Otras miradas

La izquierda de los balcones  

Israel Merino

Periodista

Manifestantes con una bengala en París, Francia.- Sadak Souici / ZUMA Press Wire
Manifestantes con una bengala en París, Francia.- Sadak Souici / ZUMA Press Wire

Hace algún tiempo, C. Tangana dijo en una entrevista que tenía un amigo –todos tenemos un amigo similar– que creía que cualquier artista dejaba de molar cuando conseguía más de trescientos oyentes mensuales en Spotify; para el amigo del madrileño –y amigo mío y tuyo también– todos los artistas deben ser de nicho y conformarse con las raspas del éxito y la pureza del desvarío, aunque eso implique que su obra tenga menos trascendencia que una mesa del Ikea. Para ese amigo nuestro, tener éxito implica venderte y pervertirte y entregar tu alma por medio kilo de langostinos, aunque tu discurso sea exactamente igual que cuando tenías trescientos o doscientos o veinte oyentes en la parroquia. Este amigo del que hablo es la izquierda de los balcones, de la que quizá haya que empezar a hablar también.  

Le Pen ha perdido las legislativas en Francia y eso es una buena noticia, se retuerza como se retuerza la información. La ultraderecha, que no podrá gobernar la sexta potencia mundial durante unos añitos, ha sido reducida gracias a una gran movilización de electores de mil sensibilidades diferentes que han salido a amordazar sus propuestas en las urnas, aunque haya gente –de izquierda– a la que le joda.  

Uno, que no es muy listo aunque tiene buena memoria cuando quiere, recuerda perfectamente a bastantes influencers, pseudocolumnistas y políticos en paro celebrando que el antifascismo francés, ante la victoria de Le Pen en la primera vuelta, saliera a manifestarse y cantar el "no pasarán" en unas calles parisinas noqueadas por el éxito de los herederos de Vichy. Sin embargo, también se sorprendió muchísimo cuando los vio este mismo domingo decepcionados por la victoria de esa pérfida socialdemocraciasicde la que no se fían porque solo se fían de ellos mismos, aunque no sumen más de diez personas: fantasean con que todo Dios se vuelva antifascista, pero les deja de gustar cuando por fin pasa. 

Volviendo a la música, es muy habitual encontrarse a puretas del sonido que critican cuando a su artista favorito, al que no solía escuchar nadie, le empiezan a ir bien las cosas. Cuando ven que hay más gente que disfruta con él, se enfadan y se cabrean porque esos nuevos oyentes no son reales, aunque ninguno sea capaz de explicar exactamente qué significa eso.  


En el mundo de la política y la izquierda, pasa exactamente lo mismo: hay una larga lista de personajillos tristes que viven enfocados en que las ideologías son una especie de tribu urbana a la que tienes que aferrarte como un moco a una silla; ellos son más listos y puros y limpios que nadie, y se enfadarán cuando su preciosa identidad se vea pervertida.  

Para esta izquierda, que es de los balcones porque no se diferencia exactamente en nada de quienes colocan el banderón rojigualdo para demostrar que pertenecen a esa tribu llamada España, es mucho más importante llevar un polito con las solapas republicanas, o colgar en la venta la tricolor con la estrella revolucionaria, que salir a votar para parar a la extrema derecha; clamarán, seguramente, con un librito de Gramsci en la mano, que hay que convencer al pueblo –para el que creen tener la palabra y la salvación, aunque el pueblo no quiera saber absolutamente nada de ellos– de la necesidad del antifascismo y la conciencia de que el lepenismo es el mal absoluto, pero se enfadarán cuando salga a demostrarlo en las urnas porque lo que a ellos les gusta es ver bengalas rojas en manifestaciones: le gusta lo estético y lo chulo, pero no los hechos 

No tienen futuro ni proyección, más allá de cuatro cuentas de Twitter con las que reciben refuerzos positivos cada vez que critican hasta la más mínima propuesta social de cualquier gobierno citando el párrafo segundo de la página 708 del tomo dos del primer libro de El Capital, sin embargo, se creerán que tienen la receta, cual cocinero de fentanilo, y asegurarán que el destino inconmensurable de la Humanidad es el que ellos dibujan –y si al final no lo es, les dará exactamente igual, pues aquí lo importante es tomar cervezas con camaradas y criticar lo poco que sabe la clase obrera lo que le conviene–.  

Aléjate de la izquierda de los balcones y celebra las victorias, amigo; toca césped y descubre que la vida no va solo de romantizar cualquier movimiento social para demonizarlo cuando realmente convence a la gente.  

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