Otras miradas

Hasta aquí todo va bien, Presidente

Guillermo Zapata

Escritor y guionista

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez; la vicepresidenta primera y ministra de Hacienda, María Jesús Montero, y la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, durante una sesión de control al Gobierno, en el Congreso de los Diputados, a 24 de abril de 2024, en Madrid (España).- Jesús Hellín / Europa Press
El presidente del Gobierno Pedro Sánchez durante una sesión de control al Gobierno, en el Congreso de los Diputados, a 24 de abril de 2024, en Madrid (España).- Jesús Hellín / Europa Press

Un hombre cae de un edificio de cincuenta pisos. Mientras cae al vacío se repite: "Hasta aquí todo va bien". Lo importante, evidentemente, no es la caída, es el aterrizaje. Esta imagen se repite dos veces en la película La Haine y resume la esencia del retrato sobre las periferias francesas que, de estrenarse hoy, nos parecería perfectamente actual. Caer. Aterrizar.

El tercer tomo de la serie de tebeos Sandman escrita por Neil Gaiman se abre con una pesadilla recurrente de un escritor que sueña que está trepando por una montaña, pero nunca llega a la cumbre y está aterrorizado por la posibilidad de caerse hasta que pierde pie y entonces despierta. Está bloqueado y no puede escribir. Finalmente consigue resolver su enigma ignorando la montaña y echándose a volar. En sueños puedes volar.

Caer. Aterrizar. Volar.

No me gusta hablar de esto, nunca me ha gustado. Me da pudor. Estos días, irremediablemente, me llegan ecos de noticias que recuerdan que hace ya unos cuantos años me juzgaron (y absolvieron) en la Audiencia Nacional por unos tuits. Eran unos tuits de mierda, que además me daban (y me dan mientras escribo esto) vergüenza, pero eso no es lo importante ahora. Lo importante es que me juzgaron por ellos. En el proceso de mi juicio hubo siete jueces. Cinco de esos jueces dijeron que no había cometido ningún delito. El primero, el juez instructor del caso y la propia fiscalía, dijeron que no había delito. Aún así hubo dos jueces que dijeron que si. Esos dos jueces habían sido recusados del caso Gurtel por ser militantes del PP. Intentamos recursarlos también en mi caso. No lo conseguimos. Uno de los dos jueces que me llevó a juicio del que salí inocente es hoy Consejero de Justicia e Interior de la Comunidad de Madrid con Isabel Díaz Ayuso.


Así que no me cuesta demasiado ponerme en el lugar del otro a la hora de pensar las emociones que le recorren al Presidente del Gobierno, cuando tiene la más absoluta certeza de que están abriendo diligencias contra su mujer únicamente porque el cargo que ocupa él. En mi caso, al menos, la cosa iba a por mí, pero decir que los cuatro años que pasé en el Ayuntamiento no afectaron a mucha gente cercana a la que quiero mucho sería simplemente mentira.

Y entiendo la sensación y las ganas de irse. De salir de ahí, de quitarse de el medio. Porque se produce un chantaje similar al que le propone el Joker a Batman cuando dice "voy a seguir matando gente en esta ciudad hasta que te quites la máscara". Ahora mi violencia es culpa tuya. Ahora los demás sufren por tu culpa.

Es legítimo querer marcharse. Es legítimo decidir quedarse. Yo dimití por los tuits porque me parecía y me parece que debía hacerlo. Seguí como concejal de distrito porque me parecía y me parece que debía hacerlo y defendí mi inocencia y el derecho a la libertad de expresión porque me parecía y me parece que debía hacerlo.

Pero el problema que tenemos no es la decisión particular que tomé yo. O Mónica Oltra. O Ada Colau. O Alberto Rodriguez. O Rita Maestre. O Irene Montero. O Manuela Carmena. O Isa Serra. O... Pedro Sánchez (a través de su mujer). Todas esas decisiones tienen consecuencias e impactos políticos, pero no son el problema.

El problema es que un gobierno democráticamente elegido no puede ver socavada su autoridad desde fuera. Y mucho menos puede ser derrotado por ello. Y eso no es una decisión personal. Si Manos Limpias y un juez pueden poner en peligro el gobierno del Estado, entonces ya hemos perdido. Si el voto de unos y el de otros no vale lo mismo, entonces no hay democracia digna de tal nombre, porque hay dos ciudadanías. Una ciudadanía de los que pueden ganar y otra de los que no.

Por eso creo que lo que nos jugamos estos días, lo que llevamos jugándonos desde hace mucho, no es la legítima y razonable decisión de un hombre sometido a una presión incalculable, sino la fuerza de la democracia y la legitimidad del Gobierno de coalición y la mayoría de investidura.

En mi opinión, esa fuerza reside en cuatro lugares.

1.- En el nivel de responsabilidad del conjunto de las fuerzas que constituyen la mayoría de investidura para impulsarla y llevarla a buen fin.

2.- En la capacidad del gobierno de impulsar medidas que demuestren que la ciudadanía que les ha votado es una ciudadanía que puede ganar con plena legitimidad.

3.- De la capacidad que tenga ese mismo gobierno de democratizar sin freno las instituciones que llevan años sirviendo para desestabilizar la legitimidad de las urnas.

4.- De la capacidad de movilización de la sociedad civil.

Caer. Aterrizar. Volar.

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