Cuando en el dos mil y poco ingresaron a mi suegro, compartió habitación con un señor al que nunca visitaba nadie. El hombre, supongo que por aburrimiento, tenía un amplio abanico de temas de conversación con el que animar las largas horas en el hospital. Una mañana se mostró más que compungido por la inminente aprobación del matrimonio entre personas del mismo sexo, pues aseguraba que si permitían los mismos derechos para los gays que para las, según sus palabras, personas normales, al final vendrían más. Incrédula, le pregunté a qué o a quién se refería con ese "vendrían más", y él se prestó a aclararlo: vendrían más homosexuales. Y añadió que, si venían muchos, llegaría un momento en que todos los hombres serían gays. Aparte de la fascinación que sentí por ese anciano que creía que los homosexuales venían de algún sitio, como los Reyes de Oriente o el jamón de Jabugo, me llamó la atención que le alarmase un asunto tan ajeno a él. Deduje entonces que preocuparse por cuestiones que solo están en nuestras cabezas puede ser un buen bálsamo para eludir una realidad a la que quizás no sabríamos cómo enfrentarnos. En el caso de ese señor, la realidad era que iba a morir solo.
Sucede continuamente. Fíjense en esas personas a las que la okupación les angustia de tal modo que meten en el mismo saco a okupas, usurpadores de viviendas e inquilinos morosos. A tope. Que parezca un problema gravísimo que podría afectar a cualquier hijo de vecino aunque no tenga en propiedad ni un patinete. Entretanto, el personal de las oficinas antiokupación de, por ejemplo, Castilla y León, lleva seis meses sin recibir ni una sola consulta. Claro que mientras le damos vueltas al tema de los okupas nos ahorramos perder el sueño con el problemón del precio de la vivienda y la imposibilidad de nuestros hijos para emanciparse en un país en el que te piden sin vergüenza ninguna novecientos euros por una habitación o donde nos vamos acostumbrando a que en lugares como Ibiza los trabajadores vivan en cuevas o en la calle porque resulta más económico ir y volver en avión a diario que pagarse un cuchitril.
Otros se alarman por el aumento del salario mínimo, que es algo que me tiene loquísima. Hay partidos políticos que defienden con orgullo que los empleados deberían cobrar menos de los 1134 euros que nos han asegurado para 2024. El bueno de Feijóo se ha plantado delante de un micro para soltar que el Gobierno se queda con la mitad de ese salario. El Gobierno, ojo. No Hacienda o el Estado, no. Le ha faltado afirmar que se lo embolsa Pedro Sánchez para comprarse otro Falcon. La cuestión es que mientras gastamos nuestro precioso tiempo en explicarle a Feijóo, que no es presidente porque no quiere, que este gobierno de masones bolcheviques siempre aumenta el tramo exento del IRPF en consonancia a la subida del SMI, no pensamos en la miseria absoluta que representan esos 1134 euros frente al incremento de la cesta de la compra. Y menos aún pensamos que el 22% de la riqueza de España está en manos del 1% más rico. Es decir, evitamos evidenciar lo bien que viven los más ricos (que son muy pocos) a costa del trabajo de humildes mileuristas (que son muchos).
Y luego está ese último estudio del CIS, que nos habla de un 44% de varones que creen que el feminismo ha llegado demasiado lejos. O sea, lo de siempre: una panda de señores disgustados porque ya nadie les ríe las gracias, les hace la cama ni les retira el plato de la mesa. Ay mecachis. Estos sí que desvían el foco de la realidad, sobre todo si tenemos en cuenta que dicho sondeo se llevó a cabo el pasado noviembre, que fue especialmente sangriento para mujeres y niñas: cuatro asesinatos machistas solo en ese mes.
Una conclusión interesante que se desprende del estudio es que una gran mayoría admite que aún hay desigualdad. Por tanto, muchos de los hombres que aseguran que se les discrimina son conscientes de sus privilegios sobre sus amigas, sus hermanas, sus compañeras. Y preferirían que siguiera así porque, seamos realistas: no es que no tengan claro qué es el feminismo. Lo tienen clarísimo...lo que pasa es que les fastidia. Sin embargo, los titulares no se centran en lo más destacable de la encuesta. Podrían habernos contado, concretamente, que casi el cien por cien de los encuestados está de acuerdo en que la igualdad entre hombres y mujeres contribuye a hacer una sociedad más justa. Así pues, casi todo el mundo, incluso ese 44% que sufren por sus privilegios, reconoce que el feminismo es imprescindible para transitar a un mundo mejor. Aunque no lo nombren. Y aunque les fastidie.
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