En Fallen Leaves, la última película del director finlandés Aki Kaurismäki, su protagonista femenina, Ansa, trabaja con unas condiciones laborales miserables en un supermercado del que se lleva comida caducada para cenar, hasta que un superior la descubre y, como está prohibido no tirar la comida caducada a contenedores, la echa. Sus compañeras se solidarizan con ella plantando cara al jefe la noche que Ansa es despedida. Una de ellas, incluso, renuncia a su puesto en un ejercicio de dignidad personal.
Ansa y la compañera que se marcha con ella salen del supermercado juntas, adentrándose en la noche de Helsinki sin trabajo, pero sintiéndose amparadas la una por la otra. Hay algo sanador en la protesta, algo reparador que tiene que ver con poderle dar un significado positivo y liberador a lo vivido incluso cuando lo vivido es una injusticia manifiesta.
Cada vez que Ansa regresa a su apartamento, una casita exenta en las afueras de la ciudad, muy modesta y colorida, sintoniza un transistor. Lo que llega a través del aparato de radio son invariablemente partes de guerra. La invasión rusa de Ucrania avanza y Finlandia siente que puede ser engullida en cualquier momento por la ofensiva imperialista de Putin al extremo de que la opinión pública en el país, después de febrero de 2022, da un vuelco decantándose mayoritariamente a favor del ingreso en la OTAN.
La ciudadanía finlandesa establece de manera casi espontánea un paralelismo entre la invasión de Ucrania y lo sucedido en el invierno de 1939, cuando la URSS atacó Finlandia, tres meses después del inicio de la Segunda Guerra Mundial. Ansa escucha los partes de una guerra que maldice, pero lo cierto es que mientras Kaurismäki rodaba y montaba su película, la sociedad finlandesa, como la sueca, experimentaba algo así como una fuerte militarización de las conciencias, como resultado de la cual ambos países acabaron por integrarse en la OTAN la pasada primavera.
Justamente la pasada primavera, Kaurismäki explicó en Cannes, donde presentaba Fallen Leaves, que le resultaba imposible rodar una película mientras estaba teniendo lugar una guerra sin hacer una mención expresa a la misma puesto que, en cierta medida, fue ese contexto bélico el que le llevó a querer hacer una comedia romántica. El mundo necesita, según afirmó, historias de amor.
Fallen leaves abre un interrogante: ¿es compatible el amor, la defensa de los derechos, del arte y de la vida en el planeta con el militarismo y la cultura de la guerra? ¿Pueden convivir el humanismo y el belicismo, la entrega y el respeto por los demás con la desconfianza y la violencia?
Preguntado también en Cannes por el ingreso de su país en la OTAN, Kaurismäki respondió: "Finlandia es una democracia y es evidente que bastante gente es partidaria del ingreso. Personalmente, yo no lo soy. La independencia es la única defensa posible".
Escribo estas líneas sobre Fallen Leaves después de que miles de personas se concentraran en más de un centenar de ciudades españolas para exigir no solo un alto el fuego en la Franja de Gaza, sino también el fin de la compraventa de armamento y material de seguridad a Israel, la ruptura de todo tipo de relaciones con ese país y el apoyo a la demanda de Sudáfrica contra Tel Aviv ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) por genocidio.
Las manifestaciones en solidaridad con Ucrania de hace casi dos años exhibieron eslóganes de "No a la guerra" al tiempo que se defendía y promovía desde amplios sectores de la sociedad -también desde la izquierda- que la OTAN respondiera a Rusia con contundencia. Desde entonces, muchas cosas han cambiado.
Eslovaquia ha anunciado este fin de semana que bloqueará la entrada de Ucrania en la OTAN "para evitar que se sienten las bases de una tercera guerra mundial". La preocupación por una intensificación y diversificación de los conflictos abiertos desde Ucrania a Oriente Próximo pasando por el Mar Rojo es cada vez mayor.
Ahora, quienes se manifiestan contra el genocidio en Gaza lo hacen desde el antimilitarismo. Participar -como el gobierno español parece querer hacer- en una misión de la UE en el Mar Rojo "para defender la industria" tiene graves implicaciones y contradice lo que, a diferencia de lo que ocurrió con Ucrania hace dos años, comienza a ser un clamor general: la única manera de parar la guerra es planteando el cese de la escalada militarista o, lo que es lo mismo, el fin de todas las guerras.
Además de denunciar la situación del pueblo palestino, manifestaciones como éstas vienen a reparar los descosidos de una sociedad civil desactivada por la desinformación y desgarrada por graves desequilibrios ambientales y sociales.
Durante el fin de semana se han sucedido también más de noventa actos en un ciclo de movilizaciones importante por toda Alemania contra el auge de la ultraderecha, tras conocerse la participación de Alternativa por Alemania en una reunión en la que se debatieron planes para expulsar del país a millones de residentes y ciudadanos de origen extranjero.
Decenas de miles de personas se han manifestado este domingo por toda Francia en contra de la discutida ley de inmigración, una norma que endurece el reagrupamiento familiar, las ayudas sociales a los extranjeros no comunitarios, restablece el delito de estancia irregular en el territorio, suprime la nacionalidad automática a las personas nacidas en Francia de padres extranjeros o exige una fianza a los estudiantes que lleguen al país.
Nuestras sociedades comienzan a movilizarse contra lo que amenaza la convivencia y la mera supervivencia. En 2024 hay previstas elecciones en setenta países -casi la mitad de la población mundial está llamada a votar-, pero también se atisba la apertura de un ciclo de protestas que comienzan a organizarse en defensa de la paz y de la necesidad de frenar a la ultraderecha y su agenda contra los derechos humanos. El siguiente paso será oponernos a quienes, amparados en el neoliberalismo, hablan de valores occidentales en los términos en los que, por ejemplo, lo ha hecho Milei en Davos la semana pasada.
En 2024 nos toca salir a las calles para defender la paz y la justicia social frente a los promotores del neoliberalismo, la exclusión y las políticas de guerra.
Comentarios
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