Otras miradas

Las otras Roro con vidas destrozadas

Ana Bernal-Triviño

La tiktoker Roro Bueno.- TIKTOK
La tiktoker Roro Bueno.- TIKTOK

Me lo han pedido mucho pero me niego a debatir sobre Roro, cuando es una influencer, joven, ha dicho que le gusta cocinar y que no es una tradwife. Pero, aunque lo fuera, ya dijo Celia Amorós que el feminismo no cuestiona las decisiones individuales de las mujeres.

Lo que me interesó de todo este asunto fue el trato mediático y en redes sociales, porque ahí se crea la opinión pública. Y sí, ahí estaba la trampa, porque no hay mayor interés que tener un gancho para ridiculizar o estigmatizar al feminismo. 

Hubo comentarios de jóvenes de que Roro era "la novia perfecta". Tiktokers diciendo que el feminismo critica la libertad de decidir de la mujer. Y medios buscando enfrentar a feministas con Roro. No hay año en el que tengamos varias de estas. Donde todos los esfuerzos van dirigidos a dibujar un feminismo extremista.

No caigamos en su trampa. El feminismo sabe que cada una tiene su camino. Y que algunas pasan por la vida mirándonos por encima del hombro, pero a cuántas de ellas hemos acogido siempre cuando su vida cambió y buscaron un refugio de comprensión. El feminismo no impone, ofrece. Y si no queremos caer en la trama demos la vuelta a su agenda. Porque lo importante no es cuestionar a Roro o una tradwife. Es decir, una esposa tradicional según la visión masculina, para entendernos. Lo importante es recordar que si un día se cansan de hacer pasteles a sus parejas gracias al feminismo tendrán tendrán otra vida, porque durante décadas no hubo otra. 

Supongo que es fácil disparar al feminismo cuando se desconoce la historia. Quien quiera teoría, que lea La mística de la feminidad, de Betty Friedan. Quien no quiera leer, que vea la serie Mrs. America.

Ahí se verbalizó el mal de muchas mujeres cuyo sistema, aprendido en escuelas, les impuso aceptar la casa y a los cuidados sin rechistar. Porque claro, ninguna quiere ser tachada de mala mujer. Y la norma fue que ser buena mujer era dedicarse al hogar. Mujeres sin más metas que acabaron sin autoestima, con ansiedad o depresivas. El contexto histórico importa, porque más allá de las tradwifes de Estados Unidos, vinculadas a la política conservadora y ultra, aquí en España tuvimos un modelo igualito bajo el patrocinio del franquismo con la Sección Femenina. 

No me molestaría este debate si no fuera porque algunos argumentos de estos días han sido un insulto a la memoria de mujeres que aquí no tuvieron otro destino que ser amas de casa, destruyendo sus aspiraciones. Mujeres que se desahogaban con otras vecinas en los patios, asumiendo que no había salida. Mujeres que hoy siguen cansadas, que no tienen ni una pensión porque su trabajo no contó para nada, que nunca tuvieron bajas médicas y que vivieron pidiendo dinero a sus maridos para pagarse desde una bragas hasta unas gafas, con una dependencia económica de narices. Y que llegaron a los 70 años aún con el peso de esa lección aprendida y siguen poniendo la comida, y limpiando, y siendo amas de casa, obreras de las casas, porque no se jubilarán hasta que se mueran. 

Esos periodistas o esos tiktokers, algunos cómodos desde su silla pero que no han movido un dedo en su vida, en lugar de poner a parir al feminismo, podían entrevistar a las otras que no quisieron ser las esposas tradicionales que promocionan hoy. Escuchar las voces que hablan desde la experiencia del tiempo y las vueltas que da la vida, para que las jóvenes que ahora tomen en esto una referencia piensen en las consecuencias más allá del postureo de las redes. Entrevistar a muchas de nuestras madres o tías o abuelas, que hubiesen dado veinte vueltas al discurso de que el feminismo corta la libertad, cuando ha sido el único que les ha liberado de la culpa. Y ojo, que tras esto, también hay discurso de clase con mucho fondo. Y grupos financiando. Cuenten la verdad de las tradwife, como Hannah Neelman. Y el fondo ya lo dijo Kate Millet, que el amor siempre ha sido el opio de las mujeres.

El problema no es Roro, que puede seguir haciendo pasteles como si quiere cambiar bombillas, como hacemos las feministas, que también cocinamos, y tenemos pareja y somos madres y hacemos lo que queremos. El problema es la trampa simbólica de la representación informativa. Que mientras venden en medios y redes una imagen de Roro o de las tradwifes elegante, cool y respaldada, caricaturizan la imagen de las feministas como las quejicas. Y ese imaginario cala. 

El problema es que toda esta panda de tiktokers o periodistas indignados son los que hace dos semanas no dijeron ni pío con cinco mujeres asesinadas. ¿Por qué los medios no dedicaron tantos minutos a nuestros asesinatos como con Roro? Porque no da morbo, porque no agrada al macho, porque está normalizado, porque con los crímenes no hay opción a estigmatizar al feminismo y no quieren poner la lupa en ellos. 

"¿Por qué el feminismo no se calla la boca?", decía un tiktoker, ejemplo de nada. Porque, hijo de vida, el feminismo es justo el espacio para hablar las mujeres, a las que aplaudes y a las que odias. Y muchos de los que estos días han asomado su patita con el caso de Roro solo han hablado para callar a las que mostraron otro camino por una única razón: no es para defender la libertad de todas las mujeres a elegir, es que solo hablan por aquellas que elijan lo que a ellos les interesa. 

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