Poca coña con el anuncio que me saltó el otro día en redes: grabado en formato vertical, una chavala, intuyo que influencer, nos mostraba una de sus clases de LEINN – Liderazgo Emprendedor e Innovación, aunque suene a nombre de droga alemana –, una "carrera" en una universidad privadísima sin profesores, ni exámenes ni normas curriculares en la que se dedicaban, en una sala a caballo entre las oficinas de una start-up deficitaria y el sótano polvoroso de Buffalo Bill, a juntar hamacas de playa en círculo y hacer flexiones y volteretas en el centro mientras se preparaban para, cito de forma dolorosamente literal, ser sus propios jefes. (Venga, dejo que te seques el sudor frío de la frente antes de seguir.)
Como digo, el anuncio o la publicación de la estudiante, pues yo ya no sé si la gente cobra por esto o gusta de hacer subnormalidades por amor puro al oficio, nos mostraba el grado de una universidad privada prácticamente desconocida, no la nombraré aquí para no darle ni una miaja de publicidad, enfocada en atraer pijos que reciben todoterrenos blancos al cumplir dieciocho años y se gastan la paga semanal de trescientos euros en porros liados – a diez pavetes la pieza, me lo quitan de las manos –.
El caso es que muy en serio, casi como quien sufre una epifanía la tarde amarga de un domingo, empecé a preguntarme no quién podría pagar una carrera así, pues ya intuía la respuesta, sino quién diablos podría entender los estudios universitarios como una simple guardería para chavales que ya beben Puerto de Indias y follan por las noches: intuirás que son los mismos en los que pienso con la primera pregunta.
Mientras yo veía este anuncio, la inquieta presidenta de Madrid DF, ciudad en la que vivo, decidía rechazar 169 millones de euros de financiación del Estado para incorporar más de 1000 profesores a las universidades públicas de la región solo una semana después de que los rectores de los seis centros públicos, en una carta conjunta, pidieran ayuda ante la desesperante infrafinanciación a la que se enfrentan – con la partida de la CAM ni siquiera les da para pagar las nóminas de los trabajadores –. Los profesores apenas podrán cobrar y no habrá un solo euro para investigar o encender la calefacción en enero, pero, hey, compa: si no te gusta, siempre podrás pagar cuatro salarios medios al año para aprender a ser tu propio jefe en un sótano acolchado del barrio de El Viso.
La situación de la educación pública en Madrid es desesperante y no es culpa de nadie, sino gracias a alguien; la devastación absoluta de uno de los tejidos universitarios más ricos del Sur de Europa no es fruto del error de un megalómano estúpido que no sabe conjugar el verbo to be ni manejar las cuentas de la región, sino un plan perfectamente pensado por un grupo de sociópatas delirantes que quieren cerrarte las puertas de la educación a ti, a tus hijos y a tus nietos: no es un error, sino un modelo de futuro que va ganando por goleada.
Los niñatos pitucos de siempre quieren hundir la educación pública para convertir la educación, esta vez sin adjetivos, en el reservado VIP de un local carísimo al que solo puedan acceder ellos, sus amigos y sus primos/tíos; el objetivo es que se elimine cualquier intento de universalidad en los estudios superiores para que solo los de su saga, previo pago de una cantidad mucho más indecente que la de diez euros por un porro liado en la esquina izquierda de la facultad de LEINN, puedan decir que tienen el diploma de una carrera – y así solo ellos puedan aprovecharse de sus ventajas, creo que es bastante obvio –.
¿La solución a esto? Pues ellos la tienen bastante clara: que hubieras nacido rico, asqueroso.
Comentarios
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