Los avances de participación que la Generalitat difundió durante la jornada electoral ya anticipaban algunas claves importantes de lo que sería el resultado electoral. La movilización del voto no se estaba distribuyendo por igual en todo el territorio y se podía percibir un patrón claro: mientras que en los feudos independentistas se estaba acudiendo menos a las urnas, en las zonas urbanas el voto estaba más movilizado. Algo estaba moviéndose en el ‘procés’.
Los cambios de participación son cada vez más importantes para entender el comportamiento electoral. Antes, cuando el sistema de partidos estaba dominado por dos grandes organizaciones, el trasvase de votos entre uno y otro solía decantar las elecciones. Sin embargo, en el tiempo actual de bloques lo que acaba determinando la balanza son los que se quedan en casa de uno y los que van a votar de otro. El bibloquismo es más plural pero tiene como consecuencia que se juega más sucio: el objetivo no es tanto persuadir al votante del adversario para que cambie de filas como darle motivos para que se quede en casa. Y en las elecciones catalanas no fue menos.
El ‘procés’ se enroca
Primero lo obvio. ERC ha sido el gran damnificado de las elecciones: se deja 13 escaños y más de 170.000 votos. Una factura demasiado alta como para que Aragonès siguiera al frente. La formación republicana era la que llegaba a la cita electoral con los peores pronósticos (descontando a Cs). En particular, dos cifras destacaban sobre el resto. Por un lado, detectábamos un rechazo muy alto a la presidencia de la Generalitat. De acuerdo con la encuestadora Ipsos, en torno al 77% del electorado catalán deseaba un cambio de gobierno. Eso es mucha gente. Por otro, Esquerra no conseguía retener a sus votantes. Según la encuesta preelectoral llevada a cabo por el CIS, solo uno de cada dos votantes republicanos pensaba repetir papeleta. Un dato muy similar al que proporcionaba el Centre d'Estudis d'Opinió (el llamado CIS catalán): según este instituto demoscópico menos de la mitad del electorado de ERC tenía intención de revalidar su voto. El barco republicano claramente hacía aguas.
El descalabro de ERC ha ido acompañado, no obstante, de una interesante subida de Junts: gana tres escaños y más de 100.000 votos. Así que convendría poner perspectiva y pensar que no estamos ante el fin sociológico del procesismo, sino ante otra cosa. Para entender esto, en primer lugar, hay que fijarse en el principal trasvase de votos que se ha dado dentro del bloque independentista. Si observamos las encuestas del CIS y del CEO podemos ver que la lealtad nacional primaba a la de clase. El votante de ERC tenía como principal alternativa de voto a Junts: no en vano en torno al 15% tenía decidido votar por Puigdemont en vez de por Aragonès.
En segundo lugar, que el desastre de Esquerra antes que señalar una desmovilización independentista muestra que se está produciendo una recomposición ideológica en su seno. Ya señalamos que el resultado de estas elecciones no se explicaba sin la caída de la participación que se dio en los feudos independentistas. Mucho votante de Esquerra y la CUP se quedó en casa, cierto: en los municipios en los que arrasó el independentismo en 2021 el bloque no independentista subió entre 6 y 8 puntos. Una bajada importante, sí, pero posiblemente temporal.
El independentismos está mutando, no desapareciendo, y de ello da muestra la irrupción del gran ganador silencioso de las elecciones: Aliança Catalana. Este nuevo actor conecta a Catalunya con la normalidad europea más rancia: la de la xenofobia y el racismo ultranacionalista. De este modo, la formación liderada por Sílvia Orriols ha conseguido irrumpir en el Parlament con 118.302 votos y dos escaños. El ‘procés’ genera monstruos. Ya no estamos en ese momento en el que el independentismo catalán se reclamaba transversal en lo ideológico: los resultados muestran que el fundamento etnonacionalista estaba ahí, solo había que esperar al momento desafortunadamente oportuno para verlo emerger.
Illa, Illa, Illa, Sánchez maravilla
Mientras se producen estos movimientos tectónicos en el procesismo, desde Ferraz se aferran a los resultados históricos del PSC: un crecimiento de más de 200.000 votos y 9 escaños que convierten a Illa en un superhéroe. El argumentario nos lo sabemos ya: Sánchez ha sido el arquitecto de la distensión, una ola que Illa ha sabido surfear con enorme éxito. El tándem Illa-Sánchez habría sido el responsable, desde esta óptica, de desarmar al independentismo y colocar a ERC contra las cuerdas. Un relato peligroso que puede despistar más que otra cosa a las filas progresistas. Si las cosas hubieran sido de este modo, el trasvase de voto desde Esquerra al PSC habría sido más claro. Sin embargo, ya hemos indicado que la principal fuga de voto republicana fue hacia el interior del bloque procesista.
Aunque necesitaremos de las encuestas postelectorales para hacer una radiografía mejor, disponíamos de sondeos que dibujaban otra situación. En primer lugar, el PSC se habría hecho con una parte del voto de los Comunes. La lista liderada por Albiach lo tenía muy crudo según el CIS: solo habrían retenido en torno al 45% de su electorado y perdido hacia el PSC a uno de cada tres votantes. A pesar de todo, el resultado final es que solo pierden dos escaños; encomiable. En segundo lugar, parece que los socialistas habrían convencido a una parte del voto republicano, aunque como ya hemos indicado, poco: de acuerdo con el CIS solo uno de cada diez votantes de Esquerra habría apostado por Illa-Sánchez. En tercer lugar, los suyos muy suyos: la clave del éxito del PSC ha sido conseguir movilizar a su electorado en un contexto de bajón generalizado. El CIS daba en su encuesta preelectoral unos números impresionantes a este respecto: casi el 80% del electorado socialista apostaba por quedarse en las filas de Illa-Sánchez. Y en el momento actual la clave del éxito es ser capaz de mantener a los tuyos mientras los del adversario dudan qué hacer.
Sánchez está cogiendo carrerilla para las próximas citas electorales y parece que está encontrando el ritmo del momento. Si el retiro de cinco días que disfrutó hace poco le permitió ensayar, con éxito, un dispositivo discursivo capaz de concentrar el voto progresista en torno a su figura; hoy los resultados de las elecciones catalanas le permiten añadir a su figura una capa de heroicidad. Una vuelta de tuerca más a la sanchización del votante progresista.
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