Otras miradas

Que no nos escondan los libros

Paco Tomás

Periodista y escritor

Foto de archivo de una biblioteca. / Iñaki Berasaluce (EP)
Foto de archivo de una biblioteca. / Iñaki Berasaluce (EP)

No es la primera vez. Solo es una vez más. Y mientras sigamos aparcando nuestra indignación y rabia en un tuit, en un comentario de sobremesa e, incluso, en esta columna, seguirá sucediendo. Porque el mayor aliado de la maldad es el silencio de los justos. 

Esta vez ha sido en Oropesa del Mar (Castelló), donde Aznar solía jugar al dominó en los ratos libres que le dejaba meternos en una guerra. En la biblioteca municipal de esta localidad, como en muchas otras, se había logrado, con esfuerzo y pedagogía, que hubiese un apartado para la literatura LGTBI+. No solo por comodidad para el usuario que, al estar especificado, sabe dónde dirigirse cuando quiere un libro sobre cocina o sobre arquitectura brutalista, sino también por conciencia y compromiso social con unas comunidades históricamente perseguidas, humilladas, acosadas, torturadas, discriminadas, silenciadas y asesinadas. 

Con el gobierno de PP, Vox y Ciudadanos en esta localidad, esos libros han desaparecido. El espacio que ocupaban en la biblioteca municipal se ha desvanecido. Como si nunca hubiera existido. No deja de tener su lógica —ramplona, son quienes son; no esperen ideas deslumbradoras— si pensamos que la ideología que representan esos partidos es la que nos ha perseguido, humillado, acosado, torturado, discriminado, silenciado y asesinado desde hace siglos y, lo mismo, no quieren que gente más joven tenga conocimiento de ello. Hoy, en los tiempos de la desinformación, es más sencillo que el malo parezca bueno y el bueno, malo.

La alcaldesa del municipio, Araceli de Moya, de Ciudadanos (ese partido que engañó a miles de votantes haciéndoles creer que era de centro derecha, cuando realmente eran como Miley, ultra liberales o, para que me entiendan, los primogénitos del polvo que echaron capitalismo y fascismo), defiende la legitimidad de la acción y le da todo su apoyo al concejal de Cultura, Juan García, de Vox (darle Cultura a Vox es todo un oxímoron), que dice haber repartido los libros por toda la biblioteca, sin que tengan que estar en una sección concreta. 

Por ejemplo, los libros infantiles de temática LGTBI+ no podrán encontrarse en la sección infantil sino en la de adultos. Y si bien una usuaria de la biblioteca no podrá dirigirse a una estantería en la que haya libros LGTBI+, sí podrá acercarse a un estante, claramente identificado, con libros sobre la Eurocopa o los Juegos Olímpicos.

Aún así, escondo mi cólera y explico porqué es importante que haya un cartel que reúna esos libros en un espacio concreto. Un niño, una niña, tiene conciencia de su género a partir de los tres años. Le preguntas y te dice "soy un niño o una niña", incluso cuando tú estás interpretando otra cosa. A los nueve años, aparece la atracción sexual. Hacia personas de género diferente o hacia personas de tu mismo sexo. Esos niños y niñas que sienten que no encajan en la norma impuesta necesitan referentes, conocer que eso que están sintiendo es perfectamente común, que no son raros ni están enfermos, porque, de lo contrario, van a empezar a sufrir. Con tres y nueve años. Sufrir. 

Cuando era pequeño, buscaba desesperadamente encontrar algo que me ayudase a entenderme, a no sentirme solo, a no tenerle miedo al mundo y a sus habitantes, algo que me explicase qué significaba "maricón", que era lo que me gritaban en el colegio. Todo eso, lo cuento en mi novela Coto privado de infancia (Planeta), uno de los libros censurados por el concejal de extrema derecha de Oropesa. 

No sabía dónde ir. No había una etiqueta que funcionase como una luz de neón y me iluminase el camino del conocimiento. Así que llegué a un libro que tenían mis padres: El libro de la vida sexual, de López Ibor. En ese libro se explicaba que yo era un enfermo, un delincuente, y que se me podía curar. Ese fue el primer libro que leí en el que se hablaba de personas como yo. Con diez años. Les voy a evitar la narración de todo el sufrimiento posterior. La búsqueda sobre nuestra identidad es temprana, solitaria y silenciosa. En una sociedad que insulta al grito de "maricón", que se burla de un campeón de natación por sus gestos, que asesina a Samuel Luiz, que vota al PP y a Vox, es difícil que podamos pedir ayuda en esa busca. Rastreamos en soledad y con miedo. Son (y éramos) pequeños. 

Me hubiese ayudado saber que existían hombres atraídos afectiva y sexualmente por otros hombres y que no acababan muertos en una cuneta por eso. Saber qué significaba LGTBI+ o que había una bandera arcoíris. Pero mi infancia y juventud se desarrolló entre la nada, el silencio y la hostilidad. Por eso me niego a que un niño, niña, niñe, que hoy, en el año 2024, entre en una biblioteca, sienta lo mismo que sentí yo hace cuarenta y siete años. O que llegue a un libro que le diga que está enfermo, que lo suyo se cura, y le destroce la vida. 

Dispersar los libros que hablan de nosotres, ocultarlos, hacerlos de difícil acceso, puede que para la derecha no sea censura porque si no los queman, como hacían sus abuelos, no es censura. Pero lo es. Impedir o dificultar el acceso a la información es censura y la vulneración de un derecho fundamental. Por eso necesitamos las etiquetas, por incómodas que parezcan. Porque son un faro, un lugar hacia el que dirigirte cuando estás perdida, una ayuda para crecer libres de mentiras y prejuicios, una estantería en la que encontrar las herramientas para poder enfrentarte al odio y a los insultos que hay fuera, aunque también os digo que mucho mejor para la humanidad que los agresores os tratéis esa mierda que tenéis en la cabeza, que ya huele a podrido, en lugar de tener que ser nosotros quienes busquemos las armas para defendernos de vuestra ignorancia. 

Las etiquetas, aunque estén pegadas en el frontal de un estante de una biblioteca, son un botiquín de primeros auxilios. Comprendo que quienes nos quieren rotos nos escondan el botiquín. Animo a todas las personas LGTBI+ de Oropesa, y de toda España, a crear nuestros propios faros. A pegar una bandera arcoíris en el frontal del estante de la biblioteca, a donar libros de temática LGTBI+, a crear una comunidad sabia con la que vencer al oscurantismo medieval. No permitáis que nadie os robe la dignidad y os deje sin autoestima, como hicieron conmigo los padres de los actuales líderes de la derecha. Comprometo mi vida, mi lucha, para que eso no vuelva a ser así. 

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