El día que despidieron a dos de los tres trabajadores de la gasolinera de REPSOL cercana a casa, dejando solo a uno en la caja/tienda y obligándote a servirte el combustible tú mismo, rompí mi relación, tras muchos años, con esa gasolinera. REPSOL era una empresa nacional de todos los españoles – como lo siguen siendo en Francia, TOTAL para el petróleo y EDF para la electricidad –, que privatizó en gran parte Felipe González y remató Aznar. Igual que las eléctricas que desnacionalizaron y luego se quedaron ambos de consejeros ganando un pastizal y sin que se les cayera la cara de vergüenza. José Mari entregó lo que quedaba de la la petrolera a Alfonso Cortina, hermano de Alberto Cortina, primo de Alberto Alcocer. La santísima trinidad de las finanzas, la triple AAA de las gabardinas y las grandes fincas de caza.
Igual que hizo con Telefónica, regalándosela a su compañero de pupitre, Juan Villalonga. Un gran patriota, imputado en varias causas, y hoy residente en Mónaco. O Caja Madrid a Miguel Blesa, su pareja de cartas, que en paz descanse.
Es lo que tenía Aznar, que era muy generoso regalando a sus amigos lo que no era suyo, pues pertenecía a los españoles. Aunque mejor esas amistades que no todos esos ministros aznarianos encarcelados. De 14 ministros, 12 encarcelados, imputados o implicados en el cobro de sobresueldos. ¡Qué esperpento! ¡No sé cómo se atreve este hombre a hablar en público y a darnos lecciones de ética! Con este legado al que pasará a la historia de la infamia: ministros y vicepresidente presos, provocar una guerra en Irak con una gran mentira y engañar a todos los españoles con el 11-M. Con muchos muertos. Si le hubieran metido en la cárcel, seguro que ya no hablaría, ni haría esa llamada conspiranoica y antidemocrática de "El que pueda hacer, que haga". Pero la justicia en España... ya se sabe de qué pie cojea. Y no ha habido un fiscal valiente que se atreva.
La Justicia hispana es la institución peor valorada por los españoles, por parcial, politizada y corrupta, y causa sonrojo en Europa. Con jueces que se creen dioses, con el "deber de salvar" a los españoles de sus gobernantes legítimos, saltándose el poder legislativo que emana del pueblo, interpretando y retorciendo las leyes a su manera, persiguiendo descaradamente a políticos o partidos que no les gustan y convirtiéndose en auténticos prevaricadores. ¡Y no passsaaaa naaaa!
Me hubiera gustado hacer una pintada debajo de uno de los carteles de REPSOL: "CANALLAS: OS FORRÁIS DESPIDIENDO A LOS TRABAJADORES", pero no me atreví. Soy un cobarde. Mucha boca, pero poco cóctel molotov. Mi mayor acto de rebeldía fue largarme a la vecina de CEPSA (Compañía Española de Petróleo Sociedad Anónima). Pero el día que fui a comprobar la presión de los neumáticos y una máquina me obligaba a echar 1 euro por un puñado de aire, me largué –"airado" y "desinflado"– y no volví a poner los pies en esa gasolinera fulera. También me hubiera gustado hacerles una pintada o tirar unos pasquines, si es que esta palabra existe todavía: "SOIS TAN USUREROS QUE NOS COBRÁIS HASTA EL AIRE". Pero tampoco me atreví. Estoy hecho un pusilánime. Motivos me sobraban, pues como soy un hombre muy metódico y organizado, guardaba todos los tickets y al sumarlos me salían 1.345 euros los pagados a esa gasolinera que ahora quería cobrarme el aire.
Son las estaciones de servicio con el combustible más caro del mercado y los españolitos, tan patriotas como el de la Telefónica, acuden a ellas pensando que tienen algo de españolas por sus acrónimos, cuando sus dueños son Mubadala Investment con Suhail Al Mazrouy de jefe (Emiratos Árabes, donde vive el rey Juan Carlos y trabaja Froilán, para que te enteres de cómo funciona esto) para CEPSA, y el fondo Black Rock Fund Advisors, entre otros, para REPSOL.
Ahora, me cuesta repostar en ese laberinto del mercado, pues tengo que ir evitando esas dos marcas y todas las gasolineras sin trabajadores que quieren que tú les hagas, nunca mejor dicho, el trabajo sucio, mientras ellos se lo llevan bien limpio. Y calentito. El dinerito del crudo. ¿Estaré volviéndome loco?
También he dejado de comprar en las tiendas que abren los domingos, porque van en contra de la conciliación familiar. Ellos esgrimen otros argumentos, pero son mentiras. La verdad es que los trabajadores y trabajadoras echan un montón de horas de preparativos y recogida, que son horas extras que ni computan ni se pagan, para que encima te toque trabajar los domingos hasta las diez de la noche. Luego, cuando el tutor te llame como madre o padre al colegio o al instituto, le explicas que apenas ves a tu hijo por trabajar tanto en esos horarios de la nueva "libertad". Después le llevas al psicólogo y le pagas la terapia.
Mi vecino del 4º B, Prudencio de nombre, que sé que me aprecia, dice que soy un maniático y un sentimental, y que esas decisiones que tomo me están haciendo daño. Que las revoluciones se acabaron y hemos sido vencidos y aplastados por el capital. Y algo de razón lleva, porque echarle la cruz al hipermercado del barrio, con su cartel de ABIERTO LAS 24 HORAS LOS 365 DÍAS DEL AÑO, junto a mi glorieta, para irme a comprar a las mil puñetas, me está matando con ese carro a rastras, mi edad y mi dolor de cadera.
