Otras miradas

Queremos ver a Pablo limpiando 

Diana López Varela

Periodista

Hombre fregando los platos.- Pixabay
Hombre fregando los platos.- Pixabay

Hasta los 6 años anduve arrastrando allí a donde iba una almohadita mullida y babada a la que hacía llamar Roró (con -r suave) y que tenía poderes súper relajantes. Como aún me chupaba el dedo, el truco consistía en acariciar con la mano libre el relleno de Roró hasta que me quedaba plácidamente dormida en un éxtasis de dulzura. Roró, mi Roró, representaba la calma, el cuidado, la suavidad infantil... exactamente igual que Roro, la joven de 22 años elevada a estrella de las redes por subir videos cocinando para su novio, un tal Pablo, que debe de ser el veinteañero mejor alimentado de este país. Como llevo semanas viendo que el tema de las tradwife no sale de la agenda mediática y que el debate se mueve entre lo malo que es convertirse en un ama de casa tradicional y lo bonito que puede llegar a ser cuidar de tu novio, vengo yo a cuestionar que este debate tenga siquiera sentido porque, si hay algo que es prácticamente imposible en España, es ser una mantenida. Ser una mujer florero que se entretiene cocinando platos diferentes llenos de estupendos ingredientes mientras espera a su amorcito al calor del hogar bien maquillada y con la manicura recién hecha es algo que no está al alcance de cualquiera. 

Aunque el salario medio de las mujeres en España es de 24.000 euros al año, el de los hombres no es mucho más elevado, ya que apenas supera los 29.000. Si una pareja dependiese exclusivamente de este salario "masculino" y, teniendo en cuenta que los españoles destinan ya el 43% de sus ingresos a la vivienda (a los que habría que añadir otros gastos, incluyendo el precio de los alimentos que ha subido nada más y nada menos que un 31% desde el año 2019), la mayoría de las mujeres le podrían ofrecer a su Pablo, como mucho, un arroz tres delicias y un colacao. Y si tienen hijos, el colacao no es para Pablo. Eso, si nos olvidamos de que el 25% de los españoles vive en hogares con más gastos que ingresos, según los últimos datos del Banco de España y que la alimentación siempre sale mal parada cuando toca apretarse el cinturón. Es decir, en este país más que tradwife lo que hay son mujeres acumulando dobles y triples jornadas, trabajando fuera y dentro de casa con nulo reconocimiento familiar, económico y social, y tirando demasiadas veces de precocinados porque para cocinar no solo hay que tener dinero y mucho "amor", hay que tener, sobre todo, tiempo. Por no hablar, de las cada vez más numerosas mujeres con carreras profesionales muy exigentes -mediáticas también- que reconocen haber estado manteniendo a sus parejas masculinas durante meses y años.  

El análisis feminista de lo que representa simbólicamente en el imaginario colectivo ver a una mujer joven presumiendo de servir a su novio con una sonrisa en la boca, lo han hecho muchas compañeras como Ana Bernal-Triviño, en un artículo en donde menciona cómo se relaciona esta imagen con La Mística de la Feminidad de Betty Friedan. Pero más allá de los símbolos, yo propongo quedarnos con los hechos concretos, porque en el mundo virtual en el que se desarrollan estas ficciones quien factura, es quien pone la cara. Y hasta ahora, Pablo era una sombra, una excusa, ese gancho cursi y machista que Roro supo aprovechar a lo Pombo. Y aquí podemos darle una vuelta más al asunto porque aunque la cocina ha sido una tarea típicamente femenina y asociada a lo doméstico, los más premiados y mejor pagados chefs de este país siguen siendo varones año tras año, al igual que los periodistas gastronómicos que los adulan, un modelo que solo se está empezando a romper precisamente, gracias a las creadoras de contenido. El prestigio de la cocina ha sido otorgado por hombres a otros hombres que usurparon los conocimientos, la tradición y las recetas transmitidas entre mujeres. Ya va siendo hora de que, romances aparte, las mujeres que cocinan también alcancen popularidad, éxito y dinero.  

La ficción de sumisión es tal que ni siquiera Roro puede ser Roro, ya que ella misma ha confirmado que trabaja (o trabajaba, como traductora) además de que vivía en casa con sus padres. Y es que resulta que lo que nos vende Roro poco parecido tiene con la realidad de los jóvenes de su edad. Los chicos y las chicas de entre 18 y 24 años acumulan una tasa de paro de más del 28% (el más alto de la Unión Europea) y la edad media de la emancipación en España está en los 29 años, así que la mayor parte de las personas de menos de 30 años ni siquiera se pueden permitir vivir con sus parejas a corto, ni a medio plazo. Aunque en su caso, quizá eso pueda cambiar gracias a los beneficios del contenido que crea que, nos guste o no, ha hecho que esta joven acumule 1,6 millones de seguidores en Instagram, más que el chef Dabiz Muñoz, por poner un ejemplo personaje mediático al que también le gusta cocinar para su pareja. Roro cuenta en las entrevistas que ella es feminista (a su manera, claro) y que Pablo limpia, y yo como audiencia que soy ya de estos videos que me suben la glucosa hasta índices peligrosos, le suplico a Roro que empiece a ofrecernos imágenes de Pablo fregando los cacharros y la junta de los azulejos de la cocina, los filtros de la campana extractora y los cajones de la nevera. Porque eso sí que sería revolucionario. Y es que todas las que nos gusta cocinar para otras personas sabemos que lo malo nunca son los fogones, sino el morro que tienen algunos hombres una vez ingerido el menú. Y lo escribe una que ha padecido a lo largo de su vida varios ataques románticos de cocinillas que dejaban las encimeras como para llamar a los Bomberos.  


Al margen del debate sobre los contenidos con tufillo machista que cada vez son más habituales en las redes sociales (con todos esos incels posadolescentes hablando como mi abuelo para decirle a los chavales cómo son las buenas mujeres y esas mujeres que fingen servilismo e inocencia) me gustaría acabar señalando el hecho positivo de que se vea a la gente joven a cocinar. Y es que los chavales cada vez cocinan menos, consumen más comida preparada y piden más delivery que nunca antes (en España, se registran 400 millones de pedidos al año). Para muchas personas jóvenes, el microondas se ha convertido en la principal herramienta de cocina, y muchas veces es lo único que usan para cocinar, e incluso hay quienes se alquilan pisos sin cocina, en un lo que a mí me parece una precarización absoluta de las condiciones de vida. Todo esto, está teniendo también un impacto muy negativo en su salud física, mental, en sus propias habilidades de supervivencia y por supuesto en el sistema sanitario. Numerosas investigaciones científicas respaldan la peor salud de los jóvenes como una consecuencia directa del estilo de vida y la influencia de la dieta en la epidemia del cáncer en personas de menos de 50 años. 

Cocinar es un placer y una necesidad que pueden hacer personas de ambos sexos, pero la carga mental y la limpieza son obligaciones a la que muy poquitos hombres se apuntan de manera voluntaria y sería fenomenal que las mujeres influyentes que tienen a su novio en la boca y en los reels todo el día, aprovechasen para contrarrestar esta nueva ola misógina que pretende devolver a las mujeres a la cocina, pero sin audiencia y sin retorno. Quiero ver a todos esos Pablos consortes de influs yendo a la compra, guardando la comida al llegar a casa y fregando el culo de las tarteras después de comer, mientras le sirven el café a sus novias que, muy probablemente, también los acabarán manteniendo. 

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