ha adoptado.
Hay toda una generación de columnistas que, no contenta con ocupar los mejores espacios en los más tochos grupos mediáticos, ahora quiere jugar a ser antisistema (no sé si para quedarse también con esa etiqueta que lucimos los que escribimos realmente desde espacios chiquitillos).
Estos señores –señores, recalco– llevan desde la pandemia intentando hacer creer al público, no sé si piensan que el lector es idiota, que luchan contra una especie de dictadura intelectual, totalitaria e inmisericorde que controla toditos los terminales nerviosos y culturales del país –menos los grandes grupos, claro; menuda dictadura tan especialita.
Siempre jugando a ir a la contra, han construido alrededor de su propio trabajo una épica falsa, sonrojante y hasta ridícula que los pinta como valientes revolucionarios por la libertad de expresión que llevan plumas en lugar de tizonas y típex en vez de ballestas; sin embargo, son unos revolucionarios muy extraños, pues son los únicos que pueden vivir holgadamente de su arte –y espero que puedan seguir haciéndolo mucho tiempo más–, los únicos que tienen un espacio realmente masivo en los medios de comunicación y los únicos que visten con camisas Fendi.
Entre ellos, este discurso se ha puesto de moda y ahora, cada vez que pasan frente a un espejo, se ven como Thomas Sankara de Casa Lucio; como auténticos valientes que, pobrecitos míos, solo tienen de su lado el amparo de la industria editorial y las rotativas históricas del país y los digitales importantes y el negocio de la televisión –por supuesto que estoy escribiendo desde la más insana envidia.
Lo que me parece realmente grave de todo esto no es la película revolucionaria que se han montado, sino lo cínicos que pueden llegar a ser: suelen decir además que luchan contra la posmodernidad y la decrepitud y los tiempos líquidos; sin embargo, no se me ocurre nada más posmoderno y decrepito y líquido que inventarse que eres algún tipo de revolucionario clandestino solo para ser más leído y acaparar aún más clics. Tal y como, otra vez, La Polla Records, que sigue jugando a ser de los márgenes llenando el Wizink Center varias veces seguidas.
A ver si sois un poco más agradecidos con quienes sois y lo que tenéis, que algunos dejaríamos de comer polvorones con la yaya Dari por tener alguna de las oportunidades que os han dado.
Comentarios
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