Para que se hagan una idea. Cuando la pandemia de la covid-19 puso boca abajo nuestra existencia, hubo quien se llevó las manos a la cabeza y empezó a hablar de "la gran pandemia del siglo". Teniendo en cuenta que el siglo XXI prácticamente acababa de empezar, muchos supusimos que la apreciación incluía los últimos cien años. Fue entonces cuando tuvimos que recordar que hacía treinta y nueve años que una pandemia arrasó todo el planeta y que, a día de hoy, cuarenta y tres años después, continua sin tener una vacuna: la pandemia del VIH/sida. Aquello demostró lo sencillo que es invisibilizar aquello que, históricamente, se ha asociado a maricones y drogadictos. Ignorar para luego polemizar para luego estigmatizar para, más tarde, invisibilizar.
Como todo 1 de diciembre, Día Mundial contra el VIH/sida, todo el planeta recordó a las personas que perdimos en la pandemia del sida. La memoria es clave para sobrevivir. Para no repetir errores y para edificar un futuro más solidario. Por eso es importante señalar que no todas las pandemias son iguales. Ni todas las enfermedades lo son. Porque hay males que generan compasión -aunque sea un sentimiento que rechazo; prefiero la empatía- y hay dolencias que provocan estigma.
El señalamiento negativo hacia una persona enferma nace de la misma estupidez que alimenta el odio al migrante, cuando crees que viene a quitarte el trabajo y tus ventajas occidentales. Tus prejuicios toman las riendas de tu conducta y potencian una idiota omnipotencia que crece en la medida en la que tu ignorancia encuentra culpables. Todas las infecciones de transmisión sexual suelen desencadenar señalamiento porque convivimos con religiones que consideran pecado el placer de follar. Y si el que folla es un hombre con otro hombre, irrumpe el estigma. Porque el "ames a quien ames" es blanco, limpio, agradable, queda bien en el mueble del salón. Pero "folles con quien folles" imprime en la mente del heteropatriarcado una imagen desagradable, incómoda, sucia, contranatura. Y del asco a la discriminación hay un paso.
Es el doctor Pedro Cahn quien afirma, en el libro Alguien tendrá que serlo del escritor y activista LGTBI+ Gustavo Pecoraro, que el comienzo de la epidemia del VIH coincide con un contexto sociohistórico de disputa sobre el modo de comprender y abordar la sexualidad. Este es un asunto interesante. La sexualidad como algo más grande que un acto de la cadena reproductiva. Finales de los 70, principios de los 80, eran años en los que el placer sexual se reivindicaba y el movimiento de liberación gay era un movimiento de liberación sexual. La aparición del VIH/sida tiró por tierra todo un trabajo pedagógico entorno a la sexualidad y la devolvió a un lugar oscuro y perverso para la sociedad, llevando a debate público nuestros patrones afectivo sexuales frente a la cultura heterosexual hegemónica. Pero eso, ahora, es otro asunto.
Desde el comienzo de la pandemia del VIH/sida, en 1981, hasta el año pasado, la enfermedad se había cobrado 42 millones de vidas en todo el mundo. Muertes que parecen no haber servido de nada cuando los datos del último estudio sobre creencias y actitudes de la población española hacia las personas con VIH, de 2021, apunta que el 10% de los españoles manifiesta que no mantendría ninguna relación con una persona con VIH. Un 36,3% afirma que se sentiría incómodo si un compañero de su hijo viviera con VIH y un 8% sigue apoyando medidas de segregación para este colectivo. Solo un 5,6% de la población española manifiesta conocer y tener una relación estrecha con una persona con VIH. Si tenemos en cuenta la estimación de que más de 150.000 personas en España viven con VIH, las cuentas solo salen si añadimos el estigma a la ecuación.
En el libro de Pecoraro, el doctor Santiago Moreno afirma que tan importante como la vacuna es la desaparición del estigma. Porque ahora mismo sabemos que un diagnóstico precoz hace que la persona se ponga en tratamiento inmediatamente. Una pastilla al día controla la infección y rebaja la carga viral a niveles indetectables y eso hace que no se pueda transmitir el virus en las relaciones sexuales. El virus controlado no mata. El estigma, sí.
Es necesario abordar la lucha contra el estigma desde diferentes frentes en los que personas, entidades y administraciones públicas tienen que estrechar lazos de cooperación.
Porque hay que hablar de salud sexual y prevención en los centros educativos.
Faltan campañas potentes, como las que hizo el Ministerio de Sanidad en 1990, adaptándolas a la actualidad. En 2021 se notificaron 2.786 nuevos diagnósticos de VIH. Y el 33,5% de los nuevos diagnósticos se encuentra en varones de entre 25 y 34 años.
Porque hay que concienciar a toda la población, independientemente de su género y orientación sexual, sobre la importancia de hacerse la prueba. Se estima que un 7% de las personas con VIH desconoce su estado serológico. Una detección temprana es fundamental para empezar a tomar el tratamiento que controlará la infección.
Porque hay que cambiar el relato hacia personas seropositivas felices y con una buena calidad de vida. Hay que tener en cuenta el testimonio de las personas con VIH de largo recorrido pero hay que dejar espacio a las personas jóvenes, con diagnóstico reciente, para que sean ellas quienes retomen el testigo desde otras dinámicas diferentes.
Y, ante todo, porque sin cooperación internacional, sin mirar y ayudar a los continentes y países más desfavorecidos, nunca se llegará a los objetivos 95-95-95 de la agenda 2030 de ONUSIDA. Hoy, en el año 2024, el sida sigue matando en África, donde no todas las personas infectadas pueden acceder a un tratamiento y quienes acceden, lo hacen con uno que no es el más óptimo.
Hay que hablar de VIH todo el año. Porque no hablar de VIH significa no hablar del negocio de las patentes de la industria farmacéutica, de la burocracia para conseguir la medicación, de los gobiernos de derechas que desmantelan los centros de pruebas rápidas de ITS, como ha sucedido en Murcia, donde hay un repunte de casos. Hay que hacer de la información un hecho político. Solo así acabaremos con el estigma.
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