Hace unos días, fui al concierto de Aitana al festival Portamérica en Pontevedra y me planté allí entre un público de lo más variado sin tener ni idea de lo que iba a ver, básicamente, porque quería vivir con mi sobrina adolescente su primera experiencia en directo como fan de alguien. Tengo la teoría de que ser fanática de un artista por primera vez es algo parecido a vivir un primer amor, en ambos casos te entregas a la causa con la pasión única que te brinda la excitación de lo novedoso. Perdí de vista a la niña y a su madre en cuanto la multitud se apelotonó hacia el escenario, y yo me escapé a una zona tranquila y lejana en donde poder ver y escuchar sin perder la dignidad. Lo que más me sorprendió del concierto fue ver cómo a Aitana la vitoreaban por igual niñas de cinco años, chicas adolescentes al borde del desmayo, jóvenes testosterónicos que resoplaban cada vez que la artista mencionaba la palabra "beso" y abuelos ojipláticos sosteniendo teléfonos móviles con el zoom a tope. No hay mayor verdad que la de que cada uno ve, lo que quiere ver.
Supongo que el hecho de que yo no logre conectar totalmente con la música de Aitana tiene mucho más que ver con la diferencia generacional (Aitana no canta para las -casi- cuarentonas) que con esa hipersexualización de las artistas pop que ahora me chirría demasiado, pero que viene siendo la tónica general desde que yo tenía la edad de mi sobrina. Sobre la cuestión de cómo se responsabiliza de todas las perversiones posibles en la infancia y adolescencia a las mujeres artistas que hacen gala de su "capital erótico" (o que se muestran directamente sexuales en su puesta en escena) reflexioné a raíz del documental de las Spice Girls (Spice Girls: El Precio del Éxito). Es imposible no sentirse profundamente turbada al comprobar que cuando desde los medios se insiste en poner el foco sobre el cuerpo de las mujeres y su sexualidad, se están invisibilizando también todos los méritos y el trabajo que las colocaron en los circuitos de la notoriedad, a la vez que se niegan el millón de techos de cristal que han tenido que romper. Aitana acaba de cumplir 25 años, revienta las listas de éxitos musicales desde que tiene 18, ha recibido un sinfín de premios a lo largo de su trayectoria, llena festivales por toda España y ha agotado las entradas para llenar el Bernabéu en una hora y media. Si Aitana fuese un futbolista, correrían ríos de tinta hablando de su talento y del sacrificio que le ha supuesto a ella y a su familia llegar hasta ahí, pero está claro que en el pecado llevamos la penitencia.
Aitana estuvo también con la Selección en la celebración de Cibeles y tuvo que aclarar en sus redes sociales -para sorpresa de nadie- que esta actuación la hizo completamente gratis, como si cobrar por su trabajo, exactamente igual que hacen los futbolistas, fuese un delito inadmisible entre tanto jolgorio patrio. Hay cosas que no cambian ni aunque pase un milenio, porque el paralelismo con lo que vivieron las Spice Girls en los años 90 es, de nuevo, inevitable: una de las críticas más despiadadas que recibieron las británicas en su meteórica, exitosísima y efímera carrera, fue precisamente enriquecerse demasiado (esa, y ser unas "inútiles" dirigidas por algún hombre con mucho talento). Cuando Aitana aún ni había nacido, Geri ya respondía socarrona a los reporteros que le preguntaban si no se sentía mal por ganar tantísimos millones.
En la celebración de Selección también estaba Isabel Aaiún, la cantante segoviana autora de Potra Salvaje, el reconvertido himno de una selección que quizá nos demuestre que las nuevas generaciones de hombres jóvenes puedan disfrutar de un fútbol menos machirulo y más diverso. No negaré que el hecho de que una pandilla de chavales se motive y se venga arriba con una canción escrita para empoderar a las mujeres supone un cambio que yo no habría podido prever, como tampoco podía prever que varias artistas femeninas fuesen las encargadas de poner la música en la celebración de La Roja. Y eso me une a los jugadores tanto como sus goles de los que también disfruté. Pero mientras celebramos éxitos y ganancias de los futbolistas, seguiremos reclamando que nuestras deportistas reciban la misma atención mediática y el mismo reconocimiento social que ellos (la delegación de Gimnasia en París será la mayor desde Barcelona 92 y prometen traer medallas) y celebraremos que Marta de la Haza se convierta en la primera mujer árbitra del fútbol masculino profesional en España a sus 34 años: habrá que ver cómo la tratan los aficionados en el terreno de juego.
No negaré que sí hubo varios momentos de conexión en el concierto de Aitana: por ejemplo, cuando cantó las Babys y el grupo de bailarines ejecutó la misma coreografía que acompañaba el Saradenai (Saturday Night), el icónico temazo de los años 90 que todos y todas los niños de la época interpretamos en la función de fin de curso, poco antes de la llegada del Wannabe. O cuando interpretó la canción de Akureiry, que habla de los cuidados dentro la pareja, y una lagrimilla se me resbaló por la mejilla. La canción de Isabel Aaiún, la Potra Salvaje, sí que me atravesó totalmente (la cantante y yo somos de la quinta) y quizá haya sido esta una de las pocas melodías que ha conseguido levantarme el ánimo en los últimos tiempos en los que enfermedad ha llegado a mi vida con más insistencia y menos compasión de lo que me gustaría. Estos días en los que me siento tan encerrada en mi propio padecimiento y tan confundida ante las decisiones que tengo que tomar relativas a mi salud, pienso en las ganas que tengo de convertirme en una potra salvaje que en el oleaje no pierde el sentido, sin riendas ni herrajes y de viaje a lo desconocido.
Y hablando de éxitos, dinero y enfermedades, España ya es el tercer país de la Unión Europea que más gasta en sanidad privada, mientras vemos cómo se desmorona la sanidad pública ante nuestros ojos y acumulamos semanas y meses de espera para una prueba o una simple cita en la Seguridad Social. Las mujeres somos también grandes usuarias de la sanidad privada, pues muchas enfermedades que tienen que ver con nuestra salud sexual y reproductiva acumulan grandes retrasos diagnósticos (desde la endometriosis al liquen escleroso, pasando por el cáncer de mama). Otro icono de los 90, la actriz americana Shannen Doherty, acaba de fallecer completamente arruinada debido a los inasumibles costos de sus tratamientos contra el cáncer de mama metastásico que padecía. No sé si el dinero y el éxito darán la felicidad a las mujeres, pero yo pienso celebrar a todas las mujeres que triunfan a pesar del incesante cuestionamiento que reciben y que hacen gala de su independencia económica, porque esa es una de las mejores enseñanzas para mantenernos más sanas y libres, dentro y fuera de los escenarios.
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