Otras miradas

El antisemitismo de Netanyahu y otras paradojas

Alberto Fernández Liria

Psiquiatra jubilado. Ha sido presidente de la Asociación Española de Neuropsiquiatría y miembro de la Comisión Nacional de Psiquiatría y del Comité Técnico de la Estrategia en Salud Mental del Sistema Nacional de Salud

Protestante contra Benjamin Netanyahu.- Nir Alon / ZUMA
Protestante contra Benjamin Netanyahu.- Europa Press

En Gaza se está produciendo la aniquilación deliberada y sistemática de un pueblo semita. Y la está haciendo el Estado de Israel. Aniquilar un pueblo semita, negarle su derecho a la existencia o a la tierra es literalmente antisemitismo. Los palestinos musulmanes que poblaban Palestina cuando se fundó el Estado de Israel eran descendientes de israelitas judíos que, en un momento determinado se convirtieron al islam, tal y como han acreditado historiadores israelíes. Míticamente descendientes de Sem, el hijo de Noé. En sentido estricto son tan semitas como los ciudadanos de Israel y en algún sentido con bastante más motivo que los colonos por ejemplo rusos que han ido ocupando una creciente porción de Cisjordania.  

No sólo no hay antisemitismo en la oposición al genocidio de un pueblo semita que está perpetrando el gobierno de Netanyahu, sino que es la política de Netanyahu la que podría en justicia calificarse de antisemita. Esto tendría interés en caso de que la utilización de este término aportara algo a la discusión sobre el hecho atroz de que un ejército moderno está masacrando con el armamento más moderno del mundo a decenas de miles de seres humanos, la mitad de ellos niños y destruyendo las condiciones de vida de dos millones más ante nuestras cámaras de televisión. Pero no es el caso. 

El gobierno de Israel se presenta hoy como la salvaguarda de la civilización occidental frente a la barbarie islámica representada, por ejemplo, por Irán. Y encuentra para ello en el exterior, el apoyo de las fuerzas políticas que se identifican con esa civilización superior y se oponen a la extensión de esa supuesta barbarie, que se hace presente en occidente en forma de unas migraciones que amenazan con contaminar la pureza de esa civilización a preservar. Incluidas las fuerzas herederas de las que con el mismo propósito de preservar la pureza de la civilización occidental y las esencias de lo que a su vista la convierte en superior a las otras, intentaron exterminar al pueblo judío en un momento en el que consideraron que era éste – y no, como ahora, los musulmanes que huyen de la pobreza y la guerra – el que amenazaba la deseada pureza de la civilización autoproclamada superior. Unas fuerzas que consideran que un genocidio –el del pueblo judío o el del palestino– puede justificarse por esta causa. La extrema derecha europea, heredera de los partidos que perpetraron el holocausto se alía hoy con el Estado de Israel para justificar el exterminio de un pueblo (que por una ironía de la historia vuelve a ser un pueblo semita). 

Por supuesto esto no lo hace sólo la extrema derecha. Lo han hecho también los socialdemócratas y los verdes en Alemania. Y sería complejo analizar qué les ha llevado a hacerlo. Pero a mi modo de ver hay una cosa clara: si una masacre como la que está ocurriendo en Gaza puede justificarse – peor, si puede apoyarse activamente – es porque la extrema derecha está ganando la batalla cultural que se ha propuesto librar y que está librando con eficacia. Una vez que aceptamos que hay valores ante los que se puede sacrificar la existencia de grupos humanos frente a los que consideramos al nuestro de algún modo más valioso, Auschwitz está servido. Aunque esta vez sea Netanyahu el que busca una solución final y las víctimas sean otros semitas. 


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