El pasado jueves 4 de julio, los laboristas de Keir Starmer conseguían una gran mayoría absoluta, acabando con catorce años de gobiernos conservadores. La tercera victoria más alta, en número de escaños, desde la creación del Partido Laborista y la mejor desde el récord de 418 diputados logrado en 1997 por Tony Blair. Esta es, sin embargo, una victoria engañosa. Los laboristas de Starmer consiguen un gran resultado en diputados, 412 de 650, pero un modesto porcentaje de votos, el 33,7%. De hecho, el resultado en porcentaje de votos de los laboristas en este 2024 es bastante menor que el del "radical" Jeremy Corbyn en 2017, que obtuvo un 40%, y se quedó a 2,4 puntos de Theresa May.
La victoria laborista responde más a la crisis del Partido Conservador, a la división del voto ante la irrupción del ultraderechista Reform UK y al crecimiento del tradicional partido bisagra, los Demócratas Liberales, que a los méritos propios de un laborismo más cercano a Thatcher que a Wilson. El cambio laborista se da, además, en un contexto de baja participación, en relación con el 2019, y con una fuga de votos por la izquierda hacia los Verdes, que han conseguido cuadriplicar su representación con un 6,8% de los votos. Nunca un partido había ganado de manera tan aplastante unas elecciones con tan poco entusiasmo.
La conocida como era conservadora termina con los tories divididos en múltiples fracciones internas y cosechando el peor resultado de su historia, pasando de 365 diputados en 2019 a los 130 actuales. Una crisis que no se puede comprender sin analizar cómo el brexit ha condicionado la política británica en la última década.
David Cameron fue el primer ministro que inauguró esta década conservadora que acaba de terminar. Desde el inicio de su primer mandato, una buena parte de su partido comenzó una dura campaña interna, liderada por el que en aquel momento era el alcalde de Londres, Boris Johnson, para conseguir un referéndum sobre la pertenencia del Reino Unido a la Unión Europea (UE). El propio Cameron consiguió su reelección, con mayoría absoluta, en 2015 gracias a la promesa de convocar el deseado referéndum sobre la UE. Ahora bien, su intención poco tenía que ver con satisfacer un reclamo popular como pudo ser el referéndum escocés de 2014, sino más bien con aplacar la división en su partido e intentar frenar el auge de los euroescépticos de extrema derecha del UKIP de Nigel Farage.
La campaña del brexit fue un buen ejemplo de cómo la polarización política se puede expresar de forma contradictoria en un voto de protesta antiestablishment: una combinación de nacionalismo excluyente, demagogia antiinmigración, hartazgo ante la desigualdad social y repliegue en clave nacional en contra del más depurado constructo neoliberal, la Unión Europea, identificada por muchos como la encarnación europea del globalismo, ese fantasma de las nuevas extremas derechas. Y todo ello sin que suponga un rechazo antineoliberal consciente. Se trata, en realidad, de una conjunción de factores, entre los que destacan los intereses de una fracción de la burguesía inglesa por recolocarse en el nuevo tablero internacional y los malestares de una clase obrera sublimados en un voto antiestablishment.
La victoria del brexit y la elección de Trump quedarán vinculadas en la historia para siempre a un 2016 marcado por albergar terremotos electorales que los analistas políticos no supieron (o no quisieron) ver. Así, la imprevista victoria del brexit se cobró su primera víctima, el propio Camerón, que había hecho campaña por la permanencia, el remain. Inaugurando, con ello, una etapa de enorme inestabilidad en el partido conservador y en el conjunto de la política británica. Solo desde el 2016 se han sucedido cinco primeros ministros/as conservadores que han dimitido entre escándalos y peleas internas del partido. Y que han tenido un nuevo episodio este pasado miércoles, en donde la derrota electoral conservadora se ha cobrado la cabeza del primer ministro saliente, Rishi Sunak. Sumiendo al Partido Conservador en una nueva crisis de liderazgo y de proyecto.
Una buena muestra de la crisis de los tories es el resultado de Reform UK, el nuevo partido de Nigel Farage, el padre bastardo del brexit. A pesar de que el sistema electoral británico hace sumamente complicado la entrada en el Parlamento de nuevas formaciones, ha conseguido irrumpir con cuatro escaños y algo más de cuatro millones de votos (14,3% del total). Entre los diputados obtenidos por Reform UK se encuentra el propio Farage, que lo ha conseguido, en su octavo intento, por el distrito costero de Clacton. Una región que, en el referéndum del 2016, votó abrumadoramente, más del 70%, por el brexit.
La misma noche electoral Farage aseveró que el resultado era "el principio del fin del Partido Conservador". Desde luego estamos lejos de esta afirmación, pero no es menos cierto que la irrupción electoral de Reform UK no solo le ha arrebatado millones de votos, sino que tendrá tremendas repercusiones en la dirección que tome, a partir de ahora, un Partido Conservador a la deriva. Girando, casi con toda seguridad, aún más hacia la derecha en las primarias que se prevén tras la anunciada dimisión de Sunak. Hoy en día es indiscutible que la victoria del brexit ha supuesto una importante derechización del arco político británico cada vez más mediatizado por propuestas racistas, antimigratorias y autoritarias.
Una derivada más del brexit han sido los resultados en Irlanda del Norte, en donde el remain fue mayoritario en su momento; y en estas elecciones, por primera vez, el Sinn Féin se ha convertido en la fuerza norirlandesa con más representación en la Cámara de los Comunes. De esta forma, se consolida la tendencia de las elecciones de 2022, cuando el Sinn Féin se convirtió ya en el primer partido en el Parlamento norirlandés. Ello permitió la elección de Michelle O’Neil como primera jefa del ejecutivo autonómico desde los acuerdos de paz. Un paso más hacia el impostergable referéndum de unificación irlandés que el brexit no ha hecho más que acercar.
Quizás el dato más interesante para la izquierda en estas elecciones ha sido la reelección en la circunscripción de Islington North del histórico dirigente laborista Jeremy Corbyn, expulsado por la dirección de su partido con la excusa de su apoyo a la causa palestina. Una muestra más de la victoria con pies de barro de Starmer, que había apostado por evitar la reelección del exlíder laborista y se ha visto desautorizado por los votantes, que han apoyado muy mayoritariamente a Corbyn.
Desde que ganó contra pronóstico la salida del Reino Unido de la UE, el brexit se ha convertido en una palabra, que (al igual que Voldemort en la obra de J.K. Rowling) es innombrable por gran parte de la sociedad británica, todavía profundamente dividida entre los seguidores del remain y el brexit. Si bien en estas elecciones el brexit ha estado poco presente en los discursos de campaña, su división sigue fracturando la política británica y por el momento se ha devorado a sus propios padres.
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