-¿Para qué sirve esa lucha, Manuel? –, me pregunta. A lo que contesto: – Para no perder la dignidad y poder mirar a mis hijos directamente a los ojos. Y porque creo que todavía es posible un mundo mejor. Granitos de arena, Prudencio. Granitos en este desierto, como gotas de agua del océano.
Desde hace años, al despertarme y, sin salir de la cama, me liaba con el móvil de acá para allá, que si el Facebook, que si el Instagram, que si el Twitter. Leyendo, contestando, metiendo mis pullas y lanzando mis soflamas revolucionarias. A las que nadie hacía caso, salvo los que insultaban, pusieras lo que pusieras, o vomitaban los disparates más aberrantes que puedan leerse, esvásticas y siluetas de Hitler lo primero.
Eso sí que me estaba haciendo daño, Prudencio, amigo. Por ello, el día que vi al tal Elon Musk, dueño de la antigua Twitter, abrazando muy acaramelado a Milei y a Netanyahu, apoyando siempre a Trump, tras recibir un bonus de 52.000 millones de dólares, a la vez que se ha convertido en el mayor antisindicalista planetario..., apreté el dedo índice sobre esa X de la pantalla, hasta que apareció la palabra "Desinstalar" por debajo de un cubo de basura y, como si le estuviera dando un puñetazo en los mofletes de gorrino al tal Elon Musk, lo borré de un plumazo.
Este billonario excéntrico y engreído, supremacista blanco de 11 hijos, está llevando al mundo a la extrema derecha y, si quisiera, con sus satélites Starlink y su control de internet y las guerras, podría reventarnos con un solo clic. Y yo, un pobre desgraciado, un pringao, haciéndole con el uso de su X el caldo gordo a semejante monstruo. ¡Anda ya! Esa fue la conclusión a la que llegué: si este tipo trae el apocalipsis, que no me pille a mí de su lado, en su bando, entretenido con uno de sus jueguitos manipuladores.
Ufff, qué alivio y qué descanso sentí. Sin lugar a dudas estaba intoxicado. Abducido, idiotizado. Una liberación tan grande, que días más tarde corrió la misma suerte el Facebook y el Instagram. ¡A tomar por culo las redes sociales que me están envenenando la sangre y las entrañas, le dije a mi vecino Prudencio, cuando se lo contaba!
Ahora ando escribiendo –pues quiero cerciorarme yo mismo– una larga lista de productos fabricados en Israel que voy a boicotear por el genocidio al pueblo palestino. Su código de barras comienza por 729 y yo lo anoto en mi libreta, recorriendo los supermercados como un espía, medio escondido por los pasillos y las estanterías. En esto, mi vecino Prudencio, por una vez, está de acuerdo conmigo y me pide que le pase esa lista por Whatsapp para no comprar ni uno, que es mucha ya la sangre derramada de esos niños. Pero le he contestado que tendrá que ser en papel, porque del Whatsapp me he quitado también.
–En papel está mejor. Así lo pegas en la nevera para que no se te cuelen–, le digo, al tiempo que le invito a acompañarme a una concentración en Lavapiés para evitar un desahucio de una abuela enferma de 84 años.
Con las horas ganadas a las redes sociales, ahora salgo muy temprano de casa y me dirijo al parque de El Retiro donde me espera un amigo. El Retiro y ese amigo me atraen como un imán. Mucho más que esas redes que me tenían desquiciado, cabreado y deprimido. Un imán de los sentidos: vista, olor, frescura y oído. Buscando sus vericuetos más aislados y profundos, solitarios, bajo ese cielo horizontal de hojas luminiscentes, de mil verdes diversos, que forman los castaños de Indias, los arces, las agujas de los pinos, la sorpresa de algún tejo. Con el olor de las celindas de flores aterciopeladas y el olor del arrayán que me transporta a los oasis de Arabia.
En medio del éxtasis primaveral, de esta segunda primavera que nos ha regalado la lluvia, ato a mi perrillo para que no espante a los mirlos de pico anaranjado que cantan bañándose en un charco. Para que deje de perseguirlos. Cuando consigo que se calme, comienza el acto de la belleza más solemne. Más sublime. La liturgia de la perfección. La paz y la armonía que me hermana con los animales de ese bosque encantado. La magia reservada a unos cuantos. Lejos "del mundanal ruido", de los tambores de guerra y violencia, del vocerío insoportable y dañino, de la zafiedad, el odio y la mentira. De la maldad y la deshumanización de esa gente.
Estiro el brazo al cielo verde, extiendo mi mano en la que he depositado unas miguitas de pan... y silbo. Y cuando silbo con nuestro código secreto, siento que ya revolotea por las ramas hasta posarse en una de ellas para cerciorarse de que soy yo. Su amigo. El amigo del carbonerillo. Después desciende hasta la punta de mis dedos, me picotea primero en las yemas, después se come las migas. Aletea. Me mira. Nos miramos. Luce su pecho manchado de carbón negro. Tiznado de negro como en las carboneras de las sierras de mi infancia.
Cuando se ha comido las miguitas, se queda quieto, muy tieso, igual que un monje shaolin de larga barba, como diciendo: – Querido amigo, tú me das el pan y yo te regalo el paraíso. Gracias por haber abandonado ese vertedero para venirte conmigo.
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