Otras miradas

Solo era una broma

Israel Merino

Jordi Wild en una imagen de su cuenta en X
Jordi Wild en una imagen de su cuenta en X

Cada cual decide qué hacer con su fin de semana; este último, yo decidí invertirlo en escuchar un podcast de tres horas donde un doctor en física discutía con un lunático que aseguraba que las estrellan no existían: por supuesto, el debate lo ganó el lunático.

El podcast del que hablo, para quien vive en una burbuja o fuera de Twitter, es The Wild Project, una taberna digital donde un youtuber con millones de seguidores lleva a gente interesante – según su respetable criterio – para hacer entrevistas larguísimas, algunas incluso de cinco horas, o montar debates completamente histriónicos entre personajes con aparentes puntos de vista diferente.

En esta edición a la que me refiero, Jordi Wild planteó un debate de ciencia contra conspiración – sic – donde sentó en un lado de la mesa a Javier Santaolalla y Rocío Vidal, un doctor en física y una divulgadora científica, y al otro a Mr Tartaria y un ufólogo, dos personas con evidentes problemas cognitivos o una clara tendencia al vendehumismo profesional – no tengo nada claro si se creen lo que dicen o solo buscan montar el mayor quilombo posible delante de la mayor audiencia imaginable, que cada cual opine libremente –.

El caso es que el debate es una de las mayores marcianadas que jamás he visto; durante casi tres horas, el Mr Tartaria asegura haber tenido un viaje temporal en la Antártida y saber de primera mano que la mítica ecuación de Einstein sobre la energía, esa de E=MC², está incompleta porque le falta un hache al inicio – signifique eso lo que Dios quiere que significa –; sin embargo, lo más relevante de todo no fue que el debate lo ganaran los dos conspiranoicos, pues es imposible ganar discusión alguna contra alguien que no utiliza ningún tipo de prueba y puede espetar lo que le salga del bolo, sino el aplauso general que, creo, recibieron de mucha gente: al igual que con Alvise, tras el debate se pusieron en marcha los engranajes de la postironía.

Hace un par de semanas, también un sábado, asistí a un concierto de Bbtrick. Para quien no lo conozca, es una artista de música urbana, si es que se le puede llamar así, que se caracteriza por hacer el ridículo en todas sus canciones y actuaciones; a nadie le gusta su música y todo el mundo la odia, pero allí estaba en La Paqui, una sala con un aforo de unas 2000 personas, cantando con el cartel de sold out colgado en la puerta.

El caso es que allí me encontré a tres chavales, ninguno de ellos precisamente tonto, que no eran capaces de justificar por qué habían ido: a ninguno le caía especialmente bien la Bbtrick ni su discurso capitalista vacío, como tampoco es que les gustara particularmente su música, pero allí estaban. Por la broma y la parodia del momento, se habían gastado sus buenos veinte pavos cada uno para ir a verla; por mucho que justificaran – justificáramos, pues yo también estaba allí – que éramos diferentes a los fans que se habían acercado por gusto, éramos indistinguibles de ellos. Lo que empezó siendo una broma, acabó siendo real.

Esto que cuento de Bbtrick y la postironía, de empezar defendiendo una posición por la coña y acabar haciéndolo de forma genuina, es lo que sucede con el debate entre conspiranoicos y científicos – no sé cuántas veces voy a poner sic en esta columna –, pero también con el fenómeno Alvise. El auge de Alvise, creo, se explica mejor con Mr Tartaria y Bbtrick que con un manual de politología clásica.

Al igual que miles de espectadores empezaron a asegurar, por muy en broma que fuera, que Mr Tartaria llevaba razón y Santaolalla era un ignorante a sueldo de las élites globalistas, muchísimos de los votantes de Alvise comenzaron a compartir sus sandeces e ideas por pura broma. Primero, les hacía gracia su discurso de enajenado disonante y lo compartían para reírse y montar un meme; después, acabaron votándolo.

Creo que el proceso de la postironía germina cuando hay una semillita plantada, da igual si es minúscula o raquítica, que te hace creer que eso que se defiende, por muy extravagante o ridículo que sea, es real. Si estás un poco harto del elitismo científico, es relativamente normal que el proceso de memificación te haga aplaudir a Mr Tartaria por dejar sin palabras a un doctor en física, aunque sea por decir que el presidente de Camerún puede transformarse en león (otra vez: sic). Además, si a eso se le suma que un youtuber equipara los discursos y los hace igual de válidos, se monta el cóctel perfecto de la legitimización.

Con Alvise, todo esto que cuento se puede ver a la perfección; es evidente que existe un desencanto hacia la política oficilista, de cuyos motivos no es fácil estar seguro porque todo es siempre muy complicado, y que ese hartazgo se ha juntado cual presión en una Coca-Cola con Mentos y ha estallado con tanta fuerza que ha convertido en europarlamentario a un memo mentiroso y provocador. Todos los chavales que estaban hartos del sistema han acabado votando a Alvise porque lo ataca constantemente, y lo que no les gusta de él, como que es un lisérgico con aparente síndrome mesiánico, lo pueden viralizar. Se justifican diciendo que lo hacen en broma; te repetirán mil veces que ellos no creen en las conspiraciones judeomasónicas que plantea semejante descerebrado y solo lo votan porque planta cara a Pedro Sánchez y les hacen gracia las paridas que suelta por Telegram, sin embargo, en las urnas serán indistinguibles de los que se comen con patatas fritas todas sus magufadas.

Lo que empieza siendo una broma puede acabar convertido en pesadilla, por eso quizá no es buena idea dar voz a todo tronado que asome la cabeza en Internet. Piensen en Enrique de Diego, por ejemplo.

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