Si estás leyendo estas líneas, rodeadas de publicidad, de ataques a tu concentración y a tu inconsciente, eres casi tan deplorable como yo por escribirlas. Huye, corre, escapa. Te estoy robando atención, tiempo, vida.
No te dejes robar más es la conclusión del ensayo "Cómo no hacer nada" de Jenny Odell, editado por Ariel y subtitulado "Resistirse a la economía de la atención". Una lectura oportuna para agosto –el mes de la molicie– o para cuando caiga.
Este mes hay licencia para no hacer nada, lo que pasa es que la nada puede ser muchas cosas y uno no sabe por dónde empezar a nadear. La amplísima oferta de nada también estresa. La producción de nadas es otro mercado del que hay que escapar. Sin embargo, como cuenta este libro, no hacer nada puede ser hacerlo todo. No hacer nada en serio, tal y como están las cosas, es pura meditación y militancia. Es tanto un "dispositivo de desprogramación" como un lugar donde empezar a ensamblarse para actuar con sentido. Tendríamos que preguntarnos más a qué llamamos no hacer nada porque hay un tipo de nada que es imprescindible para acabar haciendo algo.
Siguiendo los sabios consejos de la autora –artista, escritora y profesora de la universidad de Stanford– no me lo he leído todo porque no me ha dado la gana. He leído hasta encontrar lo que buscaba. No pretendo hacer una tesis doctoral sobre las comunas hippies o sobre el desfalco permanente de atención –quizás el robo más grande de la historia– que está empobreciendo a la humanidad, que nos deja sin ideas, sin imaginación y, por lo tanto, sin esperanza y sin futuro, al albur de todo tipo de distopías más o menos interesadas. Sin embargo –otro sin embargo más– incluso habiéndolo leído en diagonal, reconozco ya su huella y escribiré aquí mis notas para fijarla, para tatuármela dentro de la cabeza y para compartirla con otras.
- Estamos atrapados en notificaciones y en una mitología de la productividad y el progreso, incapaces de descansar y de vernos.
- El trabajo de hacernos productivos permanentemente se convierte en una metástasis que corrompe toda nuestra vida.
- Nos perdemos en viajes virtuales eternos, en los pozos sin fondo de información, de entretenimiento, de consumismo en búsquedas infinitas de "lo mejor".
- Mientras eso ocurre vivimos en otra parte, como si la época y el lugar presentes y las personas que están con nosotros no fueran suficientes, como si el aquí y ahora quemara, como si pudiéramos vivir en ninguna parte.
- Alternativas: seguir en la rueda, buscar un refugio en una cueva o resistir in situ. Se puede dar el salto del deseo desesperado de abandonar para siempre al maduro de compromiso de quedarse y vivir en un rechazo permanente en el que encontrarse con otros creando un espacio común de rechazo, un nuevo sitio.
- Hacerlo es casi misión imposible, en un entorno completamente orientado a la apropiación capitalista de nuestros pensamientos más nimios. La autora lo compara con ir mal vestido a un sitio donde todo el mundo va vestido de determinada manera. Yo lo veo más bien como avanzar en un río bravo contra la corriente, como algo que solo pueden hacer los más fuertes, los que cuentan con voluntad, entrenamiento y disciplina. Es un compromiso, una militancia, un apostolado, una manera de vivir. Hay que perdonarse mucho para no abandonar.
- La pausa es lo único capaz de precipitar un cambio, dice la autora y reclama un paseo diario, un parque, un cielo, un algo. El espacio y el tiempo para pensar son la única posibilidad de tener el timón. (No hace mucho decidí apagar la radio a ratos. Fue brutal hacerme consciente de que no me estaba dando tiempo para calibrar decisiones tomadas ni para tomar otras).
En Estados Unidos un artista cobró entrada por ver un atardecer en unas sillas en un parque y era una idea brillante. "El silencio no es la ausencia de algo, sino la presencia de todo", dice Gordon Hempton, ecologista dedicado a grabar paisajes sonoros naturales.
- Merton plantea la posibilidad de que seamos capaces de distanciarnos dentro de nuestras mentes, que podamos estar en acción y contemplación a un tiempo, que la vorágine no nos arrastre, que podamos subirnos a una piedra en mitad de la corriente cuando nos sintamos cansados.
(El padre de la autora, un ingeniero exitoso, se tomó un sabático y se dedicó a hacer ciclismo, a la montaña. Aquel tiempo le llevó a comprenderse a sí mismo no en relación con su mundo laboral sino en relación con el mundo, y a partir de entonces, ya para siempre, las cosas que le ocurrían en el trabajo solo le parecían una pequeña parte de algo mucho mayor. En ese periodo se dio cuenta de que gran parte de la ira que sentía hacia su trabajo y las circunstancias externas tenía más que ver consigo mismo de lo que creía. Muchas veces, sin saberlo, estamos más enfadados con nosotros mismos que con el mundo.)
- Hay que buscar antídotos contra la retórica del crecimiento. Por ejemplo:
- La vida es algo más que un instrumento y, por lo tanto, no se trata de algo que se pueda optimizar.
- "Cuidar de mí misma no es malcriarme, es preservarme, y ese es un acto de lucha política", Audre Lorde en la década de los 80.
- John Muir: "La vida más larga es aquella que contiene la mayor cantidad de un disfrute que borre el tiempo".
- Poswolsky: "La respuesta al universo: pasa más tiempo con tus amigos".
- Hagámoslo por los que no pueden. Muchos tienen un proyecto de supervivencia cotidiana que no les deja espacio para fijar la atención en nada más. Por eso es aún más importante que cualquiera que sí disponga de margen –por diminuto que sea– lo use para ampliar los márgenes, para salir del círculo vicioso.
- Vivir como un propósito sin propósito o un proyecto sin meta, solo vivir de acuerdo a nosotros mismos. Ser como un viejo árbol inútil, que no consigue nada, solo ser testigo, ofrecer refugio y resistir contra todo pronóstico.
Y ya, que para no querer hacer nada este esquema me está quedando largo.
Salud y república.
Comentarios
